La aplicación de una vacuna para frenar el avance de la influenza A ha generado las más enconadas discusiones, ventiladas en todos los medios de comunicación, donde a veces cuesta hallar un punto intermedio. Considero que ese punto radica en la visibilización del largo proceso que ha permito a las vacunas, junto con la potabilización del agua y el empleo de antibióticos, colocarse como una de las principales vías para que muchos países hayan logrado un mayor control sobre las enfermedades infecto-contagiosas.
Tal visibilización cobra sentido cuando se colocan sobre la balanza los argumentos de los movimientos anti-vacunas (MAV), que existen desde que Jenner dio el primer paso en firme hacia la creación de una tecnología de la vacunación. Hoy a raíz de la pandemia, de las facilidades existentes para difundir mensajes por medio del ciberespacio y hasta de la misma cobertura ofrecida por los medios convencionales de comunicación, los MAV se han dedicado a cuestionar no sólo la vacuna AHN1 sino la pertinencia de los procesos de vacunación.
La argumentación de los MAV es variada apelando a elementos religiosos, el libre albedrío, la exaltación de los efectos secundarios de las inmunizaciones, la inutilidad de las vacunas en una época cuando las enfermedades que combaten ya casi no existen, el afán de lucro de las transnacionales farmacéuticas, y hasta oscuros planes de corte eugenésico.
La experiencia ha demostrado que la población inmunizada contra agentes que fueron causa de enfermedad, incluso de mortalidad o incapacidad perenne, ayuda a generar un ambiente de protección, denominado inmunidad colectiva, para quienes por diversas razones no están vacunados. En consecuencia, la vacunación es un asunto de solidaridad y protección grupal. Más allá de la dimensión humanitaria, es importante considerar que es más barato prevenir que curar o rehabilitar, por lo que la relación costo-beneficio se inclina por la inmunización.
Uno de los aspectos más llamativos con los MAV es que ponen el énfasis en los efectos adversos que pudiese causar la vacunación y no en los logros históricamente obtenidos, de los cuales el más emblemático ha sido la erradicación de la viruela. Mi preocupación con los MAV es que entre mayor resonancia adquieran en nuestra sociedad, más difícil será mantener el control sobre las enfermedades que ya formaban parte del pasado, como ha venido sucediendo en algunos países desarrollos que recientemente han experimentado rebrotes.
Como este es un tema que va mucho más allá del brote de influenza A, considero que debe reforzarse la educación sanitaria de la población, para que sobre una base informada y no simplemente al calor del énfasis mediático del momento, las personas tomen la mejor decisión tanto para sus vidas como para las de sus retoños. De volver a la vida indudablemente Jenner y Pasteur se sentirían muy orgullosos del impacto que sus esfuerzos han tenido sobre la calidad de vida de muchas personas, incluso de las no vacunadas, pero posiblemente se sentirían abrumados frente a los argumentos de los MAV.
Las vacunas por sí solas no garantizan una mejor calidad de vida, ya que entran en juego factores como el clima, el nivel socio-económico del núcleo familiar, la calidad de la alimentación, la adecuada higiene personal y colectiva, etc.
Aquí es pertinente la sentencia de Pasteur «los microbios no son nada; el terreno en donde fecundan lo es todo,» lo cual equivale a decir que en cuerpos sanos los microorganismos patógenos chocarán con una barrera, que si no es insalvable, al menos permitirá mitigar el efecto de la enfermedad. Pero como vivimos en un planeta donde históricamente la riqueza ha estado mal repartida, por lo que la satisfacción de las necesidades básicas continúa siendo una quimera para importantes contingentes de personas, el terreno continúa siendo propicio para la entrada de los microorganismos patógenos, por tanto las vacunas no sientan nada mal como herramienta de prevención, puesto que como atinadamente indicó Erasmo de Rótterdam: «Más vale prevenir que curar.»