Los filósofos también tienen la función social de contribuir a la creación de un clima de pensamiento claro y racional. J. Glover.
Desde su aparición, el anticomunismo ha desempeñado en América Latina una triste e inhumana función: servir de cobertura ideológica a nuestras oligarquías, a los grupos de poder económico-político en su lucha contra cualquier intento de modificar un statu quo hecho a su medida; o lo que es lo mismo, en perjuicio de las grandes mayorías de este sufrido continente. Cuando el sistema educativo, la religión y los medios de comunicación han resultado insuficientes para contener las ansias de una vida mejor de esas mayorías, los que detentan el poder no han dudado en recurrir a la violencia pura y dura. El ejemplo paradigmático de esto último fue la dictadura argentina que, amparada en el Plan Cóndor apadrinado por EE. UU., persiguió, torturó y desapareció-asesinó a miles de personas. Los responsables de esos crímenes contra la humanidad, escudados en la falacia de la obediencia debida aprobada por políticos democráticos, quedaron impunes.
Guardando las distancias, el anticomunismo ha hecho furor en Costa Rica desde la misma aparición del PC. Fue ingrediente clave del golpe de Estado y dictadura de Figueres (1948-49). Durante la II República, tan alabada, fue el cemento de “la asfixia ideológica y sopor cultural” (Molina y Palmer, 2011; 138) en que se sumió la sociedad costarricense. La paranoia anticomunista era tal que Ulate acusaba a Figueres de comunista y Orlich hacía otro tanto contra cartagineses que protestaban por cobros abusivos. El tándem políticos-oligarquía veía comunistas hasta debajo de las piedras. En ese ambiente surgió la ominosa organización neofascista Costa Rica Libre. El clímax se alcanzó durante la convulsa década de los 80.
El fin del ‘socialismo real’ hizo concebir la esperanza de que, en adelante, las legítimas demandas de la ciudadanía por una vida mejor no fueran ensuciadas con el sambenito de comunistas. La desaparición de la URSS había arruinado definitivamente el falaz discurso de la guerra fría… Ingenuidad en un mundo dominado por una nueva dictadura: la política neoliberal. Y en Costa Rica lo estamos comprobando.
La encuesta publicada el pasado 16/01 en La Nación (LN) evidencia un grado de incertidumbre en el electorado; una suerte de impasse en el comportamiento político-electoral de los costarricenses. Que Villalta encabece la encuesta no hace sino confirmar un estado de ánimo: la ciudadanía en su conjunto, a partir de una experiencia generalizada que no puede ser ocultada por los discursos (inseguridad, brecha social, corrupción, etc.), comprende que el modelo de “desarrollo” neoliberal no debería continuar. El Frente Amplio representa una esperanza. Por eso lo más retrógrado de las fuerzas económico-políticas encabezadas por LN se ha dado a la infame tarea de meter miedo, difamar y mentir desenterrando el hacha del anticomunismo. Cuál será el grado de paranoia, que empresas como Avon −que debería callar por las condiciones en que tiene a sus trabajadoras− se atreven a amenazar. En Sardinal de Carrillo un coche con megáfono del PLN trataba el otro día de asustarnos con el comunismo.
Lo trágico es que en esta campaña sucia estén metidos de lleno intelectuales. En LN un día sí y otro también se desarrolla una campaña anti FA, contraria a los elementales principios de la independencia y la objetividad que proclama. La única excepción hasta el momento ha sido Iván Molina (LN 17/01). Mientras tanto, otros intelectuales que deberían sentirse concernidos por la obligación de auspiciar luces, de crear −como decía Glover− un clima de pensamiento claro y racional, guardan silencio. No se trata de alinearse con un partido, sino de denunciar la mentira y manipulación del electorado. Después de todo, también a nosotros nos alimenta la gente. Dixi et salvavi animan meam.