Barakaldo (España), Amaia Agaña, de 53 años, una esposa que junto a su esposo trabajaba para vivir. Pero su casa la tenían que entregar a los Bancos, porque no podían superar la mora sobre la hipoteca. “ Si no puedes pagar, pierdes la casa, ésta pasa a los Bancos y tú a la calle”. Y Amaia sabía que la policía y los banqueros se acordonaban alrededor de la casa, los guardias empezaban a forzar la puerta. Éstos se sorprendieron al ver caer precipitadamente hacia el vacío a la señora Agaña; víctima de la desesperación había saltado desde el balcón del cuarto piso de su casa. Era el 9 de noviembre de 2012.
La noticia da la vuelta al mundo. Y es una lección para todos los países, y para todos los hombres de buena voluntad. Morir por ver esfumarse el hogar por el que has luchado tantos años, ver esfumarse el núcleo físico que te cubría del frío de tantos inviernos y del calor de tantos veranos; te encuentras de un momento a otro desplazado a la nada social, porque la misma ley estatal (en este caso Bancaria) te exige abandonar la que ha sido tu casa. Llorar desde el alma e intentar escapar hacia un mundo sin dolor, porque este mundo en el que vives los comerciantes y empresarios y los banqueros lo vienen convirtiendo y ya lo han convertido en sólo habitables para las cuentas, las cajas fuertes y los cajeros automáticos.
Si he acudido a hacer recuerdo de este acontecimiento acaecido un viernes de noviembre de 2012, es para instar a la meditación a quienes teniendo poder de voz y mando cultiven para sí y para quienes dirigen actitudes y políticas humanas y humanizantes y para que comprendan como realidad de sus funciones, y como compromiso moral, el hecho de no confundir el progreso social con el exterminio de los seres humanos. En efecto, las condiciones mínimas para la vida (comida, trabajo, abrigo) están en proporción directa a las necesidades básicas que todo ser humano debe tener la oportunidad de ver satisfechas. Sabemos que el egoísmo humano tiende a confundir la satisfacción de las necesidades: el acaparamiento de bienes, lejos de colaborar con las necesidades humanas, exagera y perpetúa de la manera más villana las diferencias y las desventajas antes las contrariedades que la vida y el mundo ofrecen.
Ningún Estado, ni autoridad está legitimado para eliminar los bienes y condiciones que resguardan la existencia y el sostenimiento de la vida y de las generaciones. Quien lo intente y quien lo haga, no sólo atenta contra las necesidades del hombre, sino atenta contra el ser humano mismo, contra la vida misma. Los Bancos no pueden proceder en nombre de leyes económicas y de abiertos o sutiles planteamientos que les reporten ganancias a partir del mantenimiento de las condiciones de injusticia y de desigualdad, las cuales a la larga terminan por identificarse con el desaliento colectivo hacia la vida humana. Actuar así, no importa quién o cómo lo promueva o justifique, puede que sea políticamente procedente, económicamente conveniente, pero los genocidios de toda especie, incluso los más sutiles, no sólo no deben ser admitidos sino que también deben ser reformados y substituidos por instituciones humanizadas y humanizantes. Los Estados y sus diversas autoridades son los primeros encargados de la defensa de la vida humana, sea esta individual o colectiva. La responsabilidad de los Estados, de los poderes públicos y de las Bancas, se personaliza en quienes ostentan el ejercicio del poder. Los gobernados, en tanto que seres sufrientes, pueden ser arrastrados por la desesperación y no sólo exigir explicaciones a quienes les gobiernan, también pueden destituirles por valor moral y social y pueden llegar al desesperante y agónico acto de cobrarse las vidas de los responsables.
Finalmente, la vida humana es respetable. El valor del dinero depende de acuerdos sociales, el papel o la moneda son hijos de los acuerdos, pero las vidas humanas no corresponden ni se deben a las leyes económicas ni a las inflexibilidades ni proyectos rentables, teóricos, militares, revolucionarios ni políticos. El ser humano es un ser central y no accesorio. Ningún ser humano ni sociedad es una verruga o una gripe a la cual se puede extirpar o eliminar. Los seres humanos no pueden ser tratados como verrugas o como puntos estadísticos que sufren desviaciones estándar. La paz depende de la justicia, siempre ha sido así y siempre lo será. El deber moral y el sentido moral de quienes gobiernan se establece de acuerdo a estas consideracion