Suenan graciosas -¿o será broma de mal gusto?- las declaraciones de Arturo Fernández, representante de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), que en el artículo “Europa pide a Bolivia compensar a España por nacionalización de TDE” (empresa transportadora de electricidad, privatizada en 1997) solicita a la “madre patria”, en nombre del neocolonialismo empresarial, endurecer su posición al respecto (ver Telesur.net/artículos/2-5-12).
Muy alarmado por el rumbo que algunas excolonias suramericanas han venido tomando con relación al rescate de su soberanía energética, el empresario peninsular reprocha que en esos malagradecidos países las empresas españolas de capital globalizado “han bailado con la más fea”, que resultan ser “los malos de la película”, que no entiende por qué no les sucede lo mismo a los alemanes, franceses o ingleses (le faltó agregar a los gringos); alerta a sus congéneres de otros imperios sobre la posibilidad del contagio de tan desaguisada práctica mestiza, en un continente donde ellos –sus empresas- “han arreglado muchos problemas económicos”.Como buen imperialista pero mal burgués, el noble Fernández censura el comportamiento de algunos gobiernos neotropicales por osar contradecir los intereses de empresas transnacionales en beneficio de sus pueblos, buscando así rescatar las riquezas enajenadas desde la colonia. No intuye don Arturo que es mejor “la paz y el amor” en los negocios con sus otrora dominios, que tratar de imponer su voluntad apelando al poder imperial de arbitrios internacionales. ¿O habrá otras formas de tejer la ley del embudo en las relaciones económicas entre el norte y el sur-americano, cuyos gobiernos de popular legitimación representan los intereses de los trabajadores y demás excluidos de las riquezas nacionales, como, por ejemplo, conformar alianzas punitivas con sus socios mayores y lanzar bombas o aviones inteligentes sobre casas de gobierno o barrios marginales?
Es comprensible que los capitalistas españoles no deseen “bailar con la más fea”, que quieran compartirla con otros capitalistas; es decir, que los gobiernillos mestizos también nacionalicen empresas de otros imperios. Lo que no entienden algunos, es que la casa se barre primero por dentro –que es más difícil-, para después arreglarla por fuera. Pregunto al empresario Fernández: ¿en 500 años, quién ha acompañado a los pueblos de nuestro subcontinente en tan desigual danza; quién compensará a nuestros países por el saqueo de sus riquezas (fuerza de trabajo, recursos biológicos terrestres y marinos, alimentos, oro, plata, otros metales, petróleo, capitales en fuga, etc.)?
Tampoco quieren los empresarios españoles ser “los malos de la película”. Pues muy fácil, renuncien al capital como fin primero y último y socialicen la riqueza, que de por sí su origen es social (el trabajo). Aquí, en “Latinindia”, la socialización es muy bien vista, sobre todo porque los pueblos están acostumbrados a socializar la pobreza, a estirar y repartir los panes, y ya no se asustan con el cuento chino de los comunistas comechiquitos.
La última de las ideas expresadas por la voz del empresariado español, y que algunos de este lado del charco, por razones obvia y egoístamente económicas, han compartido con los del norte a ambos lados de los sargazos, repitiéndola hasta la saciedad desde que existimos como naciones empobrecidas, sentencia que en estas tierras las empresas españolas “han arreglado muchos problemas económicos”. ¿Muchos o pocos? Probablemente haya algo de cierto en dicha afirmación, y que empresas de otros países industrializados hayan hecho lo mismo. Solo que… -ruego disculpas a quien me honra con su lectura…-, es que toca a la puerta un indigente en busca un bocado de comida.