Las y los costarricenses hablaron en las urnas el 2 de febrero anterior. Dijeron mucho más que el hecho de que Solís enfrentaría a Araya en la segunda vuelta. También dijeron que gane quien gane, este país está lleno de una diversidad de ideales políticos que deben ser escuchados.
Entre los candidatos principales encontramos fuertes desacuerdos, pero también importantes puntos de coincidencia. Es cierto que hubo un candidato que habló de forzar un quiebre con el modelo de desarrollo establecido y otro que buscaba profundizarlo rápidamente. Pero más del 65% de los electores buscó una opción –que al menos en su discurso– se enmarca dentro de lo que garantiza la Constitución Política: libertad con justicia social.Costa Rica ha experimentado una transición de un modelo de sustitución de importaciones a uno de apertura económica. Con ello se han buscado nuevos mercados, se han eliminado viejos monopolios y se han reformado las instituciones para permitir un mayor desarrollo de la empresa privada. En ese sentido, el país no ha hecho nada distinto a lo que han hecho Chile, Uruguay, Brasil o Perú. Hoy las economías latinoamericanas en su mayoría (incluso la nuestra) crecen a tasas saludables, han disminuido la inflación y ven un aumento en sus flujos de inversión.
Lo anterior suena muy bien. Pero el punto negro de Costa Rica es otro; es la razón por la cual un candidato ganó popularidad con un discurso de “ruptura con el modelo neoliberal” y otro perdió casi todos los diputados de su partido. A pesar de los avances en materia económica, lo que se ha hecho en material social y política es muy pobre. Este es el único país latinoamericano donde la desigualdad lleva una tendencia de aumento acelerado, a su vez que se caen nuestras medallas en calidad de la democracia (ver datos de LAPOP) y protección del ambiente. La pobreza continúa estancada cerca del 20% y el desempleo –cuya relación con la pobreza es clave– se encuentra en uno de los niveles más altos de la historia reciente.
Gestionar o reformar el modelo. Remitiéndonos al principio del artículo, se mencionó que Costa Rica habló y delegó en sus representantes la tarea de negociar con corrientes ideológicas que parecen irreconciliables entre sí. Entonces el mensaje es claro: es el momento de tender puentes entre las mejores ideas de cada uno, para evitar un debacle todavía mayor de nuestro país.
Las y los costarricenses no están pidiendo revertir la apertura, pero tampoco echar abajo las instituciones solidarias. En efecto, un mercado dinámico con un Estado promotor de oportunidades y garante de derechos, es la mejor alternativa para generar empleos de calidad, reducir la pobreza y la desigualdad.
Lo anterior entonces nos lleva a dos soluciones, creo yo complementarias, a este desafío. En primer lugar, Costa Rica debe elegir a un equipo que sea capaz de de gestionar adecuadamente las instituciones y servicios públicos que hoy existen. Para ese fin las y los electores piden capacidad, compromiso, transparencia y cero tolerancia a la corrupción. En segundo término, se está requiriendo de un programa que logre articular aquellas reformas supuestamente antagónicas a nuestro modelo desarrollo, que se presentaron en la fase anterior de la campaña: (1) retomar la justicia social, incluyendo a los sectores excluidos y olvidados a través de políticas que les permitan progresar en base a sus expectativas; y (2) facilitarle a los sectores productivos en general las condiciones para salir adelante, que solo se les han dado a grupos económicos particulares.
En resumen. Sin duda alguna Costa Rica está buscando un nuevo gestor de nuestras instituciones, tanto las económicas, como las sociales y políticas. Pero al mismo tiempo, hoy se quiere reformar el modelo de desarrollo, para que la gente finalmente pueda ser protagonista y partícipe de esos beneficios que la apertura solo les ha traído a algunos. ¿Cuál candidato ofrece esa alternativa? Yo ya tengo el mío, pero prefiero que usted medite sobre el suyo.