Sabemos desde Homi Babha que las naciones son narraciones que deben ser entendidas como modalidades poéticas. Costa Rica tiene muchas formas de narrarse, pero en toda narración de una nación se puede dar cuenta de los fines políticos que dirimen de una ideología, pedagogía y moral que legitima el presente.
Así, la campaña que lleva por nombre “Yo nací en este país” y que Central de Radios, Repretel y el Banco de Costa Rica impulsan para recibir donaciones a favor de los damnificados por las recientes lluvias no puede dejar de ser leída en este momento que el tema de la delimitación en la frontera con Nicaragua aviva ese lastre xenófobo, que nos devora desde discursos oficiales hasta los espacios cotidianos.
Podría perdonarse que la campaña se denomine “Yo nací en este país” si no llevase detrás un claro acto de cinismo. Esto porque la canción que inspira su título, y que es utilizada como jingle para los comerciales transmitidos por televisión, surgió en el contexto de un país muy diferente a Costa Rica al menos en lo que formalmente respecta a asuntos migratorios. Podríamos entender esto si tan sólo revisáramos la letra de esta canción en cualquier sitio de Internet.
“Yo nací en este país” (o “Yo nací aquí” –que es el título propio de la canción) es escrita e interpretada por el músico ecuatoriano Juan Fernando Velasco, Embajador de la Paz desde 2004. Sin embargo, la fuerza de esta canción radica sobre todo en su última estrofa: “Yo nací en este país… que no le teme al porvenir, que no se deja derrotar, que no me pide visa y al que siempre quiero regresar”. Por la fuerza evocativa de esta última estrofa es que la canción ha representado muchos de los anhelos de los migrantes ecuatorianos. En un país como Costa Rica los más indicados para cantar esta canción serían precisamente las personas nicaragüenses.
En otro orden de cosas, el gobierno de Ecuador utiliza esta canción para incentivar el turismo (la publicidad es transmitida incluso en CNN) puesto que efectivamente no pide visa a ninguna persona que quiera visitar este país, asunto que contrasta con la ley “arizoniana” que mantiene Costa Rica y que, como parte del nacionalismo al que nos referimos antes, hace del tema de migraciones un asunto de seguridad nacional.
Es pretencioso, pero quizás el acto de cuestionar las formas en que el poder opera desde las narrativas mediáticas de la nación costarricense, puede llevarnos a pensar los problemas limítrofes dentro de un horizonte geopolítico y estratégico a nivel global; es decir, si en Costa Rica se cuece un imaginario de inseguridad que identifica como su causa al extranjero pobre (con la consecuente aplicación del Derecho Penal del enemigo), al interior de las élites guerreristas globales, desde Costa Rica, se cuece la posibilidad de “controlar” el ALBA mediante el discurso de la lucha contra el narcoterrorismo.
La solidaridad de todos los que habitamos Costa Rica se seguirá haciendo presente con los damnificados, pero esa actitud trasciende la espectacularización que algunos medios de comunicación se conceden a sí mismos, a la vez que, desde sus enunciados corrientes, parecen ir en contra de la superación de las fronteras simbólicas que nos separan.