Por quién votar, a pesar de las circunstancias…

El demérito en varias instituciones del Estado y la deshonra en numerosos sectores de la clase política, no son un fenómeno nuevo en Costa

El demérito en varias instituciones del Estado y la deshonra en numerosos sectores de la clase política, no son un fenómeno nuevo en Costa Rica. La ciudadanía se siente cada día menos representada por los personajes que la gobiernan, quienes paradójicamente fueron elegidos por los que muestran su inconformidad.

Los resultados de la intención de voto son “desfavorables” para los partidos y políticos tradicionales; ningún candidato “de los favoritos” al día de hoy se puede arrogar algún tipo de ventaja sobre los demás; un gran sector de la población considera que el país va por mal camino.

El principal lunar, que persiste y corroe la institucionalidad en el país, es sin duda la corrupción, que ha llegado a límites que no se conocían y con la mayor desvergüenza de parte de quienes incurren en ella. Este fenómeno creemos que está alentado por la forma de designar a funcionarios en cargos políticos, conocida como clientelismo político; desde algunos años para acá, esa situación, que siempre ha existido pero no en la escala actual, devino en el nombramiento a numerosos cargos públicos por personas sin preparación, que no cumplen el perfil  para el puesto en que los nombran y llegan con el propósito único de enriquecerse o, en simple castellano: de robar.

Desde hace algún tiempo circula la idea, que no se ha podido plasmar en una ley por razones obvias, de que algunas instituciones, así como el presidente de la República y los diputados, garanticen la rendición de cuentas a medio periodo, para que el pueblo por medio de un mecanismo creado para tal efecto, pueda sustituir a quienes no estén ejerciendo debidamente la representación política, no solo con honradez, sino en concordancia con los intereses de quienes los eligieron y cumpliendo con sus programas de gobierno, que expusieron para ser electos.

El descrédito de gobiernos, políticos y entidades estatales, tiene entre sus orígenes y responsables a los partidos políticos; estas organizaciones, como en antaño, ya no se constituyen alrededor de principios, convicciones o ideas sólidas, sino que se utilizan como estructuras o empresas electorales transitorias para, solamente, ganar unas elecciones, y siempre alrededor de nombres más no de filosofías, pero sí bien preparados para realizar grandes negocios y repartirse contratos, asesorías, etc., una vez que accesan al poder.

Considerando los diarios cuestionamientos y  renuncias de candidatos a diputados y otros que se rehúsan a renunciar a su candidatura y, hasta la renuncia y huida de un tradicional partido político de su excandidato oficial, podría llevarnos a calificar a los partidos políticos como “caóticos” y “desorientados”, lo cual inevitablemente se reflejará posteriormente en las instituciones, cuando ejerza el poder el que ganó las elecciones junto con su grupo.

Para recobrar la confianza, el futuro presidente deberá cumplir con su plan de gobierno al pie de la letra, como lo expresó uno de ellos; es una especie de “contrato” que se debe cumplir entre él y sus electores, lo cual es aplicable también a los demás candidatos. El problema es grave, en relación con la incredibilidad y  deslegitimidad, por el estado actual de inexistencia mínima de transparencia y rendición de cuentas; los evidentes despilfarros y sueldos estratosféricos, para ilustrar con un solo ejemplo: el caso de los gerentes de los bancos estatales, entidades donde se intermedia el dinero, pero cuyos créditos son expeditos para allegados a gerentes, a mandos medios o a quien pague una “comisión” para tramitar su crédito rápido y con un final exitoso, el ciudadano debe empezar a ver cambios en ese tipo de cosas, porque son una verdadera “bomba de tiempo”. En otros países del primer mundo, por ejemplo, hay tres prácticas básicas que no se cumplen o se evaden por los diferentes “portillos legales” que existen en nuestro país: las declaraciones públicas de conflictos de intereses, las declaraciones públicas de bienes y rentas, y la rendición de cuentas a medio periodo.

Por quién votar: El abstencionismo es el peligroso castigo a lo expuesto, lo cual debemos evitar; debemos pensar en nuestro deber y  obligación de ejercer el sufragio; nos encontramos como nunca antes, ante una situación muy particular: solo tenemos tres candidatos con opciones reales de ser elegidos, y hasta se habla −en las “manoseadas” encuestas− de un virtual empate. Siendo las tres opciones reales que se nos presentan,  debemos hacer un examen de conciencia serio e inteligente, reunirnos en familia, con nuestros amigos, en la empresa, es decir en cualquier lugar, analizar, discutir; pero, como buenos ticos, decidir cuál de esos tres candidatos creemos que puede cambiar las cosas, tiene más credibilidad, y llena más nuestras expectativas, sin pensar siquiera de cuál partido político son parte, porque en nuestro país actualmente pareciera que eso es intrascendente; es mejor estudiar muy bien al candidato y no a su partido, analizar su retórica con mucho cuidado, su programa de gobierno, sus gestos, su personalidad y los cuestionamientos que entre ellos mismos se hacen; uno de esos tres va a ser nuestro próximo presidente; queda poco tiempo, pero ahora más que nunca tenemos el poder en nuestro voto, para decidir qué rumbo le damos a nuestro querido y maltratado país.

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