Nunca se ve la doble-moral de las entidades de cultura gubernamental cuando son éstas las que promueven una obra con lenguaje obsceno, comportamiento sexual adverso a lo establecido por las mismas instituciones y palabras que no resaltan en ningún diccionario.
Tampoco se valora la condición económica en que los códigos morales y éticos pasan a tercer plano para que supla ello una ‘‘nueva literatura’’ que venda y genere ingresos por ser transgresiva. Ahí no importa la idiosincrasia o la cultura imperante, importa el negocio editorial y los intereses que genere, además, no se toma en cuenta que en el momento en que las entidades de poder toman una obra prohibida, es tan solo para regularla y fiscalizar su distribución. Una obra aprobada por el poder, es una obra, un autor, autora y una tendencia literaria controlados por el poder.
Pongamos de ejemplo la literatura de masas, ¿qué promueven como sistema crítico? Y las que promueven sistemas críticos ¿sus lectores son merecedores de ello? ¿La sociedad no está alienada para ser receptiva de ello? Aunque la obra sea vendida en masa y gratificada bajo el sello comercial de best-séllers, no indica nada. Tan pronto como genere una millonada así se olvidará quién la escribió, no se valoró los efectos post de la influencia de aquella, sino que pasa su contenido como flor de campo: hoy crece, mañana se marchita. Dejó un jugoso ingreso en su momento, es decir, cumplió el cometido comercial, aunque culturalmente no contribuyó a frenar la barbarie o el subdesarrollo de una sociedad en detrimento.
Un sistema como el actual, no dejará pasar por alto una vulneración sin obtener divisas de ello. No dejará de reproducir un discurso autoritario, ya que son los individuos mismos quienes lo reproducen, no dejará de reproducir círculos de poder y jerarquía, ya que son éstos los que influyen en la vida social y son los que sostienen el estado cíclico de las cosas.
La alteridad de espacios y las opciones de no oficialización de obras, podrían resultar como espacios de autogestión en que se produzcan obras literarias sin necesidad de recurrir al Estado para que regule éstas o recurrir, como en la mayoría de los casos, a la bendición de las entidades para sacralizar la obra. No se habla de cuál editorial es más alternativa o menos autoritaria, se trata de las reproducciones de lenguajes y discursos desde el poder, se habla de comenzar el debate sobre cultura y poder y las influencias sociales, se habla de que individuo libre no es aquel que lee lo que quiere, sino el que realmente cuestiona la procedencia de la obra.
Total, hablamos aquí de libertad individual contra el ataque masivo de los discursos de poder que, pintados de bien intencionados, resultan reproducciones peores que las mismas del poder, y esas son ejercidas por individuos (de izquierda o derecha) fuera del poder, que resulta lo más aberrante: el individuo reproduciendo el poder a partir de sí mismo hacia todos los puntos.