Geopolítica de la guerra en Siria

Las revueltas árabes, y en particular el caso de Siria, han mostrado −una vez más− el choque entre las aspiraciones de los pueblos a

Las revueltas árabes, y en particular el caso de Siria, han mostrado −una vez más− el choque entre las aspiraciones de los pueblos a la libertad y la emancipación y el realpolitik, que conduce al sacrificio de dichos anhelos en el altar de los intereses geoestratégicos.

Lo que inició como una rebelión local contra una tiranía hereditaria, se ha convertido en una lucha por la dominación regional. Un conflicto fagocitado por el juego de las potencias que ya ha cobrado la vida de 110 000 personas.

La estratégica ubicación geopolítica de Siria, unida a su peso político en los equilibrios de poder de Medio Oriente, hizo que desde la temprana militarización del conflicto, varios actores regionales junto a las grandes potencias, empezaran a jugar un papel protagónico apoyando al Gobierno o a las fuerzas rebeldes.

De un lado, Rusia, Irán y la organización chiita Hezbollah, se convirtieron en los principales soportes internacionales del presidente Bashar Al Assad. Para Irán, Siria representa su más importante socio en el mundo árabe. Ambos países conforman una alianza que se remonta al triunfo de la revolución islámica en 1979. Siria fue el único país árabe que apoyó a Irán en la “guerra impuesta”, desatada a partir de la invasión iraquí de 1980. Irán ve a Siria como un socio vital del llamado Eje de la resistencia que se enfrenta a las políticas occidentales en la zona y, por eso, ha apoyado económica y militarmente al Gobierno de Al Assad.

Si el apoyo de Teherán ha sido importante para Al Assad, el de Rusia y su presidente Vladimir Putin ha sido determinante, como lo demuestra la maniobra diplomática rusa que descarriló un inminente ataque militar estadounidense en setiembre.

EL PAPEL DE RUSIA

Desde los inicios de la guerra, Rusia ha evitado una acción condenatoria del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) contra el Gobierno sirio, pues no está dispuesta a que se repita el caso de Libia, donde una resolución impulsada por Occidente para “proteger a la población civil” fue utilizada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), para propiciar el derrocamiento del líder libio Muammar Gaddafi.

Para Moscú, que en buena medida define su política hacia Medio Oriente y Asia central a partir del lente de las traumáticas guerras de Chechenia, una victoria del jihadismo en Siria podría influir “negativamente” en las poblaciones musulmanas dentro de la Federación Rusa.

Adicionalmente, Rusia busca proteger la base naval de Tartus, en el Mediterráneo sirio, utilizada por su armada para reabastecimiento y que constituye el último remanente regional de la red de bases navales que Moscú tuvo durante la Guerra Fría.

En materia económica, las relaciones entre Rusia y Siria han sido relevantes. Las exportaciones rusas superaban antes de la guerra US$1100 millones, y las inversiones rondaban US$20 000 millones. Cabe también destacar la venta de suministros militares que, hacia el año 2011, ascendía a US$4000 millones y que han sido fundamentales para que el ejército sirio mantenga cierta supremacía en el campo de batalla.

Finalmente, Rusia pretende también fortalecer su soft power en la región. Desde que Putin se ha acercado a la Iglesia Ortodoxa rusa y a su líder, el patriarca Cirilo I, Rusia ha querido reasumir su histórico papel de “protectora” de los cristianos ortodoxos en Medio Oriente, otra razón más para oponerse a las fuerzas rebeldes sirias que, según la consultora de defensa IHS Jane’s, están integradas en un 50 % por islamistas o jihadistas de línea dura.

OTROS ACTORES

En el caso de Hezbollah, durante años Siria ha sido vital en la ruta de abastecimiento de pertrechos militares que esta organización recibe desde Irán, de ahí que una eventual caída de Al Assad sea considerada como “inaceptable”.

Para su líder, el Sheikh Hassan Nasrallah, Siria y todos los países de la región son blancos de un “plan estadounidense-israelí-takfirista”, al que debe oponerse resistencia “a cualquier precio”.

Del otro lado, países como Estados Unidos, Francia e Israel ven la guerra en Siria como una oportunidad para deshacerse de la dinastía de los Al Assad, quebrar al Eje de la resistencia, aislar a Irán, su principal integrante, y, eventualmente, plantear un reacomodo geopolítico, una especie de nuevo tratado Sykes–Picot, definido según sus intereses.

Algunos de estos objetivos son también compartidos por varios gobiernos de la región, como Arabia Saudita y Qatar que, desde el inicio de la guerra, se han opuesto al Gobierno de Al Assad. Arabia Saudita, que representa la versión más fundamentalista del Islam contemporáneo, teme que una victoria del Gobierno sirio y su aliado Irán, implique que el control del mundo musulmán “caiga bajo la autoridad de chiitas y persas”.

Por eso, Riyadh ha sido el principal apoyo árabe a los rebeldes del Ejército Libre Sirio y a las facciones salafistas, y ha apoyado una intervención militar contra Al Assad, una posición que también comparte Qatar, cuyo Gobierno ha dado ayuda a los rebeldes, equivalente a más de US$3000 mil millones.

LUCHA POR RECURSOS ENERGÉTICOS

La guerra de Siria tiene también que ver con la lucha por los recursos energéticos de la región. Aunque Siria no es un productor relevante de petróleo, su ubicación geográfica la hace una ruta de tránsito vital para transportar hidrocarburos hacia Europa.

En 2009 Damasco se negó a suscribir un acuerdo con Qatar para construir un gasoducto a través de Siria, y prefirió firmar un convenio con Irán e Irak para construir un gasoducto que partiría desde el yacimiento iraní de South Pars, en el Golfo Pérsico, y que podría transportar entre 100 millones y 120 millones de pies cúbicos de gas por día.

Este proyecto, conocido como el “Gasoducto islámico”, sería el más grande del Medio Oriente, y dejaría al margen a países como Arabia Saudita, Qatar y Turquía. Este país sueña con ser la única ruta para la salida del gas de Asia Central, el Mar Caspio, Irán e Irak, con proyectos como el gasoducto Nabucco, considerado como pieza clave en el plan de la Unión Europea para diversificar sus suministros de energía lejos de Rusia.

Los intereses geopolíticos juegan entonces un papel decisivo en el conflicto y pese a que −por el momento− se ha disipado la posibilidad de un ataque militar occidental, la guerra en Siria seguirá siendo una lucha por la supremacía regional articulada en torno a actores locales. Un escenario en el que los sirios, ante la improbabilidad de una salida negociada al conflicto a corto plazo, seguirán enfrentados a un panorama de muerte y sufrimiento e incluso, a la posibilidad de que su país −tal y como fue conocido− desaparezca.

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