Cuando llegamos a Brasil el 9 de junio, pocos hablaban de Costa Rica. Quien tuvo la gentileza de preguntarme de dónde venía, también no pocas veces me preguntó si la selección estaba en la Copa.
Previo al debut solo Daniel, un aficionado uruguayo, se acercó con su mate en la mano para desearnos suerte en el partido y decirme que no nos consideraba un equipo fácil, que aún recordaba cómo Costa Rica estuvo cerca de dejarlos fuera de Sudáfrica 2010 en el repechaje.
Este domingo, un día después del histórico gane de 3-1 sobre Uruguay en Fortaleza, Costa Rica es el nombre que más se repite en los medios brasileños y en las conversaciones de todas las nacionalidades que están en Río de Janeiro para ver el Mundial.
Caminar por Río con algo que lo revele a uno como costarricense es casi como haber ganado un concurso de simpatía.
Una señora brasileña me cortó de golpe el camino –y casi me mata del susto con sus gritos- para decirme que ella sabía que Costa Rica iba a ganar, que se lo había dicho a todo el mundo. Me abrazó, me dijo “felicidades” y siguió su camino dejándome perplejo por la escena.
Sigo caminando y cuanto hispanohablante me topo en frente me levanta la mano, me felicita y hasta una barra de argentinos me hizo el coro de “vamo vamo Costa Rica”.
Para los brasileños no sólo es simpático que una selección de la que nadie esperaba ni un gol le haya ganado a Uruguay, también los hace respirar con más calma ver lo que sufrió aquel país que les arruinó la fiesta con el “Maracanazo” de 1950.
Un par de uruguayos, con algunos tragos adentro para bajar la pena, también me detienen a felicitarme. Dicen que les ganamos bien, que su selección está llena de viejos que ya no corren, que Campbell es un “fenómeno” y nos auguran una muy buena copa.
Aún en las conversaciones de esos idiomas en los que uno no puede descifrar ni un poco, no fue difícil distinguir cuando decían “Costa Rica” con cara de sorpresa.
Las cadenas de deportes en su versión brasileña también se dejaron encantar por los “ticos”. Por más de una hora los vi analizar el juego y destacar el orden táctico que desarmó a aquel equipo que fue tercero en Sudáfrica 2010.
Joel Campbell era el enigma que intentaban resolver esa noche. ¿De dónde había salido? ¿con quién juega? Hasta se dieron la tarea de buscar el gol que el joven delantero le hizo al Manchester United con el Olimpiakos de Grecia en la Liga de Campeones de Europa.
Al llegar al edificio en que me hospedo, lo encuentro lleno de argentinos –como casi todo Río- y nuevamente se desata la bulla y los cantos al ver mi camiseta blanca que dice “Costa Rica” con los colores de nuestra bandera de fondo.
Rápidamente llenan el ascensor arrastrando sus equipajes. El aparato dura una eternidad en ir y venir a los 20 pisos del edificio. Yo veo campo y me trato de meter calculando que cabe uno más, pero el ascensor tiene otro parecer y suena la alarma de que hay sobre peso.
“ ¡Bajáte costarricense!, que hoy estás agrandado y el elevador no te sube ni solo”, me dicen entre broma y en serio.
Yo me bajo riendo, porque tienen razón. El orgullo y la alegría no me caben en ninguna parte.