Por qué no votaré en febrero

Los políticos no producen riqueza; solo la confiscan y la gastan. Quien produ­ce es el pue­blo. Pero cuando es más fácil enriquecerse con sobornos

Los políticos no producen riqueza; solo la confiscan y la gastan. Quien produ­ce es el pue­blo. Pero cuando es más fácil enriquecerse con sobornos o conexio­nes políticas que me­diante el trabajo, uno vive en una sociedad sin futuro.

Lo que recibimos de los políticos no es honradez,  sino corrupción e impunidad, un sistema en el que  ellos y sus allegados se apoderan del dinero extraído a los pobres y la clase media  y se enriquecen mediante la  inmoral “deuda política”, lujosas pensiones y prebendas, innecesarias consultorías, contratos sobrevaluados y gastos superfluos. La corrupción no es la excepción, es parte del sistema.

Además, la verdad es que ningún político “elegido” representa ni a quienes votaron contra él, ni a quienes votaron en blanco o anularon su voto, ni a quienes se abstuvieron de votar. La suma de todas estas personas es la verdadera mayoría y lo ha sido durante mucho tiempo: quienes no votaron por el “ganador”. Pero esto no impide que ese político que no representa a ninguna mayoría diga estar “legitimado” y presuma de hablar en nombre de toda la población.

Y note que no se requiere que un mínimo de personas  voten.  Si solo votan “cuatro gatos” y el resto de la población no lo hace, aun así alguien es “elegido” y dice estar legitimado. Además, esos sujetos no son representantes de nadie. ¿Puede uno  despedir  al político que no le brinda un servicio satisfactorio? ¿Puede uno dejar de pagar su jugoso sueldo y sus prebendas? La verdad es que tal “representación” es una farsa.

Por otro lado, muchos de los que acusan de apatía a quienes no votarán son vividores de la política. Uno de estos,  un politólogo columnista de otro medio,  escribió: “no sea cobarde, vote”. Cobarde es quien se deja intimidar por parásitos.

Todo el mundo se burlaría del dueño de una pulpería que lloriqueara que sus clientes son “apáticos” porque se niegan a comprar sus bananos podridos. Pero el político lloriquea cuando acusa a la población de apatía porque se niega a comprar sus promesas podridas.

Y note cómo dicen que no debemos quejarnos del sistema. Si uno vota por alguien que resulta ser malo,  dicen “no se queje, usted votó por él”. Si votó por otro, dicen “no se queje, al participar en la votación, aceptó   que otro pudiera ser elegido”. Y si no votó, dicen “no se queje, pudo  protestar con su voto  y no lo hizo”. Según su absurda “lógica”, nadie debe quejarse sin importar cómo  actúe: ¡si  vota por un político, si  vota contra él o si no  vota! Cuando ellos dicen  “si usted no vota, no tiene derecho a quejarse”, es todo lo contrario. Quien no vota rechaza este sesgado sistema y tiene derecho a quejarse.

También dicen que los partidos políticos son muy diferentes. Pero a pesar de sus pleitos fingidos, todos ellos buscan llegar al poder usando nuestro dinero. Además, ¿cómo es que el candidato derrotado  le promete su apoyo al ganador, a quien hasta ese mismo día denunciaba como alguien que casi ocasionaría el fin de la civilización? ¿Recuerdan al eterno candidato presidencial, dueño de un partido, que hace cuatro años denunciaba al partido de gobierno como el más corrupto de la historia? Tres meses después de su derrota pactaba con el partido oficial para que controlara el directorio legislativo. Es todo un fraude, diseñado para distraernos de la realidad: que quienes viven de la política explotan al resto de la población sin importar qué partido controle la presidencia del país o su parlamento.  En verdad solo existen dos “partidos”: 1) quienes  usan el poder estatal para vivir a costa de otros y 2) sus víctimas, nosotros.

Los políticos que provienen de esos partidos gastan  lo que se les antoja, endeudan a la población hipotecando su futuro, saquean sus pensiones y ahorros, y  causan la inflación que la empobrece. Es que la vora­cidad de  los políticos  supera nuestra capaci­dad para pagar impuestos; pero esto no los detiene. Al gastar más de lo que nos quitan en impues­tos, causan un «déficit fiscal» y para cubrirlo crean una “deuda pública” que se pagará con futuros impuestos, con el saqueo futuro del fruto de nuestra labor y la de nuestros descendientes. Cuando los políticos despilfarran dinero que la posteridad deberá pagar, ¿no es esto estafar al futuro en gran escala?

Pero los saqueos no solo serán en el futuro, sino que suceden cada día. Por ejemplo, los fondos de jubilaciones del «Seguro Social» son saqueados casi en su totalidad a cambio de bonos de deuda pública.  La propaganda estatal ha hecho creer a la población  que sus cotizaciones obligatorias se colocaban en un “fondo de jubilaciones” mediante un “seguro”, para obtener beneficios en la vejez. Pero ha sido una gran estafa. Casi nada de lo que se recauda se ha ahorrado o invertido para las jubilaciones. Más bien, el Estado se traslada a sí mismo casi todos los fondos a cambio  de bonos de  deuda pública. Y los gasta en lo que quiera. Además, los políticos les saquean fondos a los bancos estatales –receptores de buena parte de los ahorros de la población–, también a cambio de bonos de deuda pública.

Pero cuando los saqueos de  estos fondos no bastan para cubrir el déficit, los políticos  falsifican  dinero. Mediante su Banco Central, que tiene el monopolio en la emisión de dinero, el Estado pone a circular el dinero que se le antoje. Para esto solo necesita tinta y papel para imprimir billetes, sin límite alguno. Al crear el dinero, el Estado obtiene bienes y servicios a cambio de tinta y papel, igual que un falsificador común, pero sin que nadie vaya a la cárcel. De esta manera, el costo de la vida de la población aumenta, porque lo que gana mediante su esfuerzo vale menos.

Además, los políticos nos brindan carísimos y pésimos servicios (continuos aumentos en el costo de la luz, el agua y la gasolina; largas filas para obtener citas médicas con años de por medio; carreteras colapsadas, asuntos judiciales eternos y delincuencia hasta en los autobuses); despilfarran la plata de los impuestos  (como en la platina) o dejan que se la roben (como en la trocha de la indignidad o mediante la deuda política). Quizás el atraco más descarado fue el del partido del aludido eterno candidato, que obtuvo las firmas de más de 2 mil personas, las puso en “listas de asistencia” a capacitaciones ficticias y cobró ¢210 millones de deuda política.

¿Cuál es la raíz del problema? No es cuestión de echar a los políticos malos y elegir otros “honestos”, como dicen algunos. Una y otra vez ellos  votan por el “menos malo” o por alguien “firme y honesta” y ¡todo sigue igual de mal! Bien dijo quien definió la locura como “hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.  La verdadera causa del problema es que los políticos se otorgan a sí mismos poder y dinero sin límite. Las consecuencias son  la corrupción, el despilfarro y la miseria. El sistema es caldo de cultivo para los malos, no solo los incapaces y malos gestores, sino los pillos con malas intenciones.

¿Cuál es la solución? El esencial primer paso  es deslegitimar a los políticos. O sea,  que la  población ya no “coma cuento” y se niegue a apoyarlos. La solución final será quitarles el enorme poder que tienen.

Sin importar quién es “elegido”, el sistema actual les otorga a los políticos el poder absoluto sobre toda actividad económica o social, lo que hace ilusorio pensar que exista  algún derecho que no pueda ser vulnerado arbitrariamente. Igual que  un déspota, los políticos tienen  la potestad de extraernos los impuestos que quieran. Ya hablan de un nuevo paquete de impuestos disfrazado de “reforma fiscal”. Los políticos controlan significativamente nuestros ingresos y pensiones, la atención de nuestra salud, la educación de nuestros hijos, nuestra intimidad y mucho más.

La Costa Rica que abolió su ejército fue un pueblo valiente, no una nación de siervos menguados. Yo no legitimaré un sesgado sistema que atropella mis derechos. Por eso no votaré.

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