Senectud y política

De algunos candidatos  apasionados por la presidencia conocemos sus trayectorias; otros, hasta hoy, no han gozado del poder para demostrar de lo que son

De algunos candidatos  apasionados por la presidencia conocemos sus trayectorias; otros, hasta hoy, no han gozado del poder para demostrar de lo que son capaces.

Algunos  se han destacado por haber vivido de sus partidos, de la Deuda Política, o del Estado, sus años más fructíferos sin dar nada a cambio, y sin dar muestras, desde sus posiciones de privilegio, que fueran capaces de corregir en algo el rumbo incierto, corrupto y decadente  del sistema que  se empeñan en sostener.  Han vegetado usufructuando el  poder que adquirieron relativamente jóvenes y hoy pretenden, sin prueba de méritos para ello, cerrar su exigua producción ciñéndose la banda presidencial.

La incertidumbre, corruptela y decadencia que ahogan al país son asuntos delicados. Para seguir hundiéndonos cualquiera de los candidatos es bueno; incluso ninguno sería aún mejor, pensando en «ninguno» como no votar  para deslegitimar al sistema y sus corruptos.

Las cosas estarían mejor si aprendiéramos a autogobernarnos y nunca hubiéramos elegido a los gobernantes que hasta hoy hemos tenido; pero la pantomima electoral exige esa figura, y los que votan se complacen en elegirla viendo en ella méritos y posibilidades, hasta hoy, probadamente inexistentes.

Aceptemos que un cambio hacia la superación y la honradez en la función pública no está para  funcionarios ya agotados e ineficientes, que −al borde del principio de su decadencia como seres humanos− buscan gobernarnos para saciar su vanidad, afán de poder, nepotismo y mil intereses que nada tienen que ver con una función pública noble y honrada.

Las obras de los grandes hombres de todos los tiempos se gestan cuando sus órganos vitales gozan de la máxima potencia; eso es una ley fatal en ciencias, artes, deportes, y en todas las actividades humanas que requieren un cerebro limpio, un corazón valiente y digno,  nervios y músculos fuertes; clímax que se alcanza siempre, con raras excepciones, mucho antes de los 40 años, edad a partir de la cual sobreviene la pereza, las ansias de vivir tranquilos y sin grandes sacrificios. Nivelándose con  el Statu quo se cambian  ideales  de la juventud  por el bienestar propio, para que la decadencia de la vejez sea menos amarga.

Ciertamente habrá más experiencia en las personas mayores; pero, ¡cuidado!  En política, y casi exclusivamente en política, la realidad es diferente; la experiencia en política incluye también la experiencia sucia adquirida como formas de engañar al pueblo, de robar, mentir, ser injustos… seguir siendo malos. Por eso en política, en los puestos de mando, al contrario de las ciencias y las artes, domina una senectud poseedora de esas «habilidades» tan despreciables, contra una juventud que aún las desconoce.

Este criterio jamás será compartido por los dueños del poder en cualquier ámbito del Estado, porque ya no son jóvenes; pero es tan válido como que la misma naturaleza humana lo comprueba y lo define.

Veamos al respecto el pensar del gran José Ingenieros: «Toda sociedad en decadencia es propicia a la mediocridad y enemiga de cualquier excelencia individual; por eso a los jóvenes originales se les cierra el acceso al gobierno hasta que hayan perdido su arista propia, esperando que la vejez los nivele, rebajándolos hasta los modos de pensar y sentir comunes a su grupo social. Por eso las funciones directivas suelen ser patrimonio de la edad madura; la ‘opinión pública’ de los pueblos, de las clases o de los partidos, suele encontrar en los hombres que fueron superiores y empiezan ya a decaer, el exponente natural de su mediocridad. En la juventud son considerados peligrosos; solo en las épocas revolucionarias gobiernan los jóvenes; la Revolución Francesa fue ejecutada por ellos, lo mismo que la emancipación de las Américas. El progreso es obra de jóvenes minorías ilustradas y atrevidas.  No existe pues la falta de respeto que, en sus vejeces, señalaron Platón, Aristóteles y Montesquieu. Afirmar que por el camino de la vejez se llega a la mediocridad es la aplicación simple de una ley general que rige todos los organismos vivos y los prepara para la muerte».

Resulta entonces antinatural que ciertas críticas pretendan disminuir a algún candidato debido a su juventud, menor historial político, o porque no hayamos visto (por esas razones) aún su obra. De otros candidatos tampoco hemos visto obra alguna; o más bien, hemos visto, por desgracia, muchas de sus «obras».

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