De nuevo resuenan las palabras de Aldous Huxley, para definir el mundo de promesas, que nos hicieran los empresarios hace 25 años, si bien lo hacen a modo analógico.
Hablo de los empresarios, de un capitalismo no responsable, que llegaron a cobrar hegemonía sobre el capitalismo constructivo y bondadoso de años atrás.
La guerra fue también dentro del capitalismo mismo, entre esas dos tendencias. El izquierdismo mundial llegó algo tarde a dicha lucha, si bien ha tenido excelentes cosas que decir también. El mal capitalismo (como lo llama el Dr. Róger Churnside), logró apropiarse del mundo capitalista y quiso con ello quiso adueñarse de la humanidad misma.
Llegó a prometernos “un mundo feliz”. Nos prometió hace 25 años, un paraíso perfecto en que se desterraba la tragedia y la catástrofe humana. Todos iban a vivir bien, morir bien y se anunció el advenimiento de una utopía. Un carro en cada garaje y un pollo en cada olla, parecía ser parte de ello.
Esas terribles palabras resuenan a través de la historia, pues simbolizaron el “mundo feliz” de los años 20 y culminaron en la quiebra de 1929. Las palabras del Titanic también hacen paralelo, en algún sentido, a lo mismo: “Contra mí ni las iras de Dios”. Es el hombre construye la torre de Babel de nuevo y busca rasgar los cielos con su rabia. Ese “mundo feliz” anunciado hace veinticinco años, culminó en una gigantesca recesión, casi una quiebra mundial. El modelo neoliberal quedó destrozado en el proceso y las naciones desarrolladas apenas pueden mantener su economía actual, con fines de evitar una quiebra total
Y es que ese “mundo feliz”, carecía de bien y de mal, de pecado, de redención y de arrepentimiento. Era un mundo antiséptico, un mundo antibiótico y las almas no tenían que buscar lo sacro, ni lo mítico, lo redentivo o lo mágico. Tenían solamente que convertirse en consumidores, para ser felices y totalmente realizados. Dicha felicidad, como la de un adicto podía repetirse con inyecciones sucesivas de consumo, a precios que prometían gangas, pero que al final del mes demostraban ser mini estafas. El Dios bíblico fue sucesivamente enterrado o desterrado de la cultura y de la civilización humana. Fue sustituido por programas de reforzamiento y de castigo que constituían una matriz totalizante que desembocaba en un “mundo feliz”.
Pero como toda torre de Babel, estaba lleno de contradicciones y la misma gula y codicia de esos hombres que la crearon, la condenó a fracasar. Comenzaron a emerger, problemas de estrés humano, en el programa del “mundo feliz”. A semejanza de la culebra en el paraíso de compra y venta, el estrés aparece como símbolo del fracaso del sistema. Ya no estaba dando los resultados deseados. Si bien el hombre de las escrituras sagradas, es un hombre en expedición hacia Dios, ese Homo Viator no se cumple en el “mundo feliz empresarial”. El único viajero es el turista acéfalo, que busca gastar su dinero a como haya lugar. Creo profundamente que nacemos con la presencia de la divinidad en nuestras almas en el nivel del inconsciente y esta llega a ser averiada por los programas y horarios de la devastación de ese “mundo feliz”. Lo despiadado arremete contra los castillos del corazón.
El hecho social interactúa con nosotros y nos forma (o nos deforma). Eventualmente los programas destructivos han de contestar al hecho, de que buscaron contaminar la presencia de lo divino, dentro de nosotros. Esto cuando se trata de programas que son de naturaleza devastadora y predadora.
El trabajo de Rudolf Otto, es fundamental en este sentido. Puede ser, que en realidad, el inconciente es como Dios habla con el hombre. Es como el hombre le habla a Dios. El hecho del estrés, radica en una deformación de nuestro verdadero destino. El bombardeo de la propaganda comercial que promete, a través de un consumismo, sin vida óntica, la felicidad completa, es un factor averiante de esa jornada hacia lo eterno. Al derrumbarse, el programa mundial de “un mundo feliz”, el hombre queda angustiado y desterrado. Queda solitario y en busca de su verdadero Dios. Al aumentar la incertidumbre sobre el futuro, el ser humano incurre estrés de tipo distrés. El retorno de la Deidad no se hace esperar, pues el resplandor de la verdad, ha de restituir la existencia averiada de una humanidad sedienta y hambrienta de significado. Hay mucho que sanar, pues el hombre ha quedado muy desahuciado de su destino verdadero.