¡Ya, por favor, paren tanto acoso!

Hay que hacer algo. No es posible que con el vestuario de la “ciencia” me acosen constantemente quienes se dicen apóstoles de ella,

Hay que hacer algo. No es posible que con el vestuario de la “ciencia” me acosen constantemente quienes se dicen apóstoles de ella, utilizando todos los recursos mediáticos para ocultar intereses “científicos”.

Resulta hasta falaz insinuar la presunta creación/invención de vida mediante la ciencia a partir de máquinas e ingeniería, como si se tratase de diseñar un teléfono celular. La vida es una complejidad organizada por sí misma y que se construye sola, y que, solo cabe la idea de manufacturarla, cuando existe, por ejemplo, interés en una patente por semillas o medicamentos.

En materia de semillas modificadas genéticamente, la agroecología me enseña que en la producción de alimentos la ciencia va más allá hasta donde los “constructores de vida” quieren llevarme, pues contrariamente hoy la moderna agricultura obliga a analizar variables como los procesos ecológicos del suelo, las semillas vivas y la comida viva, para citar tres elementos que no podemos pasar inadvertidos.

Así, tomando en cuenta estas tres variables, me arriesgo a pensar que las famosas promesas de décadas atrás de la industria biotecnológica –mayores rendimientos, reducción del uso de químicos y control de malezas y plagas– siguen sin cumplirse. Hace unos pocos meses, un fondo de inversión europeo demandó a una de estas empresas productoras de semillas modificadas por $1.000 millones, por promover cultivos resistentes a herbicidas a sabiendas de que no lograrían controlar las malezas y en cambio sí contribuirían al surgimiento de supermalezas.

Por otra parte, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el glifosato −el agrotóxico más difundido en el mundo, que se usa con 85% de los cultivos transgénicos− es causa probable de cáncer. Comunidades y familias afectadas en Argentina y Paraguay, entre otros países, venían denunciando esta relación desde hace años, por sufrirla directamente. Ahora Naciones Unidas pone interés en el asunto en virtud del artículo 19.3 de su Convención sobre Diversidad Biológica (CDB) y que, algunas de estas multinacionales interesadas en la propiedad intelectual de patentes de semillas modificadas no comparten, como tampoco apoyaron el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, tendiente a que el Derecho Internacional regule los derechos de usuarios y consumidores de estos alimentos.

A estos estudios –y otros que vienen de camino− se han opuesto las empresas que pretenden monopolizar la producción de granos alimentarios. Recientemente, dos voceros de una de estas empresas aludidas descalificaron por CNN las indagaciones indicadas por falta, según enfatizaron, de rigor científico. Igualmente defendieron la presencia de las semillas de maíz modificadas en algunos estados mexicanos autorizados para su siembra.

‎ Contra los intereses de quienes modifican semillas, estos expertos independientes dictaminaron que existen pruebas suficientes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin). Para esto último, se basaron en estudios de exposición a glifosato de agricultores en Estados Unidos, Canadá y Suecia. Se hicieran estos mismos estudios en el Cono Sur de América Latina, en Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay, el área que uno de estos consorcios llamó la República Unida de la Soya, donde se planta el mayor volumen de soya transgénica resistente a glifosato del planeta, donde los resultados serían aun más graves, ya que la fumigación aérea y la falta de control está mucho más extendida.

Estoy cansado de tanto acoso por radio y televisión sobre el inofensivo consumo de los transgénicos. Propongo al Ministerio de Salud que, así como en las etiquetas de los productos se asienta el país de origen y su composición química, indique a partir de ahora tres simples palabras: “no es transgénico”. ¿Sencillo o no? Cada quien decidirá si compra este o aquel producto, pero no me salgan diciendo que el Ministerio ya no tiene competencia para ello. Créanme, estoy cansado de tantos manoseos y “científicos” convenciéndome de bondades que no veo por ningún lado. Aclaro, por las dudas, que estoy en la CCSS como trabajador independiente y no pertenezco a movimiento ecologista alguno, al que respeto.

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