¡Un maestro!

Los países escandinavos son, en bienestar social, los más avanzados del mundo, y eso se lo deben en gran parte a la labor de

Los países escandinavos son, en bienestar social, los más avanzados del mundo, y eso se lo deben en gran parte a la labor de los maestros de enseñanza primaria.

Hace muchos años, cuando la Escuela Normal de Costa Rica formaba profesores de  primaria con grandes valores y principios éticos y científicos, uno de sus más destacados graduados,  un joven al que le hubiera sido fácil, por su magnífica trayectoria, haber aspirado a una  plaza céntrica, optó por escoger  una humilde escuelita muy alejada, de solo dos  maestros, contando al director; en una zona semi indígena de difícil acceso, con enormes carestías y problemas, donde el modesto desarrollo del país de los años 60 ni siquiera se vislumbraba; donde la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil muy alta, y donde la asistencia a la población por parte de los gobiernos era casi nula.

Este joven maestro optó por dicha plaza, y con mucho  entusiasmo se trasladó al pueblito. Desde el inicio de su misión se distinguió por su incansable actividad en pro del bienestar de la comunidad como un  líder verdadero, sin más poder que su humildísima plaza de maestro, su inteligencia y su solidaridad con todos los pobladores.

A  pocos meses de estar en su trabajo, no había problema ni solución en que la comunidad no le pidiera su siempre acertada participación o criterio. Era un magnífico autodidacta, estudioso a tiempo completo.  Tenía conocimientos de medicina, higiene, agronomía,  topografía, economía, derechos civiles… y organizaba para los campesinos, en sus horas libres, talleres en esos campos y otros, singulares para la época, como contaminación y protección ambientales, reforestación, etc., con el fin de sacar adelante a aquella comunidad abandonada.

Al cabo de pocos años se convirtió en un personaje, no importante, sino necesario para el lugar; cuando le ofrecían alguna recompensa, ya fuera honorífica o en especie, siempre las declinaba diciendo que él era uno más, no necesitaba nada y con su sueldo tenía suficiente; sueldo que invertía en parte en abastecer necesidades de la misma escuela o de niños necesitados.

Sus virtudes eran tales, que si un porcentaje significante de maestros hubieran sido como él, Costa Rica sería hoy un caso insólito en el mundo, en cultura general, solidarismo y bienestar social.

Pero había una inquietud: Por las épocas de setiembre, nuestro amigo no le hablaba a sus alumnos de independencia, no adornaba su aula con banderitas, no les enseñaba himnos patrióticos, nunca asistía a desfiles ni celebraciones… Cuando los niños le preguntaban acerca de las fiestas patrias los ilustraba, iniciando con frases tales como: «no es momento de celebrar, estamos luchando por la independencia que tardará, pero algún día vendrá; no la celebremos sin haberla alcanzado, porque nos cruzamos de brazos; algunas personas por poder y conveniencia, siempre tratan de engañarnos, pero no somos independientes; solo combatiendo la ignorancia, estudiando, trabajando, y mereciendo la tierra, seremos independientes…». Y  seguidamente  les daba una lección de civismo, para demostrarles el fundamento de sus manifestaciones.

A los directores que se sucedían en su puesto mientras él seguía como maestro raso −porque nunca quiso ser director−, llegaban comentarios insidiosos, pero los ignoraban, dado que  sus enseñanzas llenas de cariño, sabiduría y fundamento, sembraban en sus alumnos (los más avanzados de toda la escuela) semillas de ideales que germinarían en terreno fértil y que los haría crecer y mirar nuestras celebraciones patrias «anticipadas» con cierta apatía y desconfianza, al contrario de los demás que celebraban de la manera tradicional, con bulla, culto y simbolismos vacíos.

Con los años, sin embargo, llegó el caso a oídos de las autoridades de educación de la capital, quienes lo calificaron  de «adoctrinamiento inconveniente» y de «traición a los ideales patrios». La orden de despido no se hizo esperar; por más que la comunidad y el Director mismo abogaron en su favor, nuestro líder fue despedido sin responsabilidad patronal. Se fue del país y nunca  se volvió a saber de él.

¡Qué lástima, un verdadero apóstol de la independencia dado de baja por la ignorancia, el fanatismo y la mediocridad en el poder!

 

De tiempos de la colonia,

nuestra total dependencia,

la esclavitud, la obediencia…

hasta este siglo alcanzaron;

y aunque a muchos engañaron

¡jamás hubo independencia!

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