¿Un buen profesional comete faltas de ortografía? Esa es una pregunta que me hago todos los días. ¿Qué es lo que hace que un cliente elija a un profesional en cualquier área?, ¿el precio?, ¿recomendaciones de los conocidos?, ¿lo busca en la guía telefónica o en la Internet? Las respuestas pueden ser variadas; pero, ya teniendo en mente a alguno, si entramos en contacto con él y leemos algún texto escrito por este profesional (el caso usual de los abogados litigantes o de los notarios) o conversamos con esa persona y la escuchamos decir «habemos» o «haiga» o algún otro exabrupto, ¿eso afectará nuestra decisión de contratarla?; o, en el peor de los casos… ni siquiera descubrimos el error (aquí la inocencia o desconocimiento salvará al cliente de las dudas existenciales que a mí me agobian; pero, por otra parte, lo pondrá en las manos de todo tipo de profesionales).
La pregunta todavía no tiene respuesta y es probable que las respuestas -si las hay- sean muy variadas. Por ello, no me queda más que recurrir a mi práctica profesional, en la que a diario me enfrento a escritos de abogados, profesores universitarios, historiadores, administradores, científicos, consultores y muchos otros profesionales; algunos de ellos destacados en su medio, pero que por alguna razón son incapaces de mostrar todo ese conocimiento en forma clara, sencilla y, sobre todo, coherente. Este problema hace que su mensaje no sea recibido adecuadamente por sus clientes, estudiantes e interlocutores en general. ¿Representará eso un problema en su práctica profesional?Pero, ¿a qué se debe que ahora los profesionales no solo no sepan escribir (incluso a muchos los ataca el pánico ante la hoja en blanco), sino que sean incapaces de hablar con corrección en un contexto profesional (con sus clientes, estudiantes o colegas)? Ahora recurro a mi experiencia como profesora, donde los estudiantes no leen las lecturas asignadas para cada clase, donde los estudiantes plagian ideas y textos, donde los estudiantes son incapaces de sostener una posición crítica, bien fundamentada, sobre cualquier tema.
Soy consciente de que para las nuevas generaciones los libros son «cosas del pasado», y ahora se enfrentan a textos multimediales, en los que van de unas pocas líneas de texto a un video o a un archivo de audio; sin embargo, esta información, disgregada y descontextualizada, no les está permitiendo desarrollar análisis más profundos y tener una opinión propia sobre la información que reciben.
Me preocupa profundamente el hecho de que nuestro país, modelo en el mundo con su educación gratuita, costeada por el Estado, cada vez está más habitado por analfabetos intelectuales, donde muchos saben leer, pero pocos son capaces de entender los textos y asumir una posición respecto de ellos.
Y, volviendo a los profesionales, yo les exigiría, sin importar el área en la que se desempeñen, que sean capaces de hablar y de escribir correctamente, pues esa sería la forma de asegurarme de que se trata de alguien que lee y se mantiene actualizado en su campo. ¿De qué otra forma podría estar segura de su calidad como profesional?