Corrían los años 50 cuando tuve conciencia de lo que significaba discriminación racial. Llegaban noticias de cómo en Estados Unidos segregaban, humillaban, discriminaban e incluso mataban a las personas por el color de su piel.
Mi corazón de niña no podía entender esa situación tan absurda y se abrió en él una herida que sangró de dolor; llegó mi adolescencia y sangró aún más, con el apartheid en Sudáfrica.
Muchas veces reclamaba a Dios por no terminar con esta aberración y en otras le pedía en mis oraciones que no me dejara morir sin ver un cambio al respecto. Vino mi edad adulta y fueron dándose pequeños pasos gracias a grandes líderes como Martin Luther King, Nelson Mandela y miles de héroes anónimos, que incluso ofrecieron su vida para que las nuevas generaciones no tuvieran que lidiar con estos odiosos prejuicios.
Hoy mi corazón rebosa de alegría; muchas de las cosas que anhelé por tanto tiempo han emergido a la realidad y veo sentado en la silla presidencial del país más poderoso del mundo un hombre negro; durante el campeonato mundial de fútbol, en Sudáfrica, mis ojos pudieron ver diluido entre mis lágrimas, un mosaico multicolor de gentes de todas las etnias y a reyes y príncipes de países esclavistas en el pasado, de pie, aplaudiendo a ese paladín de los derechos humanos: Nelson Mandela.
Cierto que aún falta mucho camino, pero poco a poco este rompecabezas se resolverá, cuando el hombre ponga la última pieza al entender que si todos somos hijos del mismo Padre, no debemos albergar odios ni discriminaciones, puesto que todos fuimos creados a su imagen y semejanza y todos venimos de una sola Raíz.
Hoy no me queda más que dar gracias a Dios por superar todas mis expectativas al respecto, por permitirme ver cómo todas esas afirmaciones absurdas de la superioridad mental de unos sobre otros se derrumbó como castillo de naipes, darle gracias por permitirme llegar a la vejez mirando hechos que muchas veces no creí me alcanzara la vida para ver y finalmente gracias, muchas gracias por permitirme, a través de mis dos amados hijos, demostrar lo que sostuve desde niña y sostendré hasta el fin de mis días: “El hombre vale por sí mismo independientemente de su etnia o el color de su piel”.