Miguel Picado G. (Foto: Katya Alvarado).
La Iglesia Católica carga una suerte de culpa histórica al no haber ayudado al pueblo a defenderse del neoliberalismo y de la destrucción del Estado social de derecho, afirma el presbítero y teólogo Miguel Picado Gatjens, a propósito de su más reciente libro, titulado: “Señor, muéstranos el camino. Documentos y reflexiones sobre la crisis de la Iglesia Católica Costarricense”.
El volumen es una publicación de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, de la Universidad Nacional, donde el religioso enseñó historia del cristianismo por más de 30 años.
Presbítero católico de la Arquidiócesis de San José, Picado dirige el Instituto Arquidiocesano de Investigaciones Históricas, y promueve el diálogo entre movimientos sociales e iglesias. Una visión crítica de la labor pastoral de Iglesia con un llamado a retomar el rumbo plantea el siguiente extracto de una entrevista para UNIVERSIDAD.¿Qué lo motivó a escribir este libro?
–La preocupación de que la Iglesia está atravesando una situación muy difícil, una crisis, y la mayoría de los laicos y de los curas no la perciben como tal. En el libro creo demostrar con documentos lo que está pasando. Mi intención ha sido presentar como un espejo. Por eso distingo claramente lo que son mis opiniones personales de lo que sale en la prensa.
Una de sus principales conclusiones es que el “régimen de cristiandad” en Costa Rica (proyecto pastoral concebido como una estrecha colaboración con el Estado) da a la Iglesia una ilusoria posición de fuerza y el beneficio es sobre todo para el Estado.
-Es que no han logrado nuestras autoridades eclesiásticas desprenderse de la tutela del Estado y el Estado las utiliza y les quita fuerza. La iglesia podría tener una enorme fuerza si se desprende del Estado y hace su camino sola, denunciando lo que tenga que denunciar, proponiendo soluciones. Lo que debe cuidar la Iglesia es su credibilidad, pero mientras esté con el Estado la pierde.
Una de las conclusiones es que la imagen que tiene la gente de la Iglesia no la produce la Iglesia; la producen la prensa escrita, la radio y más aun la televisión. Y para una institución que necesita tener credibilidad es muy grave que su imagen se la fabriquen otros; es algo que debería preocupar a quienes dirigen la Iglesia.
Por otro lado, vemos todo el perjuicio que le causó el Arzobispo anterior a la Iglesia por estar tan cercano al Estado y al Gobierno fuera quien fuera. La Iglesia pierde independencia, y en realidad el Estado no le da nada. Le da un poco de dinero, es verdad, pero no es gran cosa, salvo el pago de maestros de religión y lo que la prensa llamó “ley milagro”.
Otra conclusión, que era importante constatar, es la inutilidad de pretender que a través de la ley la gente cumpla la moral católica. Eso es muy del Antiguo Régimen, antes de la Revolución Francesa, pero la Iglesia no acaba de entenderlo, y entonces tiene conflictos permanentes que reseño en el libro.
Otro ejemplo es el asunto de la fecundación in vitro (que no trato en el libro), en la que la Iglesia pretende algo que es absurdo. No estoy diciendo que la posición de la Iglesia sea absurda, es un tema que no conozco, se lo dejo a los bioéticos; pero sí es absurdo pretender que la ciudadanía no católica esté obligada a cumplirla.
Usted afirma también que la institución no tiene pastoral social…
-No tiene nada. Curiosamente el Arzobispo Román Arrieta Villalobos intervenía mucho en cuestiones sociales, pero nunca en alianza con movimientos populares y mucho menos con sindicatos. En cualquier sociedad los que mueven, proponen y son capaces de lograr cambios son justamente los descontentos, los que necesitan organizarse y lograr cambios, y si la Iglesia no entra en diálogo con ellos, se queda sola.
Es que el entonces obispo Arrieta decía que la Iglesia no tenía que meterse a organizar proyectos sociales, que eso era tarea de la sociedad civil.
-Es una concepción equivocada, porque la Iglesia desde siempre ha suplido allí donde el Estado, la sociedad, está ausente. Por eso en tiempos medievales la Iglesia inventó cosas como la Universidad, los hospitales, orfanatos… La Iglesia siempre ha sido propositiva, creadora, y en una sociedad como la nuestra, donde hay una gran represión social disfrazada, a la Iglesia le corresponde promover la conciencia social.
¿Como lo hacía en tiempos del Arzobispo Víctor M. Sanabria?
-Después de Monseñor Sanabria la Iglesia se echó a dormir. El sindicato Rérum Novárum, creado por Sanabria, el padre Benjamín Núñez lo entregó al Partido Liberación Nacional. Hoy existe una central sindical con ese nombre que no tiene ningún vínculo con la Iglesia.
Luego la Iglesia crea una alianza con el solidarismo, y ha sido un error muy grave entregar la promoción de la doctrina social a la Escuela Social Juan XXIII, que lo que ha promovido es el solidarismo. El solidarismo es una caja de ahorros, en la que pone el patrono y pone el trabajador, lo cual está muy bien, pero no suple la función de un sindicato. El sindicato no solo tiene que defender los derechos y las condiciones laborales de los trabajadores, es la voz de estos creando la nueva sociedad. El solidarismo se ha usado para anular a los sindicatos, y la Iglesia, no solo no lo denunció, sino que prestó para esa tarea un organismo propio, la Escuela Social Juan XXXIII.
¿En contradicción con la doctrina social respecto del sindicalismo y la pastoral obrera?
-Por supuesto. Y se llegó a extremos que en el libro cito extensamente. Documento con todo detalle, por ejemplo, el conflicto que se produjo con la carta pastoral que publicó en 1989 el entonces Obispo de Limón, Alfonso Coto Monge, denunciando las consecuencias de la expansión bananera incontrolada. Al obispo y a su clero se le fueron encima con una campaña mediática enorme de la Corporación Bananera Nacional, el periódico La Nación con Julio Rodríguez, y la Escuela Social Juan XXXIII a través del presbítero Claudio Solano. Y el resto del clero no salió a defenderlos salvo unas pocas excepciones, lo que es muy significativo. Lo interesante es que los mismos que atacaban al obispo decían: tiene razón en lo que denuncia, pero eso está cambiando.
¿La Iglesia costarricense no entendió el mensaje del Concilio Vaticano II?
-No, y menos Medellín o Puebla (documentos del episcopado latinoamericano de orientación pastoral con preferencia por los pobres). Es que el clero de Costa Rica es muy conservador. Es curioso, porque las posiciones en la primera mitad del siglo XX eran las de un clero bastante renovado, con mucha conciencia social. Había una cierta mayoría con conciencia social, porque habían sido echados del poder por el liberalismo y eso los tenía con chile en la boca. Pero cuando la Iglesia con Sanabria llega a reconquistar algo de lo que le habían quitado en 1884 (con la reforma liberal), piensa que ha cogido el cielo con las manos, y se comió el cuento de que los problemas estaban solucionados.
¿Es una negación de la prédica del Evangelio?
-Por supuesto, porque como el Jesús del Evangelio tiene una prédica de amor al prójimo, siempre está a favor del prójimo y no de la institución. Jesús, siguiendo a su precursor, Juan el Bautista, desafía al templo. Juan el Bautista dice: no hace falta ir al templo a sacrificar vacas y corderos, porque eso no importa; lo que importa es un cambio personal. Nosotros aquí lo simbolizamos con el bautismo, entonces el templo queda desautorizado. De manera que cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo estaba en esa misma tradición, y desde luego en ese momento firma su sentencia de muerte.
En buena lógica, entonces para Ia Iglesia sería la sentencia de muerte hacer lo mismo…
-Bueno, o su sentencia de vida. ¿Qué somos en realidad? Cristianos. Y si el cristiano merece serlo tiene que ser alguien que esté dispuesto al sacrificio. En América Central hemos conocido un puñado de mártires: Monseñor Romero en El Salvador, Monseñor Gerardi en Guatemala, para hablar de obispos, pero podría hablar de laicos, indígenas con los que conviví.
¿Por eso tituló su libro: ¨Señor, muéstranos el camino”?
-Claro, porque lo perdimos… El camino es volver al mensaje del evangelio. Volver al Estado social de derecho, que logró cosas importantes y que ahora que las estamos perdiendo con el neoliberalismo las valoramos mejor quizás, como la salud, que uno no la valora hasta que la pierde. Hay que ver todo el apoyo que le dio Monseñor Sanabria a la creación de la Caja, a las garantías sociales y al Código de Trabajo, pero después la Iglesia no ha ayudado a defenderlo, no supo defender al pueblo de los avances del neoliberalismo, y ahí acumula una suerte de culpa histórica.