Los pueblos hacen a sus héroes, no importando la magnitud de su obra ni la trascendencia de los hechos que realizaron. Por ello, muchos de sus nombres quedaron en el olvido a la vera de un camino polvoriento o de un monumento semienterrado. Otros, los más grandes, permanecen en el ideario y vivir de las gentes. También ocurre lo contrario. Seres que hasta hace poco eran fiel espejo de la crueldad, la ignominia y el terror, ahora son alabados y reconocidos por sus pueblos como libertadores y padres de la patria.
Por otro lado, el despertar de la conciencia de los pueblos hacer surgir como héroes a personas que no tuvieron tanto reconocimiento en épocas pasadas, como lo estamos viviendo en Costa Rica con el caso de Juan Rafael Mora.
Pero aparte de los héroes locales o regionales, existen aquellos cuyas hazañas trascendieron sus fronteras y son reconocidos como tales por millones de personas, sin importar el número de sus detractores ni los hechos cuestionables de sus vidas.Johnson en su libro, se ocupa por ejemplo de Alejandro Magno, Julio César, Boudica, Enrique V y Juana de Arco, Santo Tomás Moro, María Reina de Escocia, Isabel I, Washington, Nelson y Wellington, Lincoln y Robert Lee, Wittgenstein, Churchill y De Gaulle, Mae West y Marilyn Monroe, Reagan, Tatcher y por último, Juan Pablo II. En su clásico “Los héroes”, Thomas Carlyle tomó como modelos las vidas de Odin, Mahoma, Dante, Shakespeare, Lutero, Knox, Johnson, Rousseau, Burns, Cromwell, y por último, Napoleón.
En nuestra América Latina, hay un héroe que sobresale entre los demás, Simón Bolívar. Describir su magna obra en unas pocas líneas es tarea vana e imposible. No solo fue, como dice Unamuno “maestro en el arte de la guerra y en el de hacer patrias”, sino que descolló en múltiples facetas. Como cualquier ser humano, tuvo sus debilidades y errores costosos. Se le acusa de entregar a Francisco de Miranda, gran precursor de la independencia, a los españoles. Se trató de un episodio nebuloso cuando el Generalísimo había acordado rendirse al general español Monteverde y se preparaba para embarcarse en una nave inglesa. Bolívar y otros patriotas consideraron lo anterior una traición a la patria y entre el pueblo corría el rumor de que Miranda escapaba con parte de la fortuna del gobierno. Fue un episodio lamentable y a ello contribuyó la mala relación que hubo entre el anciano Miranda, lleno de gloria europea, y un impetuoso joven Bolívar que se asomaba a la inmortalidad.
El decreto de guerra a muerte a los enemigos de la liberación del yugo español fue un mal necesario. El terror desatado por los realistas exigió actuar drásticamente para evitar el pillaje, los saqueos, los asesinatos y el encarcelamiento de todos los ciudadanos que apoyaban la libertad. Se ha dicho que Bolívar fue un tirano ávido de poder, descontextualizando algunas de sus célebres frases. Pero hay cientos de ellas que demuestran, junto con su proceder, su vocación democrática. Así, por ejemplo, el 2 de enero del 1814 afirmaba: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos”. Catorce años después se dirige a los ciudadanos de la Gran Colombia declarando: “Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo”. Pese a su gloria miliar, nunca fue un militarista y más bien advirtió en carta a Madariaga que “el sistema militar es el de la fuerza, y la fuerza no es gobierno”. Ahondando en este pensamiento, escribe a O´Leary: “Es insoportable el espíritu militar en el mando civil”. Bolívar no creyó en aferrarse al poder. En el discurso al Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819 escribió: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder”. En este mismo sentido, cuatro después escribió a Santander: “Es una manía miserable el querer mandar a todo trance”. Y en carta al Dr. Castillo Lara, el 13 de setiembre de 1829, afirma: “En los gobiernos no hay otro partido que someterse a lo que quieran los más”. Las citas de este último párrafo dan muestra fehaciente del verdadero Bolívar, del gran héroe americano, que por conveniencia política o por ignorancia, el presidente Hugo Chávez desconoce. Y que otros, como apareció recientemente en un periódico nacional, al igual que hizo Marx en el siglo XIX, denigran del genial caraqueño, sin esperanza alguna de arañar su gloria imperecedera.