Samsara

Tachi, monje budista, después de permanecer tres años, tres meses, tres semanas y tres días en una caverna oscura, en profunda meditación, no se

Tachi, monje budista, después de permanecer tres años, tres meses, tres semanas y tres días en una caverna oscura, en profunda meditación, no se encontró a sí mismo. Como acontece con las obras maestras, Samsara sugiere varias interpretaciones. Puede entenderse como el desgarramiento interior producido por la incoherencia ante las opciones personales, libres o impuestas. En esta interpretación Tachi sería el primer protagonista El monasterio no lo satisface, pero luego, tampoco el amor de una mujer, ni el hijo, ni las labores agrícolas. Cuando recibe una carta póstuma de Apo, su guía espiritual, intenta regresar al monasterio, pero termina espiritualmente destrozado, revolcándose de dolor sobre las piedras, bajo la mirada implacable de las cumbres del Himalaya. Pero supongamos que la protagonista sea Pema, la esposa de Tachi.

 

 

Si Tachi representa la espiritualidad monástica, Pema encarna la espiritualidad de la vida cotidiana; no necesita huir del mundo sino gozar la vida para encontrar la purificación. Para los monjes, el placer erótico es engañoso, y los cuerpos que se aman son en última instancia esqueletos, precadáveres que se abrazan. Pema no teoriza sobre el amor, lo goza con naturalidad y trasciende al infinito solo con vivir. Su diatriba contra Tachi, cuando éste se encuentra a pocos pasos del monasterio al que ha decidido regresar -abandonando a su familia al igual que Buda- es un fuerte alegato contra la vida monástica y la ascesis (la pretensión de liberar el espíritu mediante la mortificación de la carne y el autodominio).

Samsara, película sobre el budismo tibetano, presenta costumbres y símbolos cuyo significado a veces escapa a quienes vivimos en este lado del mundo y hemos heredado otras tradiciones religiosas. No obstante, nos cautiva porque -además de su alta calidad estética- ofrece una crítica profunda del budismo y la vida monástica en general. Hoy las religiones orientales ganan prestigio y seguidores en poscristianos decepcionados, sedientos de una vida espiritual que no encuentran en su fe de origen. Samsara puede servirles para meditar hacia donde caminan. No es imposible que se dirijan al lugar al que no quieren volver. Quizás sea bueno recordar que la espiritualidad monástica, que tanto ha influenciado al cristianismo del siglo IV en adelante, y tanto peso ha tenido a lo largo de la historia de la Iglesia, no es de origen cristiano. Algunos la consideran originaria de la India. Ciertamente hubo monjes en Palestina, en tiempos de Jesucristo. Son los esenios, grupo monástico que practicaba el ascetismo, el celibato y la comunidad de bienes. Sin embargo, Jesús no fue monje ni asceta ni sacerdote. Se debe a la influencia monástica que el Nazareno y su evangelio aparezca desteñido por el ascetismo. Pero Jesús fue un laico que disfrutaba los banquetes, las bodas, las comidas al aire libre, la amistad de las mujeres, la cercanía de los niños y se rodeó de gente sencilla y «mal portada». Su estilo de vida se parece más al de Pema que al de Tachi.

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