El estadio Arena Pernambuco en la ciudad de Recife es una hermosa joya en medio de la nada: muy grande, muy moderno y muy brasileño. A las 6 a.m había muy poca gente, pero un sol generoso empezó a asomarse como presagio de un gran día.
Las camistas rojas que habían sido tan poquitas en Copacabana cuando vimos el primer partido de la selección ante Uruguay, hoy corrían por montones sobre las aceras sin gastar que rodean el escenario.
Lo que el 14 de junio era una risa nerviosa, hoy estaba teñida de confianza y esperanza. Cada tica y tico que desfiló por esas aceras durante la mañana llegó a jugar contra los grandes, como los grandes.
Así también lo hizo la selección nacional en la cancha. La disciplina, coraje, garra y talento que tantas veces hemos reclamado que falta, hoy la volvieron a derrochar en Brasil frente a una barra que fácilmente habrá llegado a los 5.000 costarricenses.
Nerviosismo siempre hay, pero el de hoy era distinto. Hoy estábamos esperando los cortes oportunos de González, los pases largos de Celso, las corridas de Gamboa, las tapadas espectaculares de Navas y el gol que nos regaló Bryan Ruiz.
Ese gol que llegó con Junior Díaz desde la izquierda al cierre oportuno del “capitán”, nos hizo explotar de euforia nuevamente.
Desde el palco de prensa, uno no sabe cómo hacer para irse a abrazar a cada una de esas camisetas que se agitan, y que desde arriba ven tan pequeñas.
Uno busca a los colegas, a los costarricenses que también están trabajando acá para llevarnos a todos su destello del mundial. Desde el asiento nos tiramos un gesto, una palma abierta y las ganas de salir brincando como cualquier aficionado.
Los colegas extranjeros a mi lado siguen en lo suyo. El teléfono no para de sonar con mensajes de mi esposa, familia y amigos. Ahí sentado y desde lejos me abrazo con todos y también celebro.
Los nervios y el agua nos hicieron efecto a muchos. El baño de la gradería norte está lleno de ticos que entre hacer lo suyo
El segundo tiempo fue una fiesta. Italia parecía que podía correr todo el día sin encontrar su gol. Costa Rica lo paró en seco, haciendo lo que debía: quitándole la bola para que no pueda jugar.
Con en el balón en los pies de los nuestros, el estadio empezó cantar el “ole, ole”. ¿Se podía imaginar algún costarricense alguna vez que le iba pasear el balón a Italia en un mundial?. Fue un momento que no parecía terminar.
Al final el arbitro pita, los jugadores celebran en la cancha, la afición en la grada y cada periodista costarricense en sus adentros, porque el trabajo recién inicia.
Mientras esperamos a los jugadores, los rostros lo dicen todo: satisfacción con algo incredulidad.
“Cuando en 20 o 30 años alguien nos diga “se acuerda de cuándo Costa Rica le ganó a los excampeones”, nosotros vamos a decir: yo estuve ahí”, me dice Fabián Zumbado, periodista de Canal 11.
Algunos no han tenido tiempo de liberar su euforia y cuando los jugadores salen se les nota las ganas de darles un abrazo, pero todo mundo se contiene como es debido.
Los periodistas italianos lo quieren saber todo de Costa Rica: ¿cómo lo están celebrando allá?, ¿qué hicieron para ganar? Piden fotos, traducciones simultáneas y hasta entrevistas a periodistas.
Un canto en las graderías de Recife preguntaba “¿y los campeones dónde están?”. Hoy los campeones son los nuestros.