En el Instituto Monteverde, Rolando Kattan presentó el libro “Poemas de un relojero”, antología publicada especialmente para el festival. Y allí, además de elogiar los cabellos despeinados −al estilo del Ministro de Educación− en una clara oposición a los disciplinados rapados fascistoides y de hacernos un recuento de los animales que entraron o no al arca de Noé, el poeta centroamericano también interroga o se deja interrogar por el tiempo y reflexiona sobre lo imperecedero del arte, como dice una parte de su poema “En el camino de lo eterno”:
Un poema –ignoro absolutamente las causas−
puede llegar a ser más longevo que una piedra.
También nos dijo que podemos quedar ciegos de la boca, porque:
Una sola palabra
suspendida en la boca
mató a Vallejo el Viernes Santo
Una palabra le creció a Rimbaud
como un diente de elefante y lo dejó mudo.
La exquisita cultura general, el respeto y la dignificación de la lengua es algo notorio en este joven nacido en la tierra de Morazán y de Roberto Sosa. Con su contacto recordamos que la poesía puede servir para muchos propósitos, como la reflexión o el mero goce estético, pero nunca debe ser cansada o aburrida materia obligatoria que se debe repetir mecánicamente en un examen. Se puede, asimismo, destacar en Kattan una humildad que lo lleva a citar con más frecuencia fragmentos e incluso poemas completos de grandes clásicos o contemporáneos de la poesía, que sus propios poemas.
Las actividades concluyeron pero la fragancia de la poesía siempre queda impregnada en el ambiente. Me quedo, entre tantos buenos momentos, con la imagen de una niña de doce años, quien no solo compartió con soltura y elegancia un poema propio, sino que después de un recital nocturno prendió su celular, pero no para llamar o enviar un mensaje, sino para alumbrar el libro de Kattan y continuar con su lectura.