Ambos bandos cometen actos repudiables. El no reconocimiento por parte de muchos palestinos con respecto a Israel, Estado fundado en buena medida por víctimas del mayor genocidio de la historia, resulta ofensivo, y que se diga que debe ser echado al mar, repugnante. Asimismo, el hecho de que los milicianos de Hamas y otros grupos se parapeten y camuflen en medio de su propia población civil irrespeta flagrantemente la Convención de Ginebra, igualmente, asesinar a dos estudiantes israelíes a sangre fría jamás tendrá justificación alguna. Israel por su parte no duda en combatir empleando un ejército de los más mortíferos del mundo (cuya víctima fue anteriormente también la población civil del Líbano), contra una fuerza armada infinitamente inferior a nivel bélico, en un contexto de sitios urbanos densamente poblados, lo cual desde luego se traduce en una verdadera masacre de civiles inocentes, a esto debe sumarse la colonización solapada de Cisjordania, a contrapelo de los dictados de la ONU y de las mínimas normas de convivencia.
Sopesando los hechos, podría decirse que la balanza se inclina más del lado palestino, aunque por supuesto con las claras atenuantes expuestas y otras más. Un problema capital sin duda lo representa el recurso siempre violento que usan Hamas y otros grupos. Multitudes en el mundo condenan los bombardeos israelíes, pero sólo francas minorías están dispuestas a apoyar organizaciones políticas que atentan contra civiles, que lanzan cohetes a caseríos, y que han abrazado la repudiable idea de lanzar a Israel al Mediterráneo. Y el tópico no es sólo humanitario, sino esencialmente político; siendo tal concepto una mecánica de fuerzas sociales y una pugna por conferir un carácter dado a instituciones y relaciones sociales. Los palestinos ocupan ganarse el apoyo (y la alianza) no de pequeños grupúsculos en las universidades europeas, árabes o latinoamericanas, sino de las mayorías de los diferentes países, a las cuales deben convencer para que ejerzan una presión política en sus estados, también deben persuadir a los organismos internacionales, cosas muy difíciles mediante las tácticas usuales de los grupos armados de Palestina. A esto se suma incluso un tema pragmático: la tremenda desigualdad de fuerzas, que los palestinos dobleguen militarmente al ejército israelí representa una posibilidad sencillamente nula. A lo anterior se añade el hecho de que ni China ni Rusia, incluso ni el propio Irán, están dispuestos a arriesgar sus intereses y su geopolítica en pro de un apoyo más que verbal a Hamas.
En un contexto así, ¿no convendría más abrazar la filosofía de la resistencia activa pacífica y la no-violencia de Mahatma Ghandi y olvidar los cohetes Qassam? Del lado israelí hay algunos gestos esperanzadores, pueden citarse manifestaciones en el propio Israel, en las que miles de judíos repudiaron los ataques de Israel contra Gaza y dijeron que el judaísmo es religión de paz, algo que fue olvidado por muchos medios globales, en un olvido que paradójicamente termina ayudando a los prejuicios y al antisemitismo. Definitivamente el valioso legado político de Ghandi puede y debe ser retomado, no sólo por los palestinos, sino también por los propios israelíes, muchos de los cuales quieren la paz y repudian la guerra. El Ahimsa ghandiano puede anular una dinámica en la que el odio se retroalimenta y crece merced a las dos partes. ¡Shalom!. ¡Salaam!. ¡SHANTI!.