Si bien Costa Rica cuenta con numerosos profesionales de la escena que enriquecen constantemente el tejido cultural, la dramaturgia nacional sigue siendo desconocida y olvidada.
Pocas personas conocen que en los primeros 20 años del siglo XX existió una gran producción dramatúrgica que influenció a la literatura costarricense y rompió barreras, dio voz a los sin voz, a los marginados y a los olvidados.
Así lo plantea la Dra. Maritza Toruño Sequeira, actriz profesional de teatro desde 1993 y docente de la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica (UCR), en su ponencia Voces perdidas de la dramaturgia costarricense, presentada en el IV Congreso Centroamericano de Estudios Culturales.
Para Toruño, la inquietud esporádica de algunos aficionados al teatro de mediados del siglo XIX permite observar la existencia de una dramaturgia costarricense que se creó para ser interpretada con acento extranjero.
“Autores como Rafael Carranza, Emilio Pacheco Cooper, Ricardo Fernández Guardia y Carlos Gagini intentan crear una imagen del costarricense que se lleva al escenario. Sin embargo, ante la ausencia de actores y directores teatrales propios, nuestros dramaturgos se ven en la necesidad de crear obras para ser representadas por artistas foráneos, empezando a escribir en un lenguaje que no es el común de la calle, sino uno que se aleja de nuestra propia imagen”, comentó la actriz.
Los dramaturgos costarricenses, influenciados por la constante visita de compañías de teatro, ópera y zarzuela, trataron de responder a una estética externa con mirada propia, intentando adaptarse a las nuevas tendencias y al gusto del público.
Esto generó una discusión con dos formas de crear la imagen del costarricense: una que recurre a la idealización de lo tradicional y se apoya en un costumbrismo caricaturesco, y otra que se basa en el modelo de las metrópolis europeas. Ambas posiciones establecen un cierto distanciamiento entre modos y formas del habla, pues responden a estructuras y códigos externos de representación.
“Estas posiciones antagónicas darán como resultado el nacimiento de una tercera dramaturgia, intermedia, que es desconocida para la mayoría de los costarricenses y se desarrolla para los años 30 y 40”, expresó Toruño.
En su opinión, los dramaturgos intentaron crear historias y personajes que representaran al ser costarricense, sus particularidades, su pensamiento y sus preocupaciones, aunque este no es interpretado por actores nacionales, sobre todo a inicios del siglo XX.
Por lo tanto, las obras no coinciden con las expectativas de un público que se autodenomina especializado, lo cual incide en un constante desmérito de los autores dramáticos y de su producción, característica que se mantiene hasta el presente.
RECONOCIMIENTO Y DIFUSIÓN
De acuerdo con la investigadora, esta condición sigue afectando tanto a la dramaturgia nacional como a la actividad teatral en sí, lo que se puede observar en la cartelera actual.
Esta situación tiene su origen en el pensamiento arraigado de que el país no cuenta con una dramaturgia nacional que merezca ser puesta en escena, y en la inhibición del proceso de construcción dramatúrgica, por la falta de reconocimiento, reflexión y estudio sobre los autores dramáticos costarricenses, su contexto y sus obras. Esto afecta la formación de nuevas generaciones de dramaturgos y la profesionalización de este oficio.
Además influyen la escasa difusión de investigaciones que reflexionan sobre la dramaturgia del país y sus características expresivas, así como la ausencia de una publicación masiva de obras dramáticas, como sí ocurre en otros países latinoamericanos.
Toruño indicó que se deben reconocer las iniciativas particulares realizadas por entidades como Sí Productores y sus publicaciones de Tinta en Serie o el proyecto Emergencias, dramaturgia costarricense contemporánea emergente. También el intento de recuperación del patrimonio teatral costarricense que realizan los programas de radio En Escena y Tercera Llamada y la reciente publicación del texto Nueva dramaturgia costarricense, realizada con el apoyo del Teatro Universitario, la Escuela de Artes Dramáticas y la Vicerrectoría de Acción Social de la UCR.
Han existido otras iniciativas aisladas en instituciones públicas como la efectuada por Graciela Moreno en el Teatro Nacional durante los años 90, la de la revista Escena de la UCR en los años 70 y 80, y más recientemente, de centros de cultura como el Centro Cultural de España, que realizó una publicación de textos de jóvenes autores. Asimismo, la publicación de las antologías teatrales de Patricia Fumero Vargas y Carolyn Bell y la del crítico literario Álvaro Quesada Soto, ambas en la UCR, que se basan en el trabajo de investigación de la Licda. Olga Marta Barrantes Madrigal.
DRAMATURGIA ACTUAL
El desarrollo de una dramaturgia local se convierte aún en un acto ocasional que en muchos casos queda olvidado en el cajón de algún escritorio, en el anonimato, por no contarse con difusión y estímulo para esta área del arte dramático.
Tampoco se cuenta con herramientas que permitan el estudio y la reflexión para su desarrollo, fortalecimiento, investigación y promoción como patrimonio nacional.
“Nuestros autores dramáticos en su mayoría son profesionales del teatro y por ello tienen la conciencia de la acción en escena y buscan estructuras a partir de las cuales el pensamiento pueda erguirse ante nosotros”, aseguró Toruño.
Agregó que “no podemos seguir dejando en la oscuridad el quiénes somos, quiénes hemos sido y quiénes han propiciado una dramaturgia que, aunque escasa, es nuestra”.
“Tenemos un arte dramático desarticulado que requiere de una integración entre escena y escritura dramática”, concluyó.