¿Dejaremos de producir alimentos?

De aprobarse el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Centroamérica (TLC), se consolidará la división internacional del trabajo en los términos que

De aprobarse el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Centroamérica (TLC), se consolidará la división internacional del trabajo en los términos que convienen a los países más desarrollados, esto es, que terminarán monopolizando la producción y manejo de los alimentos, mientras que los países menos desarrollados proveerán plantas ornamentales y otros cultivos «complementarios», y mano de obra barata.

Esta es una de las preocupaciones que comparten especialistas y representantes de sectores sociales del país, cuando analizan las implicaciones que ese TLC tendría para la seguridad alimentaria de nuestro país.

No solamente se correría el riesgo de que Costa Rica termine dependiendo de las importaciones de alimentos básicos desde otras naciones, principalmente Estados Unidos -lo cual la colocaría en una condición vulnerable a las decisiones económicas y políticas de ese país-, sino que se podría perder la cultura campesina aprendida y transmitida por generaciones, y deteriorarse la calidad nutricional de la población.

Marcela Dumani, profesora de la Escuela de Nutrición de la UCR, en el Área de Disponibilidad y Acceso a los Alimentos, advirtió que podría darse «una dependencia cada vez mayor de la importación de esos alimentos básicos (o sea, un incremento en la inseguridad alimentaria y nutricional), con el riesgo de que si esos alimentos por A o por B dejan de ser producidos por los países hegemónicos, o se produce una baja en la producción mundial, o un acaparamiento especulativo, los precios se dispararían y los alimentos básicos no serían accesibles para el grueso de la población.»

Ella también llamó la atención sobre el hecho de que «el cambio en los cultivos trae como consecuencia cambios en la dieta, que no necesariamente son positivos», y puso como ejemplo que, a diferencia de la Unión Europea, Estados Unidos está logrando impedir que los productos genéticamente modificados o «transgénicos», deban ser identificados como tales en sus etiquetas de información a quienes los compran. (Ver la entrevista «TLC afectará la nutrición»)

Por su parte, Eva Carazo, de la Agenda Nacional Campesina, advirtió en las «Jornadas de Reflexión sobre el TLC» realizadas por la Facultad de Ciencias Sociales y el Instituto de Investigaciones Sociales, de la UCR, que «Costa Rica ha perdido sistemáticamente la posibilidad de producir su propia alimentación básica.»

Paralelamente, se ha incrementado el área sembrada de frutas, plantas ornamentales y otros cultivos que no se producen en los países más desarrollados.

En su ponencia «Implicaciones del TLC entre EE.UU y Centroamérica para el sector agropecuario: aproximaciones desde la perspectiva de la agricultura familiar campesina», ella explica que mientras el área sembrada y la producción de maíz, frijol y arroz cayó entre un 33.21% y un 99.24%, en el período 1998-2002, el área sembrada de piña registró un aumento de 9.300 a 15.500 hectáreas (un incremento de 166.66%) y la producción aumentó en 152.38%. (Ver cuadro adjunto)

«Si bien esto refleja un repunte importante de la actividad piñera, por ejemplo en la zona norte del país, probablemente también significa que gran cantidad de familias que en algún momento fueron pequeñas propietarias de su tierra y vivieron de su producción, ahora han pasado a trabajar como peones de las grandes empresas piñeras o a depender exclusivamente de éstas para venderles su producción, perdiendo la independencia y la cohesión características de la pequeña actividad campesina», explica Carazo.

Uno de los instrumentos fundamentales usados por los países más desarrollados para consolidar esta división internacional del trabajo por la cual buscan monopolizar la producción de alimentos, a costa de la desaparición de la producción campesina de los países dependientes, es la multimillonaria política de subsidios a sus propios productores agropecuarios, y que se fortalecen con la firma de los TLC.

Así, según reportó la agencia española EFE, el 11 de junio pasado, mientras los países más ricos, reunidos en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), presionan a los países pobres a abrirse todavía más a las importaciones, el año pasado «los productores de esos estados obtuvieron el 32% de sus ingresos gracias a las subvenciones agrícolas.»

En plena era de la globalización comercial, esto implicó un aumento de un 1% en los subsidios que recibieron los productores de esos países, en comparación con 2002.

Así, mientras los productores agrícolas del «norte rico» recibieron ayudas por $257.000 millones de dólares en 2003, en Costa Rica la producción de frijol está a punto de desaparecer.

Afirma especialista:

«TLC afectará la nutrición»

MARÍA FLÓREZ-ESTRADA

[email protected]

Uno de los efectos menos analizados del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Centroamérica (TLC), de ser aprobado por la Asamblea Legislativa, es el de su probable impacto en la cultura alimentaria y la calidad nutricional de la dieta costarricense.

UNIVERSIDAD conversó sobre el tema con Marcela Dumani, profesora de la Escuela de Nutrición de la UCR, en el Área de Disponibilidad y Acceso a los Alimentos.

¿Qué impacto puede tener el TLC en el acceso de la población a los alimentos?

-Quizá por él mismo, o por su dinámica intrínseca, un TLC no lleve necesariamente al desabastecimiento de los alimentos básicos para la población.  Lo que podría producir es una dependencia cada vez mayor de la importación de esos alimentos básicos (o sea, un incremento en la inseguridad alimentaria y nutricional), con el riesgo de que si esos alimentos por A o por B dejan de ser producidos por los países hegemónicos, o se produce una baja en la producción mundial, o un acaparamiento especulativo, los precios se dispararían y los alimentos básicos no serían accesibles para el grueso de la población.

Tenemos la experiencia mexicana, que señala Víctor Quintana, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en su artículo «El círculo vicioso del tratado de libre comercio de América del Norte»: «En 1990 el promedio anual de importación a México de los diez cultivos básicos (maíz, fríjol, trigo, soya, sorgo, cebada, ajonjolí, cártamo y arroz) era de 8,7 millones de toneladas; en 2000 fue 18,5 millones de toneladas o sea 112% más. La Unión Americana cubre el 90% de este abasto.»

Cosa contraria sucede cuando un país posee seguridad alimentaria  y nutricional. Si produce lo que ocupa para que su pueblo coma, entonces no hay dependencias tan fáciles y catastróficas.

¿Y qué podría suceder con la dieta de la población costarricense?

-Esta era mercantilista valoriza todo en tanto mercancía, y los alimentos no se escapan a ello. Y es que el mercado mundial de alimentos es una indiscutible mina: son 16 corporaciones en el mundo las que lo dominan, y muchas de ellas también producen agroquímicos y medicamentos.

Así, al liberarse el comercio, el TLC incentivará el ingreso de mucha comida procesada, que llenará los anaqueles de tiendas y supermercados, y de transnacionales de comidas rápidas y otras. La dieta con mucha presencia de comidas procesadas es deficiente en micronutrientes, o sea, en vitaminas y minerales, y por lo general también en fibra, y excesiva en carbohidratos refinados, azúcares, grasas y sal.

El país deberá hacer un esfuerzo enorme por poner al día toda su normativa en alimentos, para poder ejercer una regulación sobre el ingreso de estos. Se sabe, por ejemplo, que algunas cadenas de supermercados venden productos a precios más cómodos, pero al borde del vencimiento, lo cual se relaciona con una pérdida aun mayor de su valor nutritivo.

También se sabe que transnacionales producen medicamentos y agroquímicos que son prohibidos en sus países de origen, pero no en los nuestros, convirtiéndonos en consumidores de lo que otros ya no usan.

Los productos «frescos» importados difícilmente ofrecerán a nuestra población la riqueza nutricional de los productos frescos producidos en nuestro país, con pocos días de haber sido cosechados. Esto es válido también para todos los granos y cereales: entre menos tiempo de cosechados, mayor será su valor nutritivo.

¿Qué podría ocurrir con las formas largamente aprendidas y desarrolladas para cultivar, manejar y comercializar los alimentos?

-El conocimiento sobre el cultivo y manejo de los productos muchas veces es transmitido de generación en generación. Con la sustitución de cultivos, definitivamente ese conocimiento se deja a un lado. Además, el cambio en ellos trae como consecuencia otros en la dieta, que no necesariamente son positivos.

Se sabe, por ejemplo, que los más pobres de los pobres en nuestro país son los peones agrícolas, y con la presión que hay actualmente sobre el agro, muchos pequeños productores han dejado su condición de propietarios de tierra y se han convertido en asalariados. Cuando se dejan de producir los alimentos para la familia, lo que se compra es, por lo general, de menor calidad que lo que se producía. Por ejemplo, un modesto salario quizá no alcance para comprar los frijoles que antes producía, y entonces la familia comerá sólo arroz.

Sin embargo, también nuestros agricultores han sufrido aculturación desde la famosa «revolución verde»: se han convertido en consumidores de paquetes tecnológicos que los han hecho dependientes de la compra de insumos (semillas, agroquímicos, etc.). Todo viene junto: el paquete tecnológico es parte de todo el planteamiento que hace el modelo de desarrollo que reina en la sociedad.

De lo que sí estoy segura es de que a las grandes compañías no les interesa llegar a todos los rincones del país, porque buscan sus nichos de mercado, o sea, sus poblaciones con poder adquisitivo. Por lo tanto, tengo la esperanza de que nuestros agricultores y agricultoras sigan existiendo y enriqueciendo a este país con su presencia.

¿Qué pasará si estando el TLC en vigencia, la agencia de alimentos del gobierno de Estados Unidos (FDA, según sus siglas en inglés) aprobara la venta masiva de alimentos transgénicos?

-De hecho, ya la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) hizo pública su apreciación sobre los transgénicos, y se manifiesta a favor. Este hecho es interesante, porque al principio había manifestado su cautela.

A los Estados Unidos le interesa afianzar su mercado de alimentos transgénicos, y una manera que ha utilizado con nuestros países para poder hacer de ellos un mercado de transgénicos, es pactando con los entes pertinentes para solicitarles que no se pida el etiquetado. Han aducido que mientras un alimento transgénico sea igual a su homólogo natural (en su aspecto físico), no tiene por qué sufrir discriminación en la comercialización.

La Unión Europea, en cambio, ha sido clara en esto: exigen el etiquetado como una manera de respeto al consumidor, a su libertad de elección.

¿Por qué ellos mismos no ven la etiqueta de «transgénico» como un valor agregado, una «ventaja comparativa» de su producto? Es que no han logrado convencer a la población de la inocuidad de esos alimentos.

Creo que lo mínimo que debería hacerse es eso: permitirle al consumidor (que somos todos y todas) ejercer su derecho y, por lo tanto, exigir el etiquetado.

Ahora, la entrada de transgénicos en nuestro país ya se está dando, y desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, casi toda la soya es transgénica (no sé si las macrobióticas ejercerán algún control sobre esto), y este producto es utilizado en muchísimas cosas: desde fórmulas para bebé, hasta aceite y derivados proteínicos que están en las tortas de hamburguesas. La Nabisco y la Nestlé usan transgénicos. ¡Imagínese! ¡Y eso que la entrada no se ha hecho así tan pública que digamos!

Una de las cosas que más me preocupa con la posibilidad del libre ingreso de transgénicos es el asunto de las semillas. Si un agricultor siembra una semilla transgénica sin saber que lo es, estará en riesgo de contaminar genéticamente otras variedades de su parcela o de su huerto. Esto, definitivamente, afectará la biodiversidad, que guarda estrecha relación con la nutrición (entre más diversa y más fresca la dieta, más nutritiva será).  Además, estará en riesgo de contaminar semillas que ha guardado por varias cosechas, perdiendo su autonomía como productor y verá disminuida la seguridad alimentaria y nutricional de su familia.

¡Los agricultores también tienen derecho a saber lo que están sembrando y las consecuencias de ello!

¿Puede ocurrir un cambio cultural que resulte en pérdidas o empobrecimiento en el largo plazo?

-Existe un estudio realizado en México por Cháves-Villasana, Aguirre-Arenas y Escobar Pérez, en 1998, que logra comparar una población que cultivaba maíz, antes y después de 20 años de haber cambiado su cultura productiva, pasando a producir sorgo (el cual no se comían). Los investigadores no encontraron mayores diferencias en el estado nutricional de la población, pero sí fue evidente lo siguiente: para poder tener dinero, al menos una persona de la familia debió emigrar a los Estados Unidos y enviar sus divisas, las familias se vieron obligadas a practicar más estrategias de sobrevivencia y, por último, el Estado invirtió más dinero en programas sociales de atención nutricional a esa población.

Ante esto, una se pregunta: con los programas de ajuste estructural de las administraciones pasadas, y la consecuente reducción del Estado, ¿tendrá nuestro país, en un eventual proceso de empobrecimiento de su población a mediano o largo plazo -como consecuencia de esta era mercantilista y neoliberal exacerbada-, la capacidad para solventar las necesidades básicas de su pueblo?

Diseño del «norte»

«Las naciones industrializadas, cuyo desarrollo fue diseñado en el período de la posguerra centrado en el crecimiento del mercado interno y en la autosuficiencia alimentaria, llegan a la década del 80 no sólo con autosuficiencia alimentaria sino con excedentes que necesitan colocar en el resto del mundo. Para ello deben incrementar el intercambio comercial y la inversión internacional promover la globalización sin renunciar a mantener la producción doméstica que garantice el 100% del abasto interno de alimentos.

Este proceso globalizador, funcional a las necesidades de un puñado de países autosuficientes en rubros básicos de alimentación como granos, leche y carne, no puede conciliarse con un esfuerzo tardío de las economías en desarrollo por lograr su propia autosuficiencia alimentaria.

Entre 1986 y 1988, de 213 países, 99 producían menos del 100% de sus necesidades, la mayoría en el Tercer Mundo: 41 de ellos en África subsahariana y 27 en América Latina. El hambre y la malnutrición ensombrecen el mapa alimentario latinoamericano. A fines del siglo XX, la región es incapaz de garantizar a gran parte de sus ciudadanos el derecho a comer.»

Fuente: «Seguridad alimentaria y soberanía: Producción, consumo y desigualdad». Patricia Acosta Cassinelli, Uruguay.

En: http://www.lainsignia.org Proporcionado por Katherine XXXXX.

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