Por estos días, al atender la política nacional, queda una impresión de esterilidad, de esfuerzo nostálgico, una suerte de reflejo de esa forma tan tica de moverse sin vencer los egoísmos, sea, sin fijarse en el otro para notarlo, considerarlo y complementarse recíprocamente. Cada quien para su saco, que aquí, entre pigmeos, lo que importa es sembrar pica –léase: asegurar un “huesito”−.
Asombra, y no poco, que los “partidos” emergentes de corte progresista se muevan como si las próximas elecciones fueran en el 2018. “Tan lento como sea posible”, parece ser su lema tácito. Y tan de espaldas a la realidad que lo único seguro es la victoria del oficialismo. Porque a este ritmo, no es que Liberación ganará las elecciones, es que la oposición las perderá.
Por eso, pensar el futuro inmediato como una prueba, no estaría mal para el votante prevenido. Ver de qué madera está hecho el genio progresista en este país, es lo que sigue. Fijarse más allá de todo este devaneo, asomando entre tanto intento de negociación fracasada, para luego escudriñar entre las noticias superfluas e hilar los posibles escenarios, es lo que toca por estos días.Ciertamente, hoy el progresismo está a prueba. Todo lo que no es Liberación ni se le ha plegado en algún momento, en cuenta el Libertario, y se respeta con un mínimo de coherencia ideológica, se enfrenta a su mayor examen. Unirse o seguir perdiendo de todas, todas.
La diáspora de sectores opositores al neoliberalismo del PLN y sus ad láteres, trátese de Libertarios confesos e inviables, PASES mercantilizados e implosionados o evangélicos y cristianos mercaderes, según toque el turno dictado por el oficialismo, impide consensos, pero no acuerdos. Acuerdos tan necesarios como obligados por las circunstancias, que se imponen como un verdugo que obliga a tomar las salidas que hay, no las que se esperan o desean. Entre el ser y el deber ser, media un desfiladero insondable, que solo el tiempo logra puentear.
No creo ser el único que se pregunta: ¿Qué están esperando para unirse? ¿No han alzado la mirada para ver que la única forma de arrebatar el poder dinástico –al estilo PRI en México−, es mediante la suma de fuerzas interpartidarias.
Persistir en luchas intestinas entre puros pigmeos que se reparten el deshonroso margen de error, o que aún superándolo, no le hacen ni cosquillas al candidato mayoritario ni cuentan con los recursos para enfrentarlo en solitario y aspirar realistamente a alcanzarlo en tres meses, es darle la espalda a los escasísimos e interesantísimos cuadros que sí lograron despegar, según todas las mediciones estadísticas recientes. Cuadros descontaminados, frescos y muy sólidos en formación política.
¿Para qué sirve un candidato sin nivel de candidato? ¿A qué va tanto esfuerzo que no lleva a nada, o por lo menos no al objetivo al que todo movimiento político aspira: poder? ¿Acaso es que algunos aprendieron la mañita añeja de los liberacionistas que fabrican sus candidaturas para asegurar diputaciones, ministerios o embajadas, como premio de consolación o precio de adhesión, aprovechándose de su vigencia absolutamente circunstancial y por tanto pasajera? ¿Es que realmente alguien todavía cree que puede enfrentar en solitario −para ganarle, pues sino para qué− a Liberación Nacional, esa maquinaria electoralmente formidable que los años de prebendalismo caudillista mantienen aceitada y funcionando? ¿Qué tan difícil es entender que la democracia, a final de cuentas, se reduce a una cuestión aritmética, de números simples? ¿Se tienen o no se tienen los votos?
El reto: unirse o dejarse aplanar. Así de fácil y a la vez, así de complicado.