El norteamericano Lewis Morgan escribió entre 1840 y 1877 varias conclusiones sobre el progreso de las sociedades, del salvajismo a la barbarie y a la civilización.
Rastreó durante cuarenta años las bases materiales de la prehistoria e historia de los iroqueses y otras tribus de América del Norte; tomando en cuenta además la historia antigua de América, Grecia, Roma y Germania.
Hasta 1891 sus investigaciones fueron “invisibilizadas” o silenciadas en la academia inglesa. Suerte parecida tuvo la obra el Derecho Materno, del suizo Johann Bachofen, escrita en 1861. En 1884 Engels hizo balance de esos méritos científicos en la obra el Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado.
El prólogo ofrece dos premisas que sustentan la concepción sobre el génesis de esas instituciones. La primera, que el dinamismo de la historia, su inestabilidad, descansa en la satisfacción de dos necesidades: producir los medios materiales de vida y procrearse como especie humana.
Tengo la impresión de que en la academia y en la praxis político-ideológica la cuestión de la procreación ha sido, no solo soslayada, sino subordinada a la primera urgencia que señala Engels. Por otra parte, el relieve de esa obra consiste en las relaciones entre familia, propiedad privada y agrupamientos humanos, vínculos conceptuales esenciales para la comprensión teórica del origen y desarrollo de las sociedades y del Estado.
Fue sólo en la década de 1960 que una generación de arqueólogos y de antropólogos adoptó esas proposiciones para pasar del nivel descriptivo de las evidencias sobre la prehistoria, al análisis de sus procesos.
Ello no ocurrió en la historiografía costarricense, ni en las enseñanzas universitarias sobre la historia de las culturas.
Otra proposición expresa lo siguiente: En el desarrollo de la historia, la reproducción de la especie y la producción de los bienes muestran “incompatibilidad”, porque las necesidades materiales que se resuelven con el trabajo se desarrollan en forma más acelerada que la evolución de la familia.
Los lazos consanguíneos retrasan la producción y por ello propician el progreso de instituciones como “la propiedad privada, la diferencia de fortunas, el cambio de productos, el empleo de mano de obra extraña y los antagonismos de clases”. En consecuencia, la sociedad que basa la producción en relaciones consanguíneas se estanca y “cede el paso a una sociedad nueva resumida en el Estado” la cual se asienta en lazos de propiedad, localidad y vecindad. Ello constituye otro progreso, porque “libera el curso de los antagonismos y las luchas de clases.” (1971:8)
El prefacio a la edición de 1891 es una defensa de los descubrimientos de las sociedades antiguas realizados por L. Morgan, J. Bachofen y John Lubbock. Engels exalta el mérito de Morgan al haber desmontado “el dogma” del jurisconsulto inglés Mac Lennan acerca de que la familia prehistórica y de las civilizaciones evolucionó en forma rígida de la exogamia a la endogamia, y de la poligamia a la monogamia. Morgan descubrió la escisión de tribus en unidades sociales más pequeñas o gens, formadas por grupos consanguíneos maternos, y organizadas con arreglo al derecho materno.
En segundo lugar, mostró el proceso de “intercambio sexual sin reglas” que originó varios tipos de consanguinidad, el matrimonio por grupos y otras tantas formas de familias; todo ello como etapas previas al orden instituido posteriormente con base en el derecho paterno, una vez consolidadas la propiedad privada y las civilizaciones esclavistas.
Para Engels, “este descubrimiento de la primitiva “gens” de derecho materno entre los pueblos civilizados, tiene para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología, y que la teoría del exceso de precio de Marx para la economía política” (1971:21).
Arqueólogos y antropólogos han confirmado y caracterizado esa fase de la historia, en la cual, antes del neolítico, el derecho materno erigió a la mujer como sujeto y fuerza de la sociedad. En esa fase, el ceño femenino configuró diversas expresiones de poder doméstico grupal, gestión administrativa de la economía, comercio y relaciones externas, y en los campos de la sanidad y salud, enseñanzas, arte y religión.
Esa institucionalidad se erigió sobre la propiedad comunal de los bienes derivados de la agricultura, y el disfrute en común de los placeres de la vida a partir de la consanguinidad por línea materna y el matrimonio por grupos.
La sustitución del derecho materno por el derecho paterno, “revolución” que instauró el matrimonio monógamo para la mujer y polígamo para el hombre, y en consecuencia la opresión de las mujeres desde el período del régimen esclavista, no anuló la dignidad ni el papel de las mujeres en la historia, en particular en Esparta y en Germania.
En general, ahí se haya el sustrato legitimador de las luchas femeninas por la liberación social como rasgo de continuidad de la historia. Tal ha sido desde 1980 el punto de partida teórico de algunas corrientes feministas y de las agrupaciones cívicas que luchan contra la violencia doméstica y por la libertad sexual y social de las mujeres, más allá del supuesto de la igualdad jurídica para ambos géneros. Quizás la obra más erudita y audaz en ese campo, siga siendo el Cáliz y la Espada (1989) de la historiadora y abogada Eisler Riane, elaborada con una visión holista de la historia.
Demás está señalar que en El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado el temario sobre los valores y las instituciones de la reproducción humana en torno al sexo y el amor, es abundante y esclarecedor.
Sus hipótesis y reflexiones aclaran el devenir en la Historia Antigua. Pero ante todo, los cambios sociales que ocurren en la Costa Rica neoliberal en relación con las instituciones y leyes que regulan la familia tradicional y la sexualidad. En este libro abundan consideraciones sobre el infanticidio –problema que la demografía incorporó hace unos veinte años al examen de la prehistoria- incesto, poligamia masculina, poliandria, monogamia, débito conyugal, opresión sexual de la mujer, celos, castidad, adulterio y prostitución; el matrimonio por rapto, por amor, el impuesto, el consentido y el dulcificado o el matrimonio por clubes; el divorcio y la subvaloración del libertinaje sexual.
En fin, un cuadro existencial de las sociedades que apasiona la tertulia, la novelística, el programa televisivo o el discurso parlamentario y clerical: fiscal y contralor de la libertad sexual de quienes no ocupamos el umbral de los divinos, sino el sitio de los mortales.