¿Somos tan diferentes?

Tanto afirmamos y repetimos que somos diferentes y mejores que el resto de los países centroamericanos que terminamos creyendo que nuestra diferencia y bondad

Tanto afirmamos y repetimos que somos diferentes y mejores que el resto de los países centroamericanos que terminamos creyendo que nuestra diferencia y bondad son intrínsecas, o sea, que Costa Rica es diferente porque los ticos nacemos mejores, porque Tatica Dios nos hizo así.

Creer que nuestra diferencia es intrínseca nos impide examinar cuáles fueron las condiciones que permitieron esa diferencia y ver qué fue lo que hicimos para ser diferentes o mejores. Veamos un ejemplo.

Damos por sentado que ser tico equivale a no tener ejército. De hecho, en los periódicos de principios de siglo ya se encuentra el lema Costa Rica, más maestros que soldados, a pesar de que en esas época sí hay ejército, lo que muestra que la institución castrense no fue una prioridad de nuestros gobernantes. Por lo tanto hay que preguntarse qué nos hace, o nos hizo, poco proclives a lo militar.

La respuesta está en las condiciones históricas de los factores y medios de producción en el momento de nuestro nacimiento como país.  En efecto, en los demás países centroamericanos las elites o clases dominantes, para poder apropiarse de las tierras productivas y luego sacarles el rendimiento deseado, desalojaron a los campesinos e indígenas a balazos. Entre estas masacres brutales resaltan las de Guatemala y El Salvador. La expoliación, la violencia, los asesinatos y masacres aleccionadoras sirvieron no sólo para apoderarse de la tierra sino para tener grandes cantidades de mano de obra siempre disponible. Esto instauró en esos países desde el principio un agudo antagonismo de clase donde los desheredados luchan constantemente por reducir su explotación y las pequeñas elites se ven obligadas, para proteger su propiedad y su seguridad, de recurrir a los militares. Por esa razón, en casi todos los países centroamericanos, exceptuando Costa Rica, el ejército nació como una guardia pretoriana para guardar los bienes de los ricos.

En Costa Rica fue distinto. Claro que también hubo vasallaje y expoliación. Sin embargo, por las condiciones económicas y demográficas tanto de los indígenas y campesinos como de las elites, el proceso pudo hacerse con mucho menos violencia y con un costo mucho más bajo en vidas humanas, lo que generó un antagonismo mucho menor. Si bien nuestras elites no contaron con la mano de obra barata y abundante de los otros países y eso les impidió acumular el mismo grado de riqueza, tampoco contaron con un antagonismo de clase o étnico feroz y por lo tanto no se vieron obligadas a recurrir a lo militar y a formar una guardia pretoriana para defender sus bienes, por lo que pudieron tranquilamente dedicar esos recursos a inversiones sociales como educación y salud.

En estos momentos las condiciones que nos permitieron ser pacíficos y mejores se han deteriorado drásticamente. Si no hacemos desde ya y durante los próximos quince años masivas inversiones sociales, pronto viviremos espirales de violencia y crueldad parecidas a las del resto de Centroamérica. Quizás suena tremendista, pero por favor tomen nota, pues no habrá entonces bondad intrínseca que nos salve.

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