Pero… ¡qué conchudez!

No es que les dijeron: −tomen esta bicicleta y vayan a dar una vuelta, para que la prueben. No. Les estaban prestando un pequeño

No es que les dijeron: −tomen esta bicicleta y vayan a dar una vuelta, para que la prueben. No. Les estaban prestando un pequeño avión de lujo que nuevo puede costar $8 millones (más de ¢4000 millones), que incluía servicio de tripulación y gastos de combustibles, todo ¡gratuito! Es curioso, pero ese “tour” fue como un “déjà vu” del periplo en helicóptero del expresidente ejecutivo del ICE, Pedro Pablo Quirós, que terminó en una condena judicial por peculado.

Después de la metida de pata de la delegación tica a Perú, funcionarios del Gobierno trataron de justificar el sainete diciendo: ¡qué barbaridad!, no se verificó de quién era el avión, no se siguieron los protocolos de seguridad para proteger a la Presidenta, no se intercomunicaron las respectivas instancias estatales de seguridad y diplomáticas.

Por dicha el país no tiene ninguna relevancia para los terroristas o la mafia internacional, porque de lo contrario la mandataria Laura Chinchilla y sus acompañantes en el paseo de fin de semana, podrían haber terminado secuestrados en un remoto paraje o con un final peor.

En el ámbito nacional e internacional,  lo acontecido en torno a la protección de la Presidenta quedó como un fiel reflejo de lo que es el oneroso y artesanal cuerpo de seguridad nacional del país más feliz del mundo. Es evidente que  la reciente visita de Barack Obama y el extremado aparato de seguridad estadounidense, no dejó ninguna enseñanza a los aprendices de la Dirección de Inteligencia y Seguridad, aunque fuera por ósmosis.

Tras ser agarrados los viajeros con las manos en las valijas, regresaron de tierras incas  echándose la culpa unos a otros, en el tradicional “yo no fui, fue Teté”. Para salvarle la tanda a la Presidenta, algunos miembros del Gabinete decidieron inmolarse, pero ya la torta era demasiado grande.

Resultó realmente patético escuchar a la mandataria en un mensaje nacional, decir que “las omisiones fueron especialmente graves en lo que respecta a la seguridad nacional y a la protección de la presidenta de la República”. Pobrecita, le pusieron una pistola detrás y la obligaron a subirse al cómodo avión prestado. ¿Cómo es posible que una persona que ha sido diputada, ministra de Justicia, vicepresidenta de la República, esposa de un experto en seguridad, y…¡ministra de Seguridad Pública!, le eche la culpa a otros por su seguridad personal? ¿Y en dónde queda el sentido común y la aplicación de reglas básicas en esta materia?

Cuando el Sol se paró a ver a doña Laura en el mencionado discurso, fue cuando afirmó tajantemente: “reitero que no hemos violentado ningún parámetro ético o legal”.

Por supuesto que aquí el tema es ético y no sobre otros aspectos, como equivocadamente –o a propósito− se ha planteado: que si la culpa la tuvo el ministro, la DIS, el marido, la secretaria, el piloto, o el exjugador de fútbol.

El dicho de que “no hay almuerzo gratis” es de cumplimiento casi irremediable en este mundo materialista, sobre todo cuando se trata del sector privado. Los favores que reciba quien sea, se lo cobran en algún momento. Si a un simple “pelado” le ofrecen un viaje a otro país en un avión de lujo, ¿no se va a preguntar esta persona el porqué de semejante acto? Si no tiene riqueza material, seguramente retorcerá su cerebro pensando en cómo le irán a cobrar.

Cuando se es presidenta de la República, sobrarán formas de cobrarle el favorcito y si no  tiene indicios de cómo se lo podrían cobrar, pues es mejor no exponerse como persona y como dignataria. Por eso se debió rechazar de plano dicho ofrecimiento empresarial, sin importar si el avión era de alguien involucrado en actividades delictivas o del principal fabricante de calzoncillos del continente.

La ética de cualquier funcionario público y –también− privado, le exige no recibir regalos de ningún tipo, si es que su bandera profesional tiene como lema ser firme, honesto e independiente. Parafraseando a Plutarco, las personas no solo deben ser honradas, sino también  parecerlo.

Doña Laura debería dejar de decir como otros exmandatarios: me embarcaron, no me acuerdo, o de inventar conjuras en su contra. Lo que le cabe es asumir la responsabilidad de sus actos. Este acto de humildad quizás le ayude a detener la caída “en picada” que muestra su gestión presidencial, a pocos meses de fenecer.

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