Algo se desdibuja en el imaginario costarricense cuando la política conservadora de la señora Presidenta se transforma en represión contra manifestantes de San Ramón, Puntarenas y de otras comunidades. Lo que sí se representa es la violencia institucionalizada, simétrica con la incapacidad para dar respuestas a la sociedad civil. ¿Qué hacer cuando las instituciones emblemáticas son saqueadas, subastadas al mejor postor, no para una redistribución de la riqueza, no para beneficio común: es para el disfrute y la acumulación de capital de un selecto grupo de empresarios, de transnacionales, de países que “amarran” beneficios y salvaguardan sus intereses con los TLC?
El discurso político-ideológico oculta las intenciones del hablante y este cree firmemente que su verdad es incuestionable: “firme y honesta” se lee en panfletos emblemáticos de propaganda política, ni más ni menos como esta sociedad de consumo que alienta a la juventud al éxito y le da un portazo en la cara porque pocos son los elegidos. La otra parte de la juventud frustrada, incompetente, es desechable, invisibilizada, son los perdedores expulsados del paraíso material.
Seducir a la población con violencia estructurada, tiene mucho de procacidad y falta de escrúpulos. Las demandas sociales no se silencian con garrotazos ni con golpes indiscriminados. La población es consciente de que pocos concentran los recursos y muchos los ven pasar en los “bmw”, que con tanta arrogancia se enorgullece en citar el expresidente Arias.
¿Qué hacer cuando el narcisismo embrutece y se jacta de predicar que el camino está en los saberes científicos, tecnológicos, de investigación e idiomas, para dar el salto soñado hacia el primer país desarrollado de América Latina?
Pareciera que la falacia y la sublimación tienen mucho de cinismo cuando se subraya el desarrollo social. Ese es el discurso ideológico: una maraña de promesas altisonantes que se dibujan en la billetera, es decir, el estafador publica sus éxitos para honrarse a sí mismo.
Es verdad que la violencia es estructural al sujeto y a la sociedad. No obstante, se supone que el Estado garantiza el respeto de los derechos humanos, canaliza las formas de represión institucionalizada. Pero las acciones emprendidas por la Fuerza Pública el 8 de noviembre develan que la represión siempre ha estado ahí, oculta, agazapada con su doble faz: poder y violencia.