La reciente incursión de un contingente de policías armados en el recinto universitario fue ante todo un acto de violencia política.
Quienes dieron la orden de movilizar policías armados, a contrapelo de las sanas y buenas costumbres del diálogo y la debida coordinación -que han servido para preservar la autonomía universitaria-, incurrieron en un acto de prepotencia y abuso de autoridad. Tal es el comportamiento que se ha venido incubando en el país, desde las altas esferas del poder.
No podemos permitir que tales actos continúen minando la institucionalidad democrática y civilista.
La creciente ola de violencia, corrupción y criminalidad organizada no deben convertirse en excusa para traspasar los límites, no sólo del derecho sino de las buenas prácticas para una cordial y respetuosa convivencia social.
Para enfrentar la creciente violencia y criminalidad es necesario apelar a la inteligencia y la sabiduría. Inteligencia para definir políticas y estrategias de seguridad que permitan prevenir los actos delictivos y violentos. Sabiduría para actuar juiciosamente y sin precipitaciones. También para evitar las acciones desproporcionadas que, por lo general, contribuyen a reproducir e intensificar la violencia.
Asimismo, cabe llamar la atención sobre el uso desmedido de un lenguaje maniqueo y descalificador. Por ejemplo, por parte de quienes les gusta jugar de psiquiatras diagnosticando a quienes piensan diferente como desquiciados mentales: “loquitos”. La violencia política tiene un nuevo frente: periodistas convertidos en “médicos” que velan por la salud de un sistema amenazado por una horda de enfermos mentales.
De aquí estamos a un paso de que la violencia política conduzca a actos extremos que atentan contra los derechos humanos y ciudadanos, propios del terrorismo de Estado. Hay que recordar que la estrategia de guerra psicológica es utilizada para crear condiciones que faciliten la persecución y la represión, en regímenes autoritarios. Y, por más que el gobierno de los Arias haya levantado la bandera de la paz, para poder contener la actitud combativa y crítica de sectores pensantes de este país ha apelado a la fuerza: la ideología del miedo, la beligerancia y la prepotencia. No olvidemos que “torcer brazos” caracterizó su forma de gobernar, al peor estilo caudillista.
Se debe prestar más atención a estas manifestaciones de violencia política, legitimadas por campañas propagandísticas que buscan desprestigiar a la academia universitaria y el pensamiento crítico. Se equivocan quienes piensan que la prepotencia, dosificada con “pan y circo”, puede continuar siendo la fórmula para someter a la ciudadanía.
La violencia simbólica y política es el caldo de cultivo para otras formas de violencia. El narcisismo del poder conduce al autoritarismo y la tiranía, el machismo exacerbado al femicidio, el consumismo al exterminio de los recursos naturales, etc.
Hay que redoblar los esfuerzos para enfrentar esta ola de violencia simbólica y política. Si queremos prosperar en paz, cambiemos de rumbo.