Todo el mundo tiene a alguien menos yo

Dentro del marco del Festival de Cine Latinoamericano de Vancouver, que se presentó en el cine Magaly entre el 15 y 21 de mayo,

Dentro del marco del Festival de Cine Latinoamericano de Vancouver, que se presentó en el cine Magaly entre el 15 y 21 de mayo, pude ver la película de Raúl Fuentes, Todo el mundo tiene a alguien menos yo. La película fue nominada al premio Ariel por guion original, fotografía, diseño de arte y ópera prima.

Casualmente la proyectaron el 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia, Lesbofobia y Transfobia; y esto no carece de interés dado que la pareja cuya historia nos cuenta, está conformada por mujeres; pero no se trata este del único tabú que se rompe en la pantalla, pues además de ser dos mujeres que tienen una relación afectiva, la diferencia de edad entre ellas es importante para nuestros cánones habituales. Tenemos a Alejandra, una treintañera que se dedica a la edición literaria, y a María, una adolescente de alrededor de unos 16 años, que cursa la secundaria.

A pesar de ello, la relación de ellas se ve con total naturalidad a lo largo de la película; no se trata de los habituales conflictos de las parejas imposibles socialmente (Romeo y Julieta, como ejemplo paradigmático), sino de los conflictos que nos son propios a todos los seres humanos y que van ligados con nuestras dificultades para establecer vínculos afectivos. Esto me parece un gran acierto del director, que en muchas de sus entrevistas en línea, señalaba que su intención no era hacer cine gay, que por el contrario, hacía referencia a situaciones que podían presentársele a cualquier pareja o a cualquier persona. En ese sentido, considera que no deberían existir festivales o películas con esta etiqueta, pues el cine, en general, lo que hace es narrar historias, sin importar la preferencia sexual de sus protagonistas.

Y tratándose de dramas humanos relacionados con el amor de pareja, por lo general en nuestra búsqueda de la media naranja siempre tratamos de encontrar a alguien en quien reflejarnos, como si de un espejo se tratara (si así de fácil fuera, creo que la madrastra de Cenicienta tendría mucho avanzado). En la medida en la que ese otro nos devuelve una imagen que creemos nuestra, caemos rendidos por las flechas de Cupido y a partir de este momento todo es perfecto (al menos por un par de años). En la película, Alejandra no logra encontrar ese espejo que le devuelva su imagen, esa que se ha construido a partir de muchas lecturas; así que opta por acercarse a María, una jovencita a quien creía poder moldear a su semejanza.

Y esto es lo que nos hace pensar la primera parte de la película, que corresponde al intermedio de la historia lineal. En esta parte vemos a una Alejandra sofisticada, con un bello apartamento y un buen carro, paseando a María por los museos, bares y restaurantes finos, disfrutando de escucharse a sí misma educando a la jovencita (cual Henry Higgins dando forma a su Eliza Doolitte en My Fair Lady). Pero poco antes de llegar a la mitad de la historia, cuando ya vemos las escenas de celos de Alejandra al descubrir que no puede controlar a la independiente María; nos encontramos con otra faceta de las protagonistas.

Ahora vemos a Alejandra con el cabello recogido, sin maquillaje y en chancletas, comiendo en un restaurante de comidas rápidas y comprando una entrada para ir al cine. Aquí nos topamos con la insegura Alejandra, que está sola dada su dificultad de relacionarse con otras personas y por las grandes exigencias que les impone a sus posibles parejas. No sorprende en ese sentido la frase de Alejandra cuando le enuncia a María las reglas del maquillaje, y destaca como la principal: «el lipstick solo se intercambia entre gente inteligente».

Adicionalmente, el uso del blanco y negro muestra la radicalidad con que Alejandra lo juzga todo; no es posible la variedad de colores y tonos, las cosas son buenas o malas, solamente. Y este se convierte en uno de los puntos fuertes de la película: la fotografía. Además de la belleza que le da el uso del blanco y negro, las tomas que se realizan de las protagonistas nos permiten acercarnos a esa relación imposible, signada por el fracaso, pero que en algún momento dado se nos presenta en pantalla como una relación ideal, donde las amantes parecieran compenetradas no solo en lo físico, sino en lo emocional y lo intelectual.

Al final todo es un ardid, como lo son siempre los enamoramientos, porque desde el inicio los amantes se encuentran para hacer a un lado la soledad y para hallar en el otro la respuesta a la eterna pregunta de quiénes somos, sin tener en cuenta que muchas veces la otra persona ni siquiera se ha encontrado a sí misma, mucho menos podrá hallarnos a nosotros.

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