Uno de los más grandes retos para los diseñadores urbanos, arquitectos y demás profesionales dentro de la agenda urbana, es que esta no está bien orientada, ya que se busca más la obtención de medidas a corto plazo que “el hacer ciudad”. La ciudad en su conjunto, como organismo complejo, necesita periodos de reflexión relativamente lentos para las actuales pretensiones de crecimiento mal llamado “desarrollo”, el cual está en manos de los promotores del consumo y, por tanto, en detrimento de los criterios del mercado.
Si bien es cierto que tanto la competitividad, sostenibilidad y el desarrollo de nuevas tecnologías, son elementos importantes que forman parte de la agenda de gestión de la ciudad, estos tres no se encuentran actualmente en un mismo nivel de importancia para la toma de decisiones. En otras palabras, la exigencia originada por el contexto competitivo hace que se desarrollen estrategias únicamente basadas en esta, para atraer a una “nueva clase inversionista”, en lugar de apostar realmente por el desarrollo local o llevar a cabo, más contundentemente, políticas con una mayor sensibilidad a los procesos de formación del imaginario urbano. “La competitividad a toda costa”, sigue explicando buena parte de las decisiones políticas a nivel urbano en nuestro país y es el elemento que define el rumbo de los ejes estratégicos.
Por esta razón, en la última década se ha hecho evidente la diferencia entre clientes y usuarios, diferenciación que ha afectado la ya mala situación de las políticas urbanas de nuestro país, las cuales se pretenden someter a una caracterización de mercado: la división entre “usuario de la ciudad”, del “cliente de la ciudad”, cuando estos deberían ser universalmente integrales. Esta lógica resulta ser contraproducente a las dinámicas inherentes de la ciudad, que más bien deberían incorporar la óptica de la cohesión social y todas sus herramientas, tanto desde los diagnósticos como la planificación, gestión e intervención de la misma.
Los objetivos de la sostenibilidad urbana van más allá de la preservación y recuperación propiamente de los espacios verdes, ya que implica un proceso más complejo, que va desde la mejora de las redes de movilidad, redes de servicios y los medios de producción sostenibles y equilibrados, hasta el repoblamiento y la regeneración urbana, la relación entre el modelo económico y cambio climático, y la gestión de la inmigración global en los centros urbanos, y que además estos procesos siempre deben ir de la mano con la integración de la memoria histórica y los procesos de formación de identidad colectiva de la ciudad. En este punto, resulta necesario entender la aplicación transversal de la interdisciplinaridad en las políticas de gestión territorial, pues la complejidad e interdependencia que estas conllevan lo torna indispensable, para obtener una solución integral.
No se trata de promover ciudades competitivas en grado económico, o ciudades sostenibles en grado ambiental o innovadoras en grado tecnológico, sino más bien, la promoción de políticas urbanas que impulsen un equilibrio tanto social, cultural, económico y ambiental, enmarcadas dentro de procesos innovadores, sostenibles y competitivos de forma transversal. Además, estas políticas tendrán que ser capaces de reconocer las diferentes sensibilidades presentes en el territorio y así desarrollar procesos más democráticos y transparentes, con el fin de reconocer a la ciudadanía como actor primario, legitimando su espacio en el proceso de elaboración y, sobre todo, en la ejecución de las políticas territoriales. Solo entonces podremos llegar a desarrollar ciudades verdaderamente integrales.