Al respecto de una Costa Rica de los tiempos recientes, bien se podría conversar al cántico y ritmo de un réquiem, que demanda tanto nuestro pesar como nuestro luto.
Hemos visto cómo los valores de solidaridad y altruismo se han ido escondiendo bajo las capas de la suciedad que produce la apariencia del progreso.
Hoy se está cayendo en los ridículos de demonizar el tabaco y a su vez permitir el predio. Se incurre en el absurdo de prohibir el fumado, pero a su vez permitir el estrés de un brechismo que está en la base de la ansiedad que impulsa al fumador al uso excesivo del cigarrillo.
El medio se ha contaminado de lo absurdo, de lo irrelevante y mucho peor, de lo evasivo. La condición de nuestras minorías étnicas, por otra parte, no puede estar peor. A pesar de ello, el valor meseteño actual, se regocija en la apariencia de un progreso, que es tantas veces la letra de una ley carente de un espíritu tanto universal como humanista.
Se buscan establecer prohibiciones de lo relativamente inocente y entronizarlas como males absolutos. Por otra parte no se habla en los periódicos matutinos de la explotación laboral del migrante nicaragüense. De nuevo, como es también el caso del estrés social, la explotación ya no es un tema de conversación, ni se ejecuta inspección alguna al respecto de los establecimientos que lo practican.
Quizás se debería invertir un poco más de dinero para financiar aquellas investigaciones, que indaguen al respecto de las epidemias de ansiedad, depresión y psicotismo, que de acuerdo con las estadísticas del dispendio farmacéutico de la Caja, vienen en aumento, desde hace más de cinco años.
No se puede ya denegar los datos provenientes de las ciencias sociales que indican que el capitalismo neoliberal está proliferando la pobreza a la vez que produce la riqueza. Viendo las fotografías de principios de siglo de nuestras gentes en las paredes del Multiplaza del Este, a la salida de la Librería Universal, nos invade una profunda nostalgia y añoranza por aquellos tiempos cuando nuestro pueblo aun encarnaba los valores y sentimientos de virtud, limpieza y bienestar en sus caballeros y sus damas pertenecientes, a la clase media y a la burguesía.
Habría que salir de la ciudad para encontrar su equivalente socioeconómico. La clase media de nuestras ciudades está hecha añicos. Los que visten y viven bien, son ahora los demás. Y estos son aquellos que tienen carros para vivir fuera de la ciudad, recluidos en esos encierros voluntarios de que nos habla Zygmund Bauman, y que hoy en día se suelen llamar condominios. Contagiados por un falicismo simbolizado a través de sus interminables desfiles de automóviles pagados a crédito, esa clase social se caracteriza por la ausencia de un valor ontológico humanista.
Esas clases sociales nuevas que se autodenominan burguesía y que existen en contraposición brechista para con la clase media, son consecuencia del deterioro que derrumbó a la clase dirigente del país. No se ha querido aceptar que las dirigencias también han cometido la ofensa de destruir esa Costa Rica maravillosa de la primera mitad del siglo XX. Nos deben una Costa Rica robada. Y pobres gentes, esas que se llaman la nueva burguesía, pues hoy en día se han convertido en auto indulgentes, conformistas, superficiales, acéfalas, e irrelevantes.
Escondidos muchos de ellos detrás de un computador, como usuarios de una nueva tecnología, sustituyeron sus mentes por un programa cibernético y sus almas por un aparato celular. Se pasan el día entero enviándose correos electrónicos de mensajes tipo cine corto, que profesan una espiritualidad superflua, vacía y extranjerista. Habiendo huido de sus religiones nativas, viven sumidos en un materialismo que carece de fondo filosófico y por ende de relevancia universal.
Lo más triste es que mi generación fue utilizada para importar ese neoliberalismo económico y pecó de obediente, conformista y carente de valor crítico intelectual. ¡De Lacrimae Rerum, de las cosas que producen llanto! Eran entonces solamente jóvenes también, que no encontraron alternativa alguna, que la de someterse al modelo económico predominante de su periodo. ¡A veces no se puede inculpar a nadie del ocaso de nuestra civilización y de la ausencia de maravilla que ostenta ahora nuestra cultura! Ciertamente si debemos comentar que algo ha ocurrido que no es deseable. Asombra como el principal periódico del país aplaudió el golpe de Estado en una vecina república durante las primeras dos semanas. No fue sino hasta que comenzaron los diálogos de paz de San José, que cambiaron su tono, tan poco cortés como civilizado.
La conversación periodística parece denotar una ausencia de lo costarricense y a la vez nos inunda con la sospecha de que se llevan a cabo arreglos informativos a espaldas nuestras. Todos estos síntomas indican que se nos ido el país de las manos. Tengo 67 años de edad y es la primera vez que presencio el hecho insólito de que la prensa nacional aplaudiera el golpismo centroamericano.
No vayamos a creer que ese mundo empresarial no es también muy violento. La famosa democracia que nos prometieron hace treinta años, no es más que una falsificación de los valores sobre los cuales fue construida la verdadera Costa Rica de ese antaño tan exquisito.