Retorno a la edad de oro:
la lengua cuadriculada de los Huetares.
Ivar Zapp Naumann.
Editorial Tecnológica,
2015
Lo primero a decir de este singular texto de Ivar Zapp Nuamann es que posee originalidad en términos operacionales, expositivos y epistémicos, dado que plantea una cuestión polémica sobre el origen del lenguaje humano y su(s) alfabeto(s) y, en general, sobre los orígenes de la humanidad, mismos que ubica en nuestra región, específicamente en nuestro país, Costa Rica. Se han escrito textos científicos sobre esta temática pero sin ahondar en hipótesis tan arriesgadas y excepcionales. Así, es un ensayo sui géneris de interpretación y búsqueda bibliográfica que nos enfrenta con el paradigma científico y con la cultura occidental en general, cuestionando sus postulados de manera crítica y audaz. Aporta en términos de la descolonización del lenguaje científico, tanto de las ciencias humanas o estudios culturales (especialmente de la historia, la antropología, la lingüística, la arqueología y la etnología), puesto que es una versión de la historia y la pre/historia, vistas y evaluadas desde las culturas ancestrales americanas.
El libro parte de la hipótesis de que la lengua surgió de consideraciones de espacio/tiempo y de meditaciones numéricas (matemáticas). Al margen de la discusión científica acerca de si existió una lengua madre o las diversas lenguas aparecieron en sitios diferentes del planeta en tiempos más o menos coincidentes, el autor se suma a la primera y se arriesga a proponer que el Kakchiquel, o Qakchiquel (lengua de tronco maya/náhuatl) es la lengua originaria y que perteneció a la cultura “Huetar-Quetzal” (aporte del mismo autor) quienes eran navegantes consumados y la llevaron a África, Europa y Asia partiendo de Abya Yala (América) a quien equipara con la mítica Atlántida platónica.
Mejor dicho, propone “… que una antigua civilización pre-histórica global de marinos mercantes desarrolló nuestro alfabeto y organizó las constelaciones de acuerdo con el esquema… de la esfera mágica. Ya no es exagerar, el proponer que esta importantísima producción cultural fue primeramente desarrollada por los navegantes Huetar. Y lo lograron mucho antes (de) que apareciera el alfabeto completamente formado entre los fenicios” (pág. 125). Sugiere que las esferas de piedra presentes en el sur de nuestro país, que posiblemente estuvieron “forradas con estuco”, eran una suerte de “planetarios” o mapas terrestres y cósmicos para la orientación de los navegantes Huetar/Quetzal, por tanto Costa Rica es (fue) el centro de la civilización humana. Como se ve, la hipótesis es arriesgada, audaz e iconoclasta, pero colisiona fuertemente con los postulados de la ciencia contemporánea y sus paradigmas. El autor se apoya en una serie de escritos, leyendas y mitos indígenas y ancestrales como textos que podrían revelar verdades largamente escondidas o invisibilizadas, además de una profusa bibliografía que ha tratado la temática desde una perspectiva similar a la suya. La hipótesis parte de una consideración interesante: “si ignoramos las raíces de la lengua, entonces también ignoramos la continuidad de la pre-historia con nuestra vida actual y con el futuro” (pág. 48). El autor entonces propone un “estudio comparativo Lingüístico, Genético, Astroarqueológico y Arqueológico” (pág. 108).
Sin embargo, en algunos momentos hay contradicciones como las siguientes: plantea que la lengua Kakchiquel es la matriz lingüística originaria y se apoya en la cerámica y arte precolombino de la región de Diquís (aunque también aparece cerámica de la Gran Nicoya) misma que pertenece a la tradición indígena costarricense cuyas lenguas pertenecen al tronco Chibcha. Por lo demás, hay muchas suposiciones basadas en lecturas de otras obras, por ejemplo: “… por lo tanto podríamos concluir que Ernst Cassirer supuso que los orígenes del lenguaje provenían de una concepción propia del mundo marítimo” (pág. 78); o presuposiciones: “este modelo del firmamento estrellado será expuesto a la luz del día muy pronto y nos explicará cómo fueron acuñadas las palabras en Qajchiquel” (pág. 81). En otras ocasiones patenta el hecho de no contar con suficientes evidencias: “Con los restos del sistema repartidos por todo el mundo, abandonados a la deriva de las culturas y lenguas, es supremamente difícil identificar los temas originales que han sufrido tantos cambios radicales” (pág. 122). O realiza afirmaciones sin apoyatura bibliográfica o datos empíricos: “Podemos agregar que se da una sanación del espíritu cuando expresamos nuestras más sinceras emociones con palabras impecables” (pág. 115). Hay incluso alusiones a textos “sagrados” como los Vedas o “El Gilgamesh”, incluso la Biblia judeo/cristiana: “para demostrar de una manera diferente que hemos encontrado la lengua madre en la lengua Qajchiquel, incluso podemos citar lo escrito en la Biblia: ´Dios´ (como un ser superior) creó el mundo con ´logos´, o con el verbo (como lo veremos con el verbo ´AMOR´)” (pág. 126).
El autor plantea que para la elaboración del alfabeto el ser humano (¿Cromañón?) produjo una tecnología lingüística, el “kamal”, que estaba constituido por un cuadro de 3 x 3 cuadrículas identificadas con vocales y números que formaban palabras de ida y vuelta (palíndromos). No obstante, no hay datos contundentes al respecto más que algunas ilustraciones o fotomontajes de las cuales no se señala el origen, o de inferencias tomadas del diseño de la cerámica y orfebrería en oro precolombina y de otras culturas. De tal modo que lo que aportan el texto y el autor son insumos para una discusión sumamente polémica con el paradigma científico y con la comunidad académica, la cual, supuestamente, está equivocada en sus investigaciones y búsquedas porque no reconoce otro paradigma, como el que, precisamente, propone el autor. Son diferentes puntos de partida y de vista, concepciones antagónicas, dado que el autor proyecta una suerte de “revelación” necesaria para comprender su hipótesis. Pregunta al final: “… ¿cómo absorber en nuestro espíritu, mente y cuerpo esta antigua revelación?” (pág. 128). Es una verdadera encrucijada para los saberes sancionados por la civilización actual y para los estudios culturales o las ciencias humanas. En ese sentido el texto tiene el valor cognitivo de cuestionar las bases científicas de occidente respecto de la temática planteada y, al mismo tiempo, polemizar con el statu quo epistemológico o con la episteme occidental y su archivo arqueológico y científico en general.
Eso sí, el uso de recursos didácticos es amplio y acertado: hay infinidad de ilustraciones que apoyan el texto, así como el uso de croquis, mapas, dibujos, fotografías, abreviaturas, etc. Igual podría decirse en cuanto a la distribución de tópicos y su división en 15 capítulos con un anexo del Diccionario Kakchiquel recopilado por Carmelo Sáenz de Santa María (Guatemala 1940) y una abundante y bien documentada bibliografía. (Ignoro si existe un Diccionario más actualizado). Por otra parte, la sustentación teórica no es tan sólida y profusa como desearíamos, tal y como lo planteamos líneas atrás. Ciertamente hay suficiente literatura consultada, se nota que el autor realizó una investigación notable, no sólo en cuanto a obras clásicas sobre el tema, sino en cuanto a trabajo de campo y búsqueda de nuevos materiales en bibliotecas y archivos nacionales e internacionales; pero carece de un marco teórico que nos ubique totalmente dentro de su paradigma, objetivos y postulados. Mejor dicho, el marco teórico se va desplegando en el transcurso del texto lenta y pacientemente. Resalta además la opinión crítica del autor sobre otros autores, especialmente con quienes no están dentro de su línea investigativa y de pensamiento.
Ciertamente el libro aporta mucha información y nuevas luces sobre la conformación de nuestros orígenes y de nuestras lenguas. A pesar de ello, a veces pareciera que el texto no es producto de una investigación sostenida, sino más bien un ensayo bien documentado y prolijo que plantea cuestiones polémicas y audaces en el terreno de las ciencias humanas o los estudios culturales centroamericanos y de más allá. Quizás ello sea su riqueza. Su objetivo (es una inferencia) es sacudir los salones científicos y académicos desde un paradigma holístico e interpretativo que desborda en mucho el archivo del saber occidental y sus fronteras epistemológicas positivistas. Es un texto provocador que invita a reflexionar y polemizar sobre la temática tratada.
Si se mira como un ensayo libre e incluso “literario”, debe leerse dentro de la perspectiva de un punto de vista totalmente novedoso y audaz sobre las temáticas de las cuales se ocupa. Pero no podría considerarse como un texto científico ni mucho menos, si nos atenemos a la doxa académica tradicional. Es un aporte marginal desde nuevos paradigmas que intentan la interdisciplinariedad y el diálogo con saberes trashumantes, míticos y ancestrales; dicho de otra manera, es un ensayo que parte desde una “ciencia otra”, es decir, desde saberes no considerados por la ciencia occidental como válidos o validados; por tanto plantea un cambio en la conversación para ofrecer una perspectiva absolutamente novedosa y desacralizadora. Desde esa perspectiva puede reconocerse como un texto digno de confrontarse con la academia y con el público en general. Vale la pena leerlo, enriquece el panorama.
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