Teatro y Machismo

En el Semanario del 8 de junio apareció un artículo que reseña el estudio «Imagen de la Mujer en el Arte Escénico Costarricense”. No

En el Semanario del 8 de junio apareció un artículo que reseña el estudio «Imagen de la Mujer en el Arte Escénico Costarricense”. No tengo acceso al texto completo; supongo que el resumen de la periodista es fiel y exhaustivo. Se dice que el estudio “reveló” que este servidor (entre otros) “reproduce un sistema patriarcal que genera violencia y discriminación contra las mujeres”, y que mi puesta se hizo desde una visión androcéntrica, es decir, “desde la perspectiva masculina del director y alejado de una conciencia de género”. Esto último es simplemente una acusación y no una hipótesis comprobada, pero revisemos qué he hecho en teatro en relación con el tema del género.

De unos 35 espectáculos que he hecho en 37 años de ejercer la dirección teatral, diez han tenido el tema de género como central. 1974: adapté Lisa, de Augusto Boal, asistí al director Atahualpa del Cioppo; un espectáculo contra la falocracia; exigía que la lucha contra el poder y el militarismo partiera de dar un lugar central a la mujer y a su liberación.

1978: adapté y dirigí La locandiera, de Goldoni, una comedia en torno al asedio de hombres poderosos contra una mujer. 1982: adapté y dirigí No se paga, de Dario Fo, una comedia sobre la lucha de la esposa de un obrero para hacerlo reconocer que ella es doblemente explotada. 1986: escribí y dirigí Juana de Arco, un drama sobre la joven quemada viva por retar el poder político, el de la iglesia y el masculino. 1987: adapté y dirigí Partes femeninas, de Fo, sobre la doble explotación de la mujer. 1990: dirigí Historia de Ixquic, de Rubén Pagura; Ixquic es la defensora de la vida, frente a los hombres que detentan el poder político, militar y religioso. 2000: escribí y dirigí Mujer en las dunas, basada en la novela de Kobo Abé, en torno a género, relación de pareja, y sentido de la vida. 2004: dirigí Mujer y carnicero a partir de textos de Heiner Müller, sobre la violencia de género. 2010: escribí y dirigí Odisea para teatro de muñecos, donde se revaloriza la imagen de Penélope.

Y llegamos a la escena del crimen.  En 2009 dirigí Casa de Muñecas, para el Proyecto Ibsen, de la Defensoría de los Habitantes y el PNUD, y del cual fui Coordinador Regional.  Con esa obra llegamos hasta 16.425 jóvenes de todo el país. El espectáculo, concebido como parte de un proceso pedagógico que diseñamos con la asesoría del INAMU, la Dirección de la Mujer de la Defensoría, Paniamor, y el Instituto Wem sobre masculinidad, fue la motivación inicial para decenas de talleres en los cuales las personas jóvenes escribieron nuevas escenas, poemas, cuentos, representaron finales alternativos de la obra, hicieron murales, discusiones grupales, etc., apoyados en una revista elaborada por nuestro equipo a partir de la puesta, y dirigida a la población juvenil, llamada Otro mundo es posible. Sobre todo esto hay vasta información, archivos y registros audiovisuales.

Supongamos que mi trabajo ha sido equivocado; pero «alejado de la conciencia de género» no creo, a menos que eso sea no coincidir con el decálogo oculto de los investigadores. ¿Pero qué fiabilidad tiene el estudio para demostrar que lo que he hecho es reproducir estereotipos machistas? Reconozco el derecho de estar en desacuerdo con todo lo que hice artísticamente, pero lo que aportan allí no son pruebas de nada, sino solamente un conjunto de adjetivos maniqueístas, sacados de sus preferencias personales. Incluso el cuestionario enviado a los directores es de una pobreza pasmosa; preguntitas de examen de colegio, insuficientes, mal formuladas, circulares, forzando la respuesta:  ¿Cuál es el mensaje de la obra escrita? ¿Piensa que el mensaje puede ser sexista? ¿El mensaje de la obra en relación con el texto produce prejuicios de género?¿Existe en la puesta elementos que promueven la violencia contra las mujeres?  Si fuese así cuáles son?, etc.

Ni siquiera se preocuparon por investigar qué opinaba ese vasto público que fue al espectáculo; en qué consistió el proceso pedagógico para el cual se hizo esa puesta, qué efecto produjo la puesta en ese proceso, etc. Les basta su propia opinión. Incluso el espectáculo que al fin muestran como modelo a seguir es… ¡el que hizo una de esas personas investigadoras!  ¿No resulta de un candor conmovedor? Actúan de forma divertida: primero demuestran que lo demás es basura machista según sus criterios, y concluyen que sus propias creaciones son lo único digno. Al menos tienen la autoestima saludable.

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