Tuve recién la oportunidad y el honor de ser invitado y asistir a la presentación del libro “La semilla que germina. Anarquismo, Cultura Política y Nueva Intelectualidad en Costa Rica (1900- 1914)”. Publicado por “Acracia Editores”.
Su autor, José Julián Llaguno Thomas, politólogo de graduación reciente, con todo el empuje de las nuevas ideas e ideales políticos propios de los jóvenes como él, que han descubierto en la lectura y en la escritura las mejores formas que tiene el espíritu para pasarla bien, cuando por esos mismos medios se llega a tener conciencia política y social de nuestro querido entorno.
El estudio se centraliza en el período mencionado, pero al ojearlo uno se traslada a nuestros días y observa que los tiempos son parecidos y parecidas las angustias e injusticias que vivieron y viven familias de compatriotas abandonadas por el sistema; dramas quizá no relatados directamente en la obra, pero fáciles de percibir a través de la sincronía de su diáfana narración.
Nos lleva irremediablemente el autor a hacer comparaciones con nuestro tiempo de conciencia administrada y corruptela política organizada y sistematizada en el Estado y en la mayoría de los políticos de bajo y alto perfil; y nos sentimos lastimosamente indefensos ante tal putrefacción, especialmente por no contar hoy con valientes en el campo de la cultura literaria y de la crítica política semejantes a maestros como Brenes Mesén, Carmen Lyra, García Monge, José María Zeledón, Omar Dengo, y una corta lista más, llamados por la historia “La Nueva Intelectualidad”, en oposición a la trasnochada “Generación del Olimpo”, que ostentaba el poder y dictaba sus pensamientos a las oligarquías liberaloides y anquilosadas en una plutocracia diseñada para sus intereses. Grupitos que pendularmente alternaban, igual que hoy, la toma del poder en aquella Costa Rica con una marcadísima diferencia entre las únicas dos clases existentes: Los muy pobres (la enorme mayoría) y los muy ricos, esa insignificante pero poderosa minoría.
La “Generación del Olimpo” propalaba las ideas clásicas del liberalismo patriarcal y del positivismo para llevar a cabo su programa político con un Estado pequeño, o más bien, muy apropiado al inicio… ¡Para sus dirigentes! Pero dispuesto a crecer desmesuradamente hasta hacerse monstruoso en nuestros días, para albergar a la mayor cantidad posible de parásitos. Generación que tuvo también la astucia de congraciarse con el pueblo, acomodándole la eufórica idea de la “excepcionalidad del ser costarricense”, en contraste con el resto de los centroamericanos de “clase inferior”. Al igual que los políticos de hoy nos endilgan la idea de que somos “los más felices del mundo”, para distraernos de sus saqueos y despilfarros.
“La nueva intelectualidad”, por su parte, fueron estudiosos que a base de esfuerzo y talento salieron adelante; la mayoría pedagogos; y algunos tuvieron la oportunidad de seguir estudios en el extranjero y comprender responsablemente, con su despertar de conciencia, que en adelante serían “la pluma” que a la larga forjaría los ideales libertarios que −al menos sobre el papel, pero no más allá− constituirán los lineamientos que hasta hoy siguen siendo el sueño de autodeterminación de los costarricenses con conciencia y sin poder.
Esa “Nueva Generación” apuesta por y apunta hacia los trabajadores. Mediante reuniones, convivios, revistas, literatura e influencia extranjera, logran llegarle a esos grupos de desplazados para proponer cambios político-sociales que aspiraban a una aceptable justicia social.
Tan temprano como en los albores de la primera guerra mundial, ya en el humilde juicio y discurso de aquellos costarricenses, intelectuales, artistas y obreros (que hoy representarían a la sociedad actualmente indignada por el robo de sus instituciones) se habrían gestado y propuesto las garantías sociales que más tarde, ya entrada la segunda guerra mundial, unos políticos se las atribuyen a sus programas de gobierno y gracias a su poder las hacen ley. Garantías que hoy, dicho sea de paso, al humilde trabajador que más las necesita, nada le garantizan.
La obra da para hacer deducciones y reflexiones como estas y hasta para rescatar algo de nuestra perdida conciencia. Definitivamente un libro para ser leído, no para calzar una mesa.
Nuestro mayor desencanto
No es por la falta de ciencia,
De acción o de inteligencia;
Lo que nos duele en verdad
Es saber que en realidad
Ya no tenemos conciencia.