Testifico por el FEES

No es que mi padre no se ocupara de su parte, simplemente no contó con la «suerte» de mi madre que tenía sexto grado.

Nací en una familia de escasos recursos, cuyo sostén económico fijo durante mucho tiempo era el salario de mi madre, quien laboró durante 25 años como servidora doméstica en escuela primaria.

No es que mi padre no se ocupara de su parte, simplemente no contó con la «suerte» de mi madre que tenía sexto grado. Su escaso tercer año de primaria y la vida en medio rural, limitaron siempre otras posibilidades, por lo cual no pasó de peón de finca.

Permanecí hasta mi quinto año de vida en una zona de difícil acceso, la cual hoy ha tenido auge por el turismo, Río de Negro de Cóbano, del otro lado del Golfo de Nicoya, en la Península pero del lado de Puntarenas. Cerca de Montezuma, Malpaís, pero aquellos tiempos eran otros, pocas actividades permitían surgir y salir adelante. Para esa época mi familia se trasladó a Esparza. Tampoco era ciudad, pero el ambiente era distinto. Ahí mi papá, lejos de sus amigos, buscó nuevos aires y trabajó como peón de mantenimiento en dos empresas; mis hermanas mayores también empezaron a trabajar y la situación de la familia se sostuvo.
En medio de todo, las aspiraciones de mi hermana mayor de estudiar en la UNED no fructificaron y mi hermana menor no pasó de décimo año. Con el transcurrir del tiempo la primera lograría insertarse en la CCSS y estudiar «después de vieja» para afianzar su puesto; la segunda heredaría el lugar de mi mamá en la escuela y sigue sin su bachillerato. Mi papá, luego de ser despedido de empresas que aún se recordarán como Tubo Tico y Plumrose, aún hace algunos «trabajos» que por su edad y estado de salud son mínimos; por dicha ahora las cosas son diferentes y ya estamos grandes.
Ese es el contexto con el que ingresé al sistema educativo, manteniendo con esfuerzos buenas calificaciones y preocupándome por mi futuro, motivado siempre por el acceso a la biblioteca de la escuela donde mi mamá trabajaba y por el estímulo de sus compañeras de trabajo. Medio que en Costa Rica muchos llegamos a compartir: la preocupación por la formación y las ventajas que esta daba a las personas. Propuesta siempre abanderada por aquellas maestras educadas en la Escuela Normal (hoy UNA).
Así las cosas, con el apoyo siempre inclaudicable de mi familia, estudié en la escuela central del cantón, en el liceo diurno y cuando se me presentó la posibilidad de ir a un Colegio Científico, opté por hacer examen de admisión e ingresé. Ocho meses de décimo año fueron suficientes para saber que las bases educativas que poseía no eran las mejores; sin aires de derrota y motivado por el aliento de mis padres para volver a casa –sueño que hasta la fecha mantienen- hice mi undécimo año en mi antiguo colegio.
Con empeño, dedicación y el amor constante por mis estudios, terminé mi bachillerato siendo el primer promedio de mi colegio y el mejor examen de admisión de mi generación. El cuestionamiento era inminente: ¿Va a ir a la universidad?, ¿Qué va a estudiar? Yo no decidía, y las respuestas de mis padres se focalizaban en un único asunto: «Si no le dan beca, no se puede».
Dichosamente puedo decir que la Universidad de Costa Rica, alma máter para la que trabajo -y sin exagerar me atrevería a decir: por la que vivo-, me ofreció la oportunidad de llegar a ser lo que soy. Fui beca 11 los 4 años de mi bachillerato, mi licenciatura e inclusive sin haber defendido tesis llevé cursos de dos maestrías sin pagar más que la cuota de Bienestar Estudiantil. Las ayudas socioeconómicas, las becas por horas estudiante, los múltiples espacios de discusión con excelentes docentes y el insertarme en proyectos de investigación, así como trabajos en diferentes unidades, potenciaron que a 6 meses de haber defendido tesis, fuera llamado a las filas de la docencia.
Casi 5 años después, sigo creyendo en la labor de mi Universidad, porque no sólo he comprendido el aporte social que le da a mi país, he vivido lo que significa ser un Universitario. Además, vivo eternamente agradecido por lo que ha hecho de mí y sigue haciendo, porque a la fecha soy el único miembro de mis dos familias –tanto materna como paterna- con el grado académico que tengo y con una formación de calidad, humanista, no técnica, profesional, y sobre todo pública.
Por eso, a las puertas de una catástrofe, en la crisis que vivimos, no puedo permitir que sueños como el mío sean arrebatados a aquellos costarricenses que vienen detrás. No puedo imaginar un país que no dé posibilidades. No quiero dejar de creer en que la movilidad social, sueño de los que forjaron este Estado, se venga abajo por el interés de unos pocos.
Hoy no puedo dejar que mi voz calle, no puedo dejar de pensar qué sería de mi vida sin el apoyo de mis padres, pero sobre todo, sin la oportunidad que la Universidad de Costa Rica me dio un día.
Mi proyecto de país, mi proyecto de futuro, tiene una Universidad, no en la que ganaré millones, no. Una Universidad en la cual he decidido estar, porque me permite -mediante mi desarrollo profesional- formar profesionales humanistas conscientes de la realidad de su país, no seres enajenados ni acríticos. Una Universidad en la que puedo desarrollar la investigación para proveer soluciones y demandar atención de los que lo necesitan. Una Universidad en la que puedo acompañar a los distintos grupos y comunidades a forjar, todos juntos, un mañana siempre mejor.

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