Hernando Gómez Buendía: La inseguridad ciudadana hay que tratarla como enfermedad

A los fenómenos de la inseguridad ciudadana Hernando Gómez Buendía propone verlos como la enfermedad. Lo primero es que es una mala cosa, y

Lo primero es un buen diagnóstico y evitar las simplificaciones, advierte el asesor del PNUD.

A los fenómenos de la inseguridad ciudadana Hernando Gómez Buendía propone verlos como la enfermedad. Lo primero es que es una mala cosa, y lo segundo que no es una sola enfermedad, sino distintas enfermedades y diferentes las medicinas, apunta el especialista colombiano, coordinador del Informe sobre Desarrollo Humano para América Central y director académico de la Escuela Virtual para América Latina y el Caribe, ambos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

El pasado 7 de julio disertó sobre el tema Abrir espacios a la seguridad ciudadana y el desarrollo humano: políticas para la construcción de sociedades más seguras y democráticas, en la clausura del Primero Foro Interinstitucional Violencia, delito y desarrollo: desafíos para Costa Rica, organizado por la Universidad de Costa Rica. A continuación extractos de una entrevista dada a UNIVERSIDAD:

“La gente dice cúreme. Sí, pero lo primero es hacer un buen diagnóstico y conocer las causas para escoger la medicina adecuada”, dijo el especialista y consultor del PNUD utilizando la analogía con la medicina.

No es lo mismo –señaló- la inseguridad del hombre que de la mujer, o el niño o el joven, además de que hay distintos tipos de inseguridades, entre los países hay diferencias, y aun dentro de cada país hay realidades distintas entre una región y otra.

Las inseguridades tienen algunas causas comunes, igual que las enfermedades. Si usted lleva una vida desordenada, pues tiene tendencia a sufrir determinadas cosas. Lo mismo pasa con la inseguridad, hay sociedades que llevan una mala vida y entonces tienden a tener distintas formas de inseguridad.

Pero también hay causas específicas. El problema del narcotráfico tiene causas específicas distintas del robo callejero, y hay que tratarlos de manera diferente. Según es la enfermedad, así es el remedio, y no hay una sola medicina, es importante que las personas se metan eso en la cabeza.

El gran problema de la inseguridad es la simplificación. Por ejemplo, dicen: pobrecitos los delincuentes, son desempleados. Sí, el desempleo es uno de los factores que pueden influir en ciertos tipos de delincuencia, pero en otros no tiene nada que ver.

Por eso es que es importante hacer un buen diagnóstico y para ello hay que acudir al profesional, al que sabe, porque las medicinas existen.
En materia de seguridad, como en la medicina, usted puede combatir una enfermedad, pero lo más sensato es prevenirla, y prevención es integración social. Para prevenir el delito hay que ordenar la sociedad. Cualquier salubrista serio le dice: si usted quiere mejorar su salud primero tiene que mejorar sus condiciones y hábitos de salud. Igual, cuando una sociedad va enferma a un especialista en seguridad, lo primero que le dice es: usted tiene mucha desigualdad, mucho desempleo, alcoholismo, drogas, tiene a los jóvenes en las calles, y mientras usted siga así va a seguir enfermo.

Y claro, las inseguridades, igual que las enfermedades, producen angustia. A menudo la gente quiere remedios mágicos, y existen una serie de mitos, creencias, supersticiones. Por ejemplo, dicen “se necesitan armas para la defensa.” Falso. “Esto se arregla sacando el ejército a la calle.” Falso.

De acuerdo con el estudio que ustedes hicieron en el PNUD ¿cual es la situación en Centroamérica?
—Lo primero que hay que decir es que Centroamérica es la región del mundo con la mayor violencia ordinaria (incluye homicidios, robos callejeros), pero eso se debe fundamentalmente a la situación del triángulo norte (El Salvador, Honduras y Guatemala).

En el triángulo norte los niveles de violencia son altísimos, con una tasa de homicidios superior a 60 por cada 100.000 habitantes, muy elevadas comparadas con Costa Rica, que tiene 11. Costa Rica, Nicaragua y Panamá tienen menores niveles pero son niveles altos, comparados con el promedio mundial que es de 8. En la región, Costa Rica está peor que Nicaragua, Chile y Uruguay. Lo grave es que las tasas vienen aumentando.

Lo que hicimos en ese informe fue dar una mirada bastante completa y rigurosa a la manera cómo se manifiesta la inseguridad en la región y en cada uno de los países, cuáles son los tipos de enfermedades que tiene la región.

¿Y cuáles son las “enfermedades” encontradas en la región?

—Nosotros identificamos cinco enfermedades distintas. La inseguridad ordinaria, que es la violencia callejera. Es un núcleo importante porque es lo que más siente el ciudadano común y corriente cuando sale a la calle o se sube a un autobús, cuando le roban la cartera. La mayor parte de los delitos está allí, y muchos de ellos no se denuncian. Aquí se incluyen los homicidios, que en su mayoría se cometen en riñas entre conocidos.

Otro problema relacionado pero distinto son las maras o pandillas juveniles. Estas pandillas a veces cometen delitos. Es un problema complejo porque estas pandillas a veces son simplemente expresiones culturales o socioculturales, de desempleo o conflictos de cambio generacional, y el problema es que hay una tendencia a criminalizarlas, a decir, por ejemplo, que porque usan tatuajes son delincuentes. Eso no es delito ni puede considerarse como delito.

Otro problema distinto aunque también relacionado es la narcoactividad, que es un delito complejo, y donde hay muchas formas de participación y muchas consecuencias.

En el informe nosotros incluimos otras formas de inseguridad ciudadana que son muy graves, pero tienen menos publicidad. Son las inseguridades invisibilizadas, como la inseguridad de la mujer. Hay mucha violencia contra la mujer. No provoca la misma repercusión social y sin embargo son violaciones graves de los derechos humanos.

Está también la corrupción, definida como la apropiación indebida del patrimonio público. Ésta es también una fuente de inseguridad, porque es un robo contra todos, sobre todo a los pobres, porque con el robo de la plata del Estado quienes más se perjudican son los pobres.

¿Qué medidas habría que tomar?

—Pues depende a qué enfermedad nos estamos refiriendo, para cada una hay medicinas distintas. Pero hay algunos principios básicos. Lo primero es hacer un diagnóstico adecuado.

Hay mucha polémica sobre la forma como las autoridades tratan el problema. Muchos se quejan de les dan más garantías a los delincuentes que a las víctimas.

—El tema se ha ideologizado. La seguridad no es izquierda, ni de derecha, es de todos, es la razón de ser del Estado, para eso se creó el Estado.
Pero el tema está muy ideologizado y es comprensible que ello ocurra. ¿Por qué? Porque hay grandes intereses, porque hay seguridad de ricos y de pobres, y seguridad de ricos contra pobres y viceversa. Está ideologizado porque los sistemas profesionales están desbordados, y al estar desbordados, la gente empieza a perder confianza, empieza a acudir a la seguridad privada.

Además hay intereses políticos, que en todas partes del mundo ganan con los problemas de inseguridad; hay intereses económicos, hay traficantes de armas, hay una industria de la seguridad privada, hay prensa que gana vendiendo sucesos.

¿Y la demanda de una mejor protección de las víctimas no está justificada?

—Es cierto, la protección de las víctimas es débil. Lo que pasa es que la justicia y la seguridad son dos cosas relacionadas pero distintas.
La justicia es para castigar al culpable una vez que se ha demostrado cuál es el culpable de acuerdo con las reglas previamente establecidas, lo que se llama el debido proceso.

La gente dice: “hay que saltarse la ley para tener seguridad.” Pero ¿dónde está el problema de eso?

El problema es que si usted mete en la cárcel a la persona que no es, ¿que logra con eso? Primero llenar las cárceles y el costo de las cárceles es altísimo. Las cárceles no alcanzan para todo el mundo y además son una escuela de delincuencia. Entonces hay que pensarlo muy seriamente antes de meter a una persona a la cárcel.

Hay que tener en cuenta para qué son las penas. Primero, para castigar al delincuente, pero además para prevenir la delincuencia. Si se garra a un joven de 18 años y se lo mete a la cárcel, ese muchacho probablemente va a salir como un delincuente avezado, si no tiene un sistema carcelario bueno.

Cierto que la  policía tiene que ser eficaz y la justicia tiene que ser seria y los criminales tienen que pagar su condena. El punto es la necesidad de que el delincuente sea bien identificado y se demuestre que el o ella fue el autor del delito, porque ni no es así, estamos haciéndonos un daño en vez de remediar un problema.

Cuando decimos que hay que acabar con la impunidad, por supuesto que hay que acabar con la impunidad. ¿Dónde está la equivocación? Es decir que para acabar la impunidad hay que olvidarse de la presunción de inocencia. Ahí es donde la gente se confunde. La gente no entiende es que antes del castigo hay que agarrar al tipo y lo difícil es agarrarlo y estar seguro de que es el autor del delito.

Y el gran problema de la justicia es la debilidad de la prueba. ¿Y cómo puede condenar el juez a una persona sin pruebas? ¿Quieren que condene a un inocente? 

El problema de las políticas de mano dura es que no identifican al que es. En una redada ¿que se logra con eso? Nada. Congestionar las cárceles, y cualquier persona que ha estado en las cárceles sale resentida. Las cárceles no son parte de la solución, son parte del problema.

 

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