Historias de un mosh pit

El Festival Siembra y Lucha 2013 colocó en punto de ebullición a miles de fanáticos de la música metal de toda Centroamérica, durante tres

El Festival Siembra y Lucha 2013 colocó en punto de ebullición a miles de fanáticos de la música metal de toda Centroamérica, durante tres días, en una finca a mitad de la nada.

Texto y fotografías: David Bolaños Acuña ([email protected])


«Pero, mae, ¡cómo me voy a perder a Overkill!”

Tendido en el pasto, con su rodilla izquierda pasmada por el derrame del líquido sinovial de la articulación y con un dolor punzante reflejado en el rostro, un joven cuya única preocupación  era no poder asistir al concierto de una de sus bandas favoritas, que se presentaría la siguiente noche, era atendido por dos paramédicos.

Este muchacho, de unos veinte años, con unas Converse clásicas desteñidas y el torso al descubierto, tenía un plazo de incapacidad en su trabajo en la Fuerza Pública, precisamente porque su rodilla estaba en malas condiciones. Aún así, el impulso por asistir al Festival Siembra y Lucha era implacable.

La rodilla no pudo soportar el concierto de Suffocation, pues, para él, la asistencia no estaba completa sin la debida participación en los mosh pits. Cánones de esa banda de death metal como Infecting the Crypts, hasta muestras de su LP más reciente, como Purgatorial Punishment, impulsaban a decenas de personas a formar una batalla campal en un círculo de puños, empujones, codazos y patadas. Alrededor, cientos sacudían la cabeza como si desearan que se despegase de sus cuerpos.

El Festival Siembra y Lucha 2013 hubiese estado incompleto sin los mosh pits. Esta es una parte esencial de todo el paquete que ofrece un concierto de rock, punk o heavy metal.

La cita inició el 6 de diciembre. Centenares se aglomeraron en La Lucha, aquella legendaria finca de don Pepe Figueres, en medio de la nada, donde ahora nadie hablaba de política y el único sonido existente era el del viento pasando a través de los árboles.

Siembra y Lucha 2013 representaba la primera oportunidad en toda Centroamérica de asistir a un festival de música al aire libre con el estilo europeo del venerado Wacken: acampar, tomarse unas birras con los compas y escuchar buen tarro durante tres días. Promesa de oro para una avalancha de fanáticos del metal; fórmula perfecta para el caos.

Un caos organizado

Leigh Stuckey, investigadora de la Duke University, de Carolina del Norte, analizó el mosh en un estudio sociológico y lo definió como una reacción física a la música, que podría calificarse como un baile, excepto que es mucho menos pasiva; envuelve necesariamente violencia y actos de agresión, cuya intensidad dependerá de los participantes, o moshers. Y de la banda, claro.


Los artistas lo dieron todo en la tarima, con repertorios impecables, y quienes estaban frente a ellos les brindaron toda su voz, su entusiasmo, y algunos, hasta la sangre de sus narices.

Los españoles de Lujuria no querían irse del escenario; algunas bandas extendieron su repertorio, o sencillamente le hablaban a la audiencia, que les aplaudían y ovacionaban. Juntos le daban una voz estridente a las frías montañas de La Lucha, un pequeño rincón en San Cristóbal de Desamparados que se alzó a punta de gritos.

Al caer la noche, con un telón helado, la mayoría de tiendas de campaña ya se erguían en las faldas de la montaña. Cada uno comenzó a buscar calor y refugio; algunos con un suéter, otros dentro de los bares, que se construyeron alrededor del campo, y una joven guapísima en los brazos del guitarrista de Saurom, tras bambalinas, escondidos junto al autobús que había transportado a la banda desde el hotel Holiday Inn.

Detrás del escenario la rutina era muy ajetreada. Bandas llegaban y bandas se iban, y el único lugar que se les podía ofrecer era un cambiador al estilo de una plaza de fútbol. El cantante de Ohio, Tim “Ripper” Owens, esperaba fuera de esos vestidores, con los brazos cruzados frente a su pecho, mirando a la gente pasar. Llevaba allí unos 20 minutos y el enojo y la incomodidad eran evidentes; “la organización ha sido un desastre”, dijo de forma breve y casi distraída. Una vez le dieron lugar en un vestidor, cerró la puerta, y sólo la abrió para decir que reduciría su espectáculo a la mitad.

Mientras tanto, los miembros de Suffocation aguardaban  en uno de los toldos dispuestos al lado del escenario, para encontrarse con algunos de sus seguidores en la zona “Meet and Greet”. Terrance Hobbs (guitarrista líder) y Derek Boyer (bajista) hablaban y reían animadamente mientras compartían un cigarrillo que olía muy poco a tabaco, y al otro lado del toldo estaba Frank Mullen, la brutal voz de la banda, calmado y en silencio, a la espera de un plato de bocadillos salados que no dudó en atacar cuando llegaron, seguido por Kevin Talley, baterista actual de la agrupación. De fondo se escuchaba el crepitar de unos pioneros del género death: Massacre.

“Ustedes son muy aventados”, comentó Esteban Guzmán, que viajó desde México para ser parte del Festival Siembra y Lucha 2013; “los pits son muy recios, ¡ustedes se golpean de a de veras!”.

No hubo tregua: Suffocation tomó los micrófonos y amplificadores del festival, y no los dejó hasta que todos sacudieran su cabeza al ritmo de himnos brutales, taladrantes. No hasta que la rodilla de aquel joven policía con incapacidad laboral, dejase de funcionar.

El joven se rehusó a ser atendido por los paramédicos; todo un fin de semana de música lo esperaba. Mezclar su medicación con el alcohol que ya corría por su organismo no era una opción, así que solo un paquete de “marlboros” le ayudaban a espantar la pena. La noche se enfriaba más, Primal Fear había cerrado el repertorio del viernes, y cada uno se arrastró a los bares o a las tiendas de campaña.

Corazones a 100

Los campistas amanecieron un sábado con la expresión de haber dormido sobre el suelo, porque, precisamente, pocos pensaron en llevar algún colchón que suavizara las superficie rocosa de la montaña. El frío servía como reloj despertador, y el rumor del viento dominaba otra vez.

Luego de pasar por duchas gélidas, a las bandas nacionales les correspondía poner en calor a los campistas. Grecco y Pneuma levantaron el telón del segundo día de festival, que sería el más concurrido de los tres.

Warcry, cuyo espectáculo estaba dispuesto para el cierre de la noche, evidenció el culto que los aficionados costarricenses sienten por el heavy metal ibérico. Como si fueran enanos, las camisetas de Wacry parecían salir de hoyos en la tierra; el lugar se invadió de ellas.

La pasión hacia Warcry proviene de la motivación arraigada en sus letras, y de la posibilidad de identificarse con sus canciones. Así lo expresaron varios de sus fanáticos, que formaron una fila al mediodía para conocerlos en persona. Ya fuera por haber sido la primera banda de metal en español que escucharon, o hasta por el pasado del cantante Víctor García en Avalanch, la cantidad de personas dispuestas a pagar por saludarlos y tomarse una fotografía juntos casi cruzaba de lado a lado el campo de conciertos.

Los pits continuaban. En el turno de Immolation se vio más sangre, tal vez por ser a plena luz de la tarde. Los amplificadores retumbaban y las narices sangraban generosamente; “esta vara es puro odio”, resumió uno de los fanáticos al término de Despondent Souls, clásica del grupo de death metal neoyorquino.

Veteranos como los músicos de Overkill demostraron que no son ningunos veteranos y que sin prisa le pueden patear el trasero a cualquier banda de adolescentes. Una tras otra, los norteamericanos lanzaron Hammerhead y Rotten to the Core, casi tesoros para los fiebres del thrash metal.

Bobby “Blitz” Ellsworth confesó a la audiencia del Siembra y Lucha que su corazón estaba acelerado, tal como los riffs que salían de cada canción, y como el círculo de humanos que giraba frenéticamente frente a sus ojos.

Faltaba la cereza del pastel, posiblemente “Coma”, pero los técnicos de sonido se confundieron y desconectaron los monitores de los instrumentos. Dave Linsk (guitarrista líder), furioso, empujó a uno de los miembros del staff contra la batería. Las luces estaban apagadas y era difícil comprender lo que sucedía en la tarima. Ellsworth profería amenazas a los técnicos, y ante la imposibilidad de dar una última pieza, Overkill se retiró.

El Clan del Bosque


La cerveza fue el motivo principal del ocaso de Siembra y Lucha 2013. Por ello la celebración quedaría corta sin escoceses: Alestorm brindó y cantó a la salud de su público,  y se despidió maravillado por el acogimiento que Costa Rica dio a su música.

Se debía tener cuidado al caminar por los senderos que conectaban los campamentos y el campo de conciertos. Luego de tres días de licor y festejo la gente se desinhibe; se viste como se quiera, y se orina donde se quiera, cuando se quiera. En ausencia de luz, el sendero podía seguirse con el olfato.

Como en casa, un “clan del bosque” arribó el tercer día. Desde Finlandia, la banda Korpiklaani tiñó el escenario con el rojo y el naranja de Manala, su álbum más reciente, y el folk metal contagió a los presentes. El mosh pit, más que una batalla, era una gran celebración: la gente estrechaba sus brazos y bailaba en círculos, y la cerveza volaba. Siembra y Lucha se llenó de una fiesta digna de La Comarca con piezas como Joudaan Viinaa, Happy Little Boozer y Beer Beer.

Un Festival similar a Marilyn Manson

Eddie Trunk, presentador de “That Metal Show”, famoso programa de televisión estadounidense, asistió al festival para presentar algunas de las bandas y conocer a la audiencia de Centroamérica; “mientras pueda viajar a otros países y saludar y agradecer a la gente que ve mi show, lo demás no importa”, comentó en los vestidores. “La primera vez que se hace un festival de este tipo siempre será duro. Hay experiencias de las cuales aprender, y todos aquí están tratando de saber cómo se hace”.

Hablando sobre la nueva temporada del programa, Trunk comentó que a Marilyn Manson se le ama o se le odia: “a veces necesitamos gente de la cual no sabemos qué esperar”. Así es posible resumir  la experiencia de vivir un festival de metal al aire libre.

Paul Stanley y Gene Simmons no han asistido al programa del señor Trunk porque él opina que el giro que tomó Kiss al retomar sus clásicas máscaras no debió darse, y también dice que Ozzy Osbourne no ha ido porque su esposa, Sharon, no lo deja. Dos vertientes: el estilo de vida que implica la música metal acarrea desaprobación y un poco de rebeldía. Quienes puedan tachar la realización del festival Siembra y Lucha son sólo eso: opiniones.

La participación en el mosh pit no es obligatoria. Se puede estar al margen del caos, que mientras no se mande alguna patada, nadie se meterá con uno. Si alguien tropieza y cae a mitad de hacer mosh, inmediatamente el resto de participantes lo levantará. En el mosh se reivindica un sentido de comunidad existente en el metal. En un ritual de pocos minutos se representa el cosmos de la comunión que ha creado la agresividad y la fuerza de unas melodías.

In Union We Stand, dirían los íconos de Overkill. Iniciativas como Siembra y Lucha 2013 evidencian el peso que ha tomado este público en el país, y el horizonte hacia propuestas más ambiciosas.

La fiesta cerró de manera ritual, en la hora más oscura de la noche, con la banda más oscura del festival: Mayhem.

A las 4 de la mañana los presentes, con caras demacradas por cansancio o cruda, y con todo el equipo de campamento sobre las espaldas, esperaban a que decenas de autobuses los llevasen al centro de San José, a sus casas; a la rutina de todos los días.

*Colaboró José Antonio Elizondo, productor audiovisual, UCR.

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