Uso y abuso de la matematización de las realidades

La matemática es el fantasma del aprendizaje de muchos estudiantes de nuestro sistema educativo. Más allá de su uso generalizado y de la aplicación

La matemática es el fantasma del aprendizaje de muchos estudiantes de nuestro sistema educativo. Más allá de su uso generalizado y de la aplicación instrumental de los números, su manejo formalista no ha sido explicitado, recreando con ello, el mito de la universalidad, la certeza, lo abstracto, lo absoluto y lo homogéneo, en un mundo particular, incierto, concreto, desigual y en permanente crisis.

El miedo a la incertidumbre, a la imposibilidad de dominar o controlar las realidades, se ha servido de la matemática como razón instrumental y simbólica de la verdad, de la exactitud, de la construcción de un mundo medible, previsible y controlable. La matemática garantizaba, sin complicaciones ni errores, la naturaleza cuantificable de las cosas, procesos y relaciones. El mundo racional medible se constituía en el fundamento de la existencia humana, de sus acciones y sus realizaciones. Los números y los algoritmos condenan a muchos a las cadenas de efímeros y dogmáticos sacerdotes.

El cogito ergo sum de Descartes encontró terreno fértil en una sociedad y época que validó la perfección del manejo de los números, para sacralizar lo que se hiciera con ellos. ¿Para qué pensar fuera de los números, si son la concreción certera de sus resultados? ¡Los números hablan por sí mismos! Nos lo han dicho sus clérigos en la ciencia y en la política, por eso se enseñan miles de cursos de matemática y estadística en todas las disciplinas de las universidades de Costa Rica y del planeta.

La matemática es lo que dicen los matemáticos que es la matemática, expresión usada por el filósofo y matemático, Bertrand Russell, por ser una disciplina formal. No obstante, se ha escindido de sus creadores para atribuírsele ser expresión de racionalidad y verdad. Así, se convertía en concreción práctica de la creatividad humana, que medía de modo particular las realidades, pero sin tomar en cuenta su especificidad, complejidad, integralidad ni su heterogeneidad para ser homogeneizada y equiparable a otras realidades. Asimismo, destacar determinados datos e invisibilizar muchos otros de un mismo fenómeno, es una arbitrariedad y una parcialización intencionada en los registros cuantitativos. Paradójicamente los números que se anteponen a las realidades, no las representan y en muchos casos ni siquiera son aproximaciones a ellas. Los números distintos para una misma realidad no son comprensibles por sus dígitos ni por los modelos formales, sino por la significación, uso y la contextualización de los fenómenos medidos. Creer que las realidades son números es un equívoco generalizado en el mundo de la academia y del quehacer cotidiano. Las técnicas matematizadas han subyugado a las personas y sociedades.

La diversidad, pluralidad, heterogeneidad del mundo, han quedado reducidas a cantidades, desarraigadas, aisladas y caricaturizadas de los elementos que lo conforman. La racionalidad matemática ha absolutizado a la realidad y la ha convertido en su equivalente, como lo planteaba Hegel. La asumida correspondencia entre razón y realidad contribuía a que las cantidades matematizadas no requieran de realidad, pues la supone implícita. Las magnitudes cobran independencia, creando nuevos números que no simulan ni se relacionan con los objetos reales. Al parecer, el principio de la razón suficiente de Leibniz, es el fundamento lógico racional para aceptar como válidas las proyecciones, índices y correlaciones, así como los modelos estadísticos, estocásticos y econométricos. De este modo, se han construido ficciones, realidades aparentes sin tiempo ni espacio.

Sin embargo, ningún registro, tendencia o experiencia, generan conocimientos ni pueden ser comprendidos sin considerar las circunstancias y los fenómenos contextuales que lo determinan. Asimismo, las cantidades usadas para representar realidades, no son productos fortuitos, aislados ni imaginarios de relaciones inexistentes. Es un error generalizado suponer como verdad y realidad, las formalizaciones de modelos matemáticos especulativos.

Se asume implícitamente que la lógica formal y cerrada de la matemática posee la capacidad de subordinar en sus formulaciones y relaciones cuantitativas, con independencia de los conocimientos que se tengan sobre ellas, de la complejidad y diversidad de las abiertas y cambiantes realidades. La sobreponderación de los números y su organicidad matemática, se independiza de los objetos y los sustituye para atribuirle características y tendencias, sin necesidad de conocer lo que mide y proyecta. Las magnitudes, aparentemente absolutas y exactas, han encubierto por siglos la especulación, la ignorancia y la dominación unilateral de decisiones, ante supuestas caracterizaciones y previsiones cuantitativas de los fenómenos. Las cantidades han validado concepciones simplificadoras, reductivas y pragmáticas de una sociedad y sistema que pretende medir lo inmedible, que ignora la peculiaridad y lo inédito de los acontecimientos y el dinamismo de las realidades.

Las ficciones estadísticas han determinado: el financiamiento a los partidos políticos en las recientes elecciones; la parcialidad del cálculo de las tasas de inflación para imponer aumentos salariales; la manipulación del déficit fiscal que establece límites a la acción de las políticas sociales; los indicadores estandarizados para valorar la salud humana; las estadísticas como demostraciones en las investigaciones; las tasas de rendimiento en la evaluación de inversiones y la asignación de presupuestos; los modelos econométricos para ponderar el crecimiento, etc., etc. La matematización de los fenómenos, no los sintetizan, pero expresan una cosmovisión y poder para condicionar y orientar interpretaciones, decisiones y acciones. Los números en los modelos matemáticos, validados tautológicamente, son usados como presunciones diagnósticas y preventivas, limitan la libertad y alienan las actuaciones individuales y sociales.

Las cantidades y sus articulaciones matemáticas de realidades no son absolutas, son relativas a las características y cualidades de los objetos que se registran, así como sujetas y subordinadas a los contextos y época de los fenómenos cuantificados. Las magnitudes sin tiempo ni espacio, carecen de significación propia, son incomprensibles y no representan realidad alguna.

 

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