Provocación

En los últimos días, un mercenario nicaragüense (llamado en el pasado “comandante Cero-tico”, ha estado orquestando una provocación, entre los trabajadores de los pueblos

En los últimos días, un mercenario nicaragüense (llamado en el pasado “comandante Cero-tico”, ha estado orquestando una provocación, entre los trabajadores de los pueblos costarricense y nicaragüense, a tal punto que los ánimos entre ambos pueblos se han calentado). Digo mercenario, porque no lo puedo llamar señor, pues recibió mucho dinero de parte de la CIA. (¿Quiénes han recibido dineros de la Agencia Central de Inteligencia Estadounidense? ¿Por qué lo han recibido?  ¿Para qué lo han recibido?…). Para hacerle daño a nuestra Centroamérica, y en particular a Costa Rica, y también a Nicaragua (claro, ¿para qué otra cosa?); tanto es así que se tuvo que hacer una multitudinaria Marcha por la Paz (¡Paz sí, Reagan no!; ¡Paz sí, guerra no!), auspiciada por don Luis Alberto Monge (en ese entonces Presidente de Costa Rica), Carazo, Oduber, Ferreto, Mora, y un innumerable etc. (¿Se acuerdan de cómo el señor Ronald Reagan, el Presidente de los Estados Unidos en ese entonces, presionó para permitir el tráfico de armas, posiblemente de drogas, y la construcción de aeropuertos clandestinos en la zona fronteriza entre Costa Rica y Nicaragua para el mercenario y su  fracasado Frente Sur?).

El Frente Sur, que el mercenario dirigía -solamente desde algunos hoteles liberianos-, fue una trampa mortal para muchos jóvenes idealistas, de todas partes del mundo, y en particular costarricenses y nicaragüenses, que perdieron su vida ahí. El Frente Sur no tenía posibilidad de éxito: los cerros pelones entre La Cruz y el Lago de Granada no permitían una guerra sostenida contra los criminales de la guardia nacional nicaragüense. Pero el mercenario (o los dos mercenarios, traidores) impulsaron ese frente, y buscaron carne de cañón… ¡claro!: esa carne de cañón era de los hijos de los trabajadores, campesinos, obreros, costarricenses, nicaragüenses, y en general de muchos jóvenes trabajadores del mundo. Los trabajadores no conocen fronteras. Tienen que trabajar para vivir. Está más cerca un trabajador costarricense de un trabajador nicaragüense, de lo que puede estar un trabajador costarricense de un patrón costarricense, o bien, un trabajador nicaragüense de un patrón nicaragüense: porque los trabajadores, ya sean obreros o campesinos o empleados, siempre llevan palo; en cambio los patronos no: muchos de ellos dan palo. En un pasado no muy lejano, nuestros abuelos trataban a los trabajadores como parte de la familia. Los invitaban a comer a su mesa. Les daban aguinaldo. Y algunos otros regalos para que sus hijos pudieran estudiar, crecer y formar la identidad costarricense, que es la que vivimos. Eso no es así en el resto de Centroamérica. En Guatemala, El Salvador, Honduras, en Nicaragua, los trabajadores no son nada: las empleadas domésticas comen de los sobros de la comida de los patrones; los campesinos que siembran y cosechan nuestra comida, ellos mismos no la tienen; los obreros que fabrican zapatos, andan descalzos. En Costa Rica no fue así, producto de la visión y del esfuerzo de nuestros antepasados. Cierto, la riqueza no estaba del todo bien distribuida, pero al menos mejor que en el resto de países del área. Había un Consejo Nacional de Producción, en donde los campesinos llevaban los productos de la tierra, y ahí se fijaban precios; los autobuses pertenecían al Estado; había trenes que traían los productos importados a todo el país, etc. …

Los tambores y trompetas que anuncian guerra no deben  ser oídos por nosotros. Nuestra tradición es civilista. Nada tenemos que ver con los Gorilas (que tienen las manos negras de la sangre coagulada de los trabajadores de sus propios pueblos, que asesinaron con alevosía y ventaja) que todavía mandan al resto de Centroamérica, a pesar de que se esconden.

La guerra, es un azote. Muchos de nuestros jóvenes, hijos de los trabajadores costarricenses y nicaragüenses, morirían por defender intereses económicos que no son suyos propios. Tampoco podemos permitir que ejércitos extranjeros vengan a hacer la guerra: de la misma forma moriríamos.

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