Universidad pública y formación integral

Desde luego, nadie es tan radicalmente puro en sus expectativas de una existencia sustentada en las reglas del juego que estatuye la perspectiva económica

Para quienes no pueden concebir el mundo ni su realidad sino bajo el signo de una moneda transnacional ($ o €), o que tampoco tienen otro referente para su “condición humana” más que la racionalidad de los escaparates, la formación integral impartida en una universidad pública (UCR) seguramente constituya toda una rareza, una imagen inconcebible.

Desde luego, nadie es tan radicalmente puro en sus expectativas de una existencia sustentada en las reglas del juego que estatuye la perspectiva económica de la desregulación y de la apuesta de los bienes bajo unas condiciones de mercado en las que, como en una mesa de póker, de igual manera que algo se podría ganar, también todo está expuesto a perderse. Esto es tanto aún más cierto, especialmente cuando el tahúr de que se trata, apenas ni siquiera ostenta una identidad reconocida ante la mirada de los demás tahúres participantes en el juego.

¿En qué consiste la naturaleza de la formación integral que se imparte en una universidad pública? ¿De qué se trata eso, especialmente en el caso de la Universidad de Costa Rica? Esta es la cuestión que, en medio de diversas incoherencias argumentativas y también de serias deficiencias éticas, un egresado de la UCR propone defenestrar en un artículo recientemente publicado en uno de los periódicos de circulación nacional.

Según la heurística pedagógica que da sustento al proyecto de formación en una universidad pública, lo que así se denomina la formación integral remite al significado mismo que define cuál es la naturaleza de una universidad pública. A su vez, la naturaleza de una universidad pública está definida por la propia naturaleza del pensamiento: “Lucem aspicio”.

Lo que cabría tener en cuenta, fundamentalmente, es que la formación integral está relacionada íntimamente con el ethos de una pedagogía que se orienta hacia la búsqueda sincera del conocimiento, que se sustenta en la reflexión y la crítica y en la libre expresión e intercambio de las ideas y que, consecuentemente, basa sus finalidades en potenciar la construcción en las personas de identidades autónomas, capaces de interactuar de manera significativa, aportante y constructiva en relación con su realidad social, económica, institucional y cultural.

Habría que entender, en tal sentido, que para quienes presionan por una aun mayor mercantilización de la educación superior, la formación integral impartida en una universidad pública pasa a ser considerada como una complicación, un adefesio al que hay que atacar y desvirtuar. Diferentes razones podrían ser indicadas al respecto. Tal vez una de las más importantes y concretas tenga que ver con la significativa potencia de competitividad que la formación integral involucra. Es aquí donde, desde luego, cabría situar la razón por la cual, en la mayoría de los casos, las personas que se interesan por realizar estudios de nivel superior tengan como prioridad el ingreso a una universidad pública. Se trata de garantizarse el sello de excelencia que una de estas titulaciones ofrece y que asegura un inapelable valor en el mercado de trabajo.

Así, la competitividad que asegura la formación integral constituye un obstáculo sustantivo para quienes presionan por incrementar la mercantilización de la educación superior. Quizá sea por esto que no pueden dejar de atacarla y desvirtuarla. Ahora, como parte de sus escaramuzas, deciden irse al cuerpo y poner en entredicho el quehacer docente que se lleva a cabo en las aulas. Sin embargo, reducir la formación integral a la eventualidad del trabajo docente equivale también a desnaturalizar por completo su significado.

Aun cuando cualquier persona, por las razones indicadas o por cualquiera otra, no viera en la formación integral otra cosa más que un despropósito, todavía esto no sería óbice para que, por sí misma, dicha orientación medular de la pedagogía universitaria mantenga toda la consistencia que le es propia. Más allá de la estricta función docente, en una universidad pública la formación integral se nutre de la investigación y de la acción social, lo cual la enriquece y permite que la tesitura curricular de las diferentes carreras y titulaciones sea cualitativamente distinta y de mayor riqueza que la que se pudiera encontrar en cualquier otro tipo de institución.

Cabría recalcar que la formación integral impartida en una universidad pública actúa tanto como una heurística pedagógica que organiza la práctica del quehacer docente, de igual manera que como un ethos o un horizonte que define la proyección ontológica de la pedagogía universitaria. Es decir, la formación integral tanto actualiza como proyecta el proyecto de formación y, en este mismo sentido, es autocrítica, generadora de alternativas siempre renovadas y proactiva en relación con las necesidades de formación que a la universidad le plantea la sociedad. En la formación integral de la universidad pública está contenida una perspectiva compleja de la realidad social, de la cultura, de la institucionalidad democrática y de las tendencias y necesidades estratégicas del desarrollo nacional.

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