La casa pierde, el retador se lleva todo

La suerte estaba echada, el candidato perdedor deja al partido ante un dilema: renovarse o morir. (Foto: Juan Ramón Soto)A las seis en punto

La suerte estaba echada, el candidato perdedor deja al partido ante un dilema: renovarse o morir. (Foto: Juan Ramón Soto)

A las seis en punto de la tarde, voces de muerte sonaron. Las urnas se habían cerrado con un fallo inexorable.

Un piquete de periodistas, camarógrafos, técnicos, se agolpa en torno a una mesa vacía a la espera de un mensaje de los caídos.

La orgullosa mansión de los señores, conocida como el Balcón Verde y que ellos bautizaron con el nombre de su fundador y máximo líder, hoy parece un mausoleo, un mojón histórico en el ámbito de la incertidumbre.

La otrora casa de fastuosas fiestas donde se convocaba a quienes con un gesto en el aire trazaban carreteras, regalaban casitas a los más necesitados, edificaban ministerios, repartían puestos y combatían eternamente la pobreza porque “eso era una vergüenza para nuestra democracia”, ahora se hundía en una penumbra espectral que sugería un ambiente de velorio.

Al oeste de La Sabana, más solitaria aún que de costumbre un domingo por la noche, pasan algunos carros apresurados con banderas amarillo y rojo que buscan escabullirse cuanto antes hacia el otro extremo de la ciudad.

Todos intuyen lo que ha ocurrido: el triunfo más apabullante y la derrota más vergonzante de la historia política del país se han conjuntado.

En el salón preparado para la conferencia, los retratos de seis expresidentes atestiguan medio siglo de ser una institución consolidada y el partido más poderoso en el país.

Frente al Partido Liberación Nacional, durante más de sesenta años, los contendientes políticos solo han sido llamados oposición y se agruparon en su contra con distintos nombres según la ocasión, facilitando más bien una alternancia en el poder que los hacía volver con más bríos cada cuatro años; pero esta noche el PLN muerde el polvo de su más sentida derrota.

Aturdido en la lona mientras oye la campanilla tras el último recorte en el conteo, se percata de la dimensión del desastre, alguien venido de su propia entraña, le ha propinado tal golpe que, de sobrevivir, jamás podrá volver a ser el mismo.

Destusado por la apuesta insensata, una noche de juego, lo perdió todo: un formidable candidato que en seis meses pasó de ser un desconocido a obtener, según dicen, la votación más alta de la historia, un entusiasmo juvenil a toda prueba, dos exprimeras damas, varios exministros y exdiputados, los discursos, las banderas sociales, la promesa de construir el futuro mejor para la mayoría, la herencia de una institucionalidad social, la capacidad de convocar multitudes, en fin, la caja de caudales del sueño y las esperanzas de un pueblo ya no le pertenecen.

Esos también se fueron para el PAC, dice en voz baja y rumiando amarguras una colaboradora que viste una camiseta verde con la leyenda, nunca más inapropiada, de: Orgullosamente Liberacionista.

Así sigue el ambiente de aquella noche, más que triste, decepcionante. A cuenta gotas se allegan algunos militantes más y luego, tres o cuatro diputados electos que esperan al presidente del partido y al candidato para cumplir con una formalidad.

Solo llegó gente “popof”, nada de pueblo, se queja un colaborador de camiseta sudada, secada al sol y vuelta a sudar, que pasó todo el domingo corriendo con devota entrega aunque sin verdadera convicción, entre los puestos de votantes.

Acostumbrado a derrochar multitudes, a alardear de su maquinaria electoral, a hacer recuentos de campañas que se remontan a décadas atrás “desde que papá me llevaba chiquitillo con la bandera verdiblanca”, el PLN ahora se derrumba como un mastodonte de azúcar devorado por las hormigas.

Un grupo de jóvenes sin sonrisas aunque con brío llegan con instrumentos y canciones a tratar de rasgar al luctuoso ambiente.

Arriba finalmente el candidato cerca de las 8:30 p.m., lo recibe un raleado aplauso indeciso y sin convicción

Algunas militantes plañideras le gritan vítores de compromiso al candidato, mientras otros mascan su frustración con un insulto entre dientes que se les escapa por la mirada que a hurtadillas le dejan caer al pasar.

Se demora arropándose en el entusiasmo de los jóvenes que entonaban el Corrido de Pepe Figueres y sonaban cornetas de falsa charanga.

Finalmente, el esperado mensaje. Todos, incluidos los periodistas, quieren salir pronto de aquella farsa y marcharse “ligerito como entierro de pobre”.

Mientras, el presidente del partido, Bernal Jiménez, intenta ensalmar la institución de viejas glorias apelando a la socialdemocracia, al inminente congreso ideológico, a la juventud, y busca argumentos entre sus papeles improvisados a mano, porque la tradición y el orgullo del PLN se los tragó el remolino del retrete tan pronto alguien jaló la cadena de la renuncia. A su lado, el candidato, con una sonrisa sardónica, que nadie entiende a qué se debe, pretende una calma igualmente desconcertante.

La peripecia de su renuncia precipitó la caída del PLN y dejó al aire las vergüenzas de una rebatiña de sordas batallas, que se hizo pública y notoria e hizo pensar que el partido solo era un cascarón para satisfacer los apetitos desmedidos de algunos facinerosos y sus crías que se habían cebado en el poder político.

Pasada la prescindible ceremonia, el grupo se disgrega dando una imagen de cómo puede estar el partido en derrota. El candidato se retira discreto por una puerta lateral de esas que fueron diseñadas en la vieja casa para la servidumbre.

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