Cuando se ideó el proyecto de traer a su casa la Copa del Mundo para intentar ganar el “hexa”, difícilmente algún brasileño imaginó un final más feo para el momento que tanto esperaron, que les costó conflictos y muchos millones que no volverán.
Los siete goles con que Alemania despachó a Brasil en las semifinales de su propio mundial se incrustaron en el corazón de todo un país como si fueran estacas. Les quitaron el ánimo, no los dejan respirar igual.
Es difícil tratar de comprender cuán importante es el fútbol para la vida en Brasil. No es cosa solo de que pasaron un mal rato, sino que realmente sufrieron una desilusión y un dolor tan grande que afecta la vida de todo un país.
Las portadas de los diarios al día siguiente de esta derrota fueron más que elocuentes: uno decidió dejar su portada en blanco indicando que no había motivo para poner portada. Otra con el fondo negro puso en letras blancas “Ya no habrá Copa”.
El diario Oglobo fue directo contra el técnico Luis Felipe Scolari y sin contemplaciones lo envió al “infierno”; mientras que el Extra de Río de Janeiro publicó una foto del “maracanazo” de 1950 felicitando a los “vicecampeones” de ese año que por mucho tiempo fueron acusados de causar la mayor vergüenza en la historia del fútbol brasileño. “Ayer conocimos lo que es vergüenza de verdad”, dice la portada.
En los programas de televisión incluso se dedicaron espacios en que psicólogos daban sugerencias para explicar de la mejor forma a los niños lo que le pasó a la selección brasileña.
En las calles, las camisetas “verdeamarelas” desaparecieron y dieron paso a caras largas y silencios poco habituales en el bullicioso metro de la ciudad. Inclusive era más fácil encontrarse una camiseta de la selección alemana que una brasileña.
Sin tener las explicaciones más ciertas, algunos brasileños me tratan de explicar que el fútbol en Brasil ha sido por mucho tiempo su única alegría y por eso pesa tanto. Otra brasileña piensa que el fútbol es casi la única forma de ascenso social que tienen los chicos de las barriadas más pobres. El fútbol es para muchos su primera escuela, lo que los une como sociedad.
Hasta la Bolsa de Valores de Sao Paulo reflejó con números rojos al día siguiente del partido el desánimo general en Brasil. Y ni qué decir de los lugares en que se produjeron disturbios y hasta saqueos.
Como si siete estacas no fueran suficientes hay una octava: el archirrival Argentina sí pasó a la final, sí va a jugar en el emblemático Maracaná, sí va a tener a mano la Copa del Mundo.
La rivalidad entre argentinos y brasileños es muy fuerte, al punto que los locales están más dispuestos a apoyar al equipo que les propinó la peor derrota de su historia, con tal de no ver a los albicelestes celebrando en su casa, en su Maracaná.
Se espera a más de 50.000 argentinos este fin de semana en Río de Janeiro. Disfrutarán mucho irritando a los brasileños con sus cánticos de barra. El domingo se sabrá si la alegría de unos y desdicha de otros se hace completa.