Los largos minutos de silencio que corrieron desde la elección del cardenal argentino Jorge Bergoglio hasta la primera reacción oficial de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, una escueta carta de felicitación, fueron una señal de la tensión que caracterizó a la relación con el hasta hoy arzobispo de Buenos Aires.
La espera se vio además sorprendida por la decisión de Fernández de Kirchner de enviar una serie de tuits sobre anuncios oficiales y una nueva queja contra la prensa cuando, ya vista la fumata blanca, todo el mundo estaba expectante del anuncio del nuevo papa.
«Su Santidad Francisco I: En mi nombre, en el del gobierno argentino y en representación del pueblo de nuestro país, quiero saludarlo y expresarle mis felicitaciones con ocasión de haber resultado elegido como nuevo Romano Pontífice de la Iglesia Universal», comienza la misiva enviada por la mandataria.
«Es nuestro deseo que tenga, al asumir la conducción y guía de la Iglesia, una fructífera tarea pastoral desempeñando tan grandes responsabilidades en pos de la justicia, la igualdad, la fraternidad y de la paz de la humanidad», sostiene Fernández de Kirchner, quien concluye haciéndole llegar a su Santidad su «consideración y respeto».
La frialdad en el trato tiene una historia que retrocede hasta el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), fallecido esposo y antecesor de Cristina Fernández.
El mandatario peronista consideró a Bergoglio, entonces titular del Episcopado, casi un «opositor» por sus críticas al deterioro de factores sociales, la corrupción y los manejos políticos.
La distancia llevó a Kirchner a no asistir a los tedeums que brindaba Bergoglio en la Catedral Metropolitana cada 25 de mayo, una tradición que se remontaba a 1810 por la Revolución de Mayo, y desde 2006 el jefe de Estado, y luego su sucesora, asistieron a esta misa por la fecha patria en otros puntos del país.
Con la llegada de Cristina Fernández al poder, la relación pareció mejorar, pero la cercanía de Bergoglio al sector agropecuario durante la crisis de 2008 volvió a tensar la cuerda. Los gestos de acercamiento que hubo posteriormente se debilitaron cuando Bergoglio emitió un documento en el que llamó a terminar con la «crispasión social». Y en 2010, pidió «superar el estado de confrontación permanente».
En febrero pasado, el cardenal jesuita alentó en su mensaje de Cuaresma a producir «un cambio» en la sociedad que afronta «realidades destructoras», al advertir que los argentinos se están «acostumbrando» a convivir con los efectos «demoníacos del imperio del dinero» como «la droga, la corrupción, la trata de personas».
«Bergoglio es un hombre que cuando tiene una idea habla con mucha claridad. Cuando tiene que decir algo lo dice, es verdaderamente audaz, no está atado a las costumbres o el protocolo o el que dirán», lo definió su ex portavoz Gustavo Boquín.