Nicolás Pérez Delgado nació en Pinar del Río, Cuba, en 1941. Siendo apenas un muchacho, se incorporó al Movimiento 26 de julio y participó en la revolución desde la clandestinidad, en su ciudad natal. Estudió periodismo y trabajó en los diarios Hoy y Granma, y más adelante en la revista Cuba-Tabaco. En la década de 1990, en los momentos más duros del “periodo especial”, tuvo que salir de Cuba a buscar un modo de subsistencia; así llegó a Costa Rica. Luego de escribir algunas crónicas sueltas y tras varios años de realizar diversos trabajos ocasionales –incluso como librero en la legendaria librería Macondo, en San Pedro–, publicó Volando bala: 1948, una crónica de la guerra civil contada por los mismos protagonistas.
El libro resultó una pieza única y de gran valor histórico y humano. Algunos episodios son contados alternadamente por miembros de uno y otro bando, de manera que se logra tener una visión más completa de los hechos. Una guerra cruenta y dolorosa que, como el mismo autor dice, quizás nunca debió haber ocurrido.
En sus últimos años en Costa Rica fue editor del diario Al Día.
¿Cómo fue la génesis de Volando bala: 1948, libro que, casi 50 años después de la guerra, ningún costarricense había escrito?
–Cuando yo llegué a Costa Rica, me dije que, por respeto a este país que me acogía, tenía que conocer su historia. Yo estaba, como decimos en Cuba, comiéndome un cable. No tenía trabajo, apenas me buscaba algunas cositas por ahí qué hacer: trabajé en un restorán con un cubano que me explotaba tremendamente, apenas me daba para comer. Luego Froilán Escobar me consiguió que le hiciera alguna cosita para una sección de dos páginas que tenía en el periódico La República. Me ganaba un dinerito y ahí iba tirando. Entonces, lo que tenía era tiempo de sobra y yo vivía a una cuadra del hospital Calderón Guardia, es decir que la Biblioteca Nacional me quedaba muy cerca. Decidí que tenía que conocer la historia de este país y me metía todos los días a la biblioteca a leer todo lo que podía. Leí mucho hasta que llegué a lo de la guerra civil de 1948. Me leí todo lo que encontré. Pero al final me preguntaba: pero ¿cómo ocurrió esa guerra? El anecdotario de la guerra no estaba en los libros. Había encontrado algunas cosas fragmentadas, pero no una secuencia completa de cómo había sido.
Se me metió en la cabeza que tenía que investigar. Entonces, en la Biblioteca había un sistema, muy bueno, de microfilm. Así pude ver periódicos desde los años 40 y estudié todo lo que pude. Luego, hablando con Rodolfo Thiele, que era un viejo que había sido “mariachi” en el cuartel de Cartago, fue que finalmente se me ocurrió que tenía que escribir un libro; pero tenía que ser un libro de testimonios. Entonces, le pedí que me presentara a otra gente que hubiera estado en la guerra, en los combates. Así, el me presentó a otro, y este a otro, y fui buscando y consiguiendo cada vez más personas. Todos querían hablar, contar su versión de cómo habían vivido esos momentos.
Luego, tuve la posibilidad de acceso a documentos inéditos. Addy Salas, la viuda de Manuel Mora Valverde, me facilitó unos documentos con los que ella estaba trabajando para la biografía de don Manuel que luego publicó. Otra persona me facilitó el diario de Frank Marshall, que casi nadie conocía hasta entonces y, por otro lado, tuve escritos de Carlos Luis Fallas; además, reuní cosas que salieron en la prensa de la época. Con todo eso pude ir armando aquellos testimonios en una crónica que es casi como una novela.
El libro tiene una dedicatoria a Frank Marshall y Carlos Luis Fallas.
–Sí, dos héroes que pelearon en bandos contrarios… Es que ambos son personajes muy literarios. Eran un poco aventureros los dos, muy particulares. Creo que ese tipo de historia solo se da en Costa Rica. Hubo una reconciliación muchos años después entre Figueres y Manuel Mora, los dos son beneméritos de la patria. Esas cosas solo se dan en Costa Rica, por eso creo que toda América Latina tiene mucho que aprender de ese país.
Como escritor, como cubano y como periodista, ¿qué piensa sobre esa guerra civil en Costa Rica?
–Lo que pensé desde el momento mismo en que escribía es que esa fue una guerra que no se debió haber dado. Hubo muchos muertos. Si había un gobierno progresista, que estaba apoyado por los comunistas incluso, y Figueres no quería acabar con las conquistas que se habían logrado, incluso algunas las ratificó después, entonces ¿para qué hubo la guerra? Esas cosas de la política, de intereses.
La crónica es uno de sus géneros predilectos. Está por salir en La Habana su libro sobre crónicas de la vida de un cubano en Miami.
–Sí, la crónica es uno de los géneros más bellos y más difíciles del periodismo. El reportaje también, pero la crónica tiene ese componente literario, narrativo. Puedes hacer cosas muy lindas, siempre respetando la verdad, no inventando nada que no sea cierto. Desgraciadamente eso se está perdiendo.
¿Cuál es su origen con la crónica?
–La verdad no lo tengo muy claro. De muchacho yo leía mucho. Muchas revistas, desde Selecciones de Reader’s Digest, donde venían crónicas y unos reportajes muy buenos de la Segunda Guerra Mundial. Cualquier tema que trataban lo hacían muy bien. Lástima, porque la revista que hacen hoy día es una absoluta porquería. Después leía libros de aventuras, como Los Miserables, de Víctor Hugo, que tiene unas descripciones asombrosas. En fin, leyendo todo ese tipo de cosas a la hora de escribir periodismo, siempre se me venían a la cabeza todos esos artificios de la literatura para causar emoción, para describir. Así surgió la crónica para mí. Es más subjetiva que el reportaje y te permite hacer literatura. Desde luego que uno de los grandes es Ernest Hemingway, con sus crónicas de la guerra.
Para el periodismo es muy importante el rigor con el lenguaje.
–Claro, no solo la gramática o la sintaxis, sino la elegancia del lenguaje.
¿Y eso cómo se aprende?
–Leyendo. Leyendo a los grandes escritores, a los clásicos. Eso nadie te lo puede enseñar. No puedes llegar a un aula y decirle a alguien la receta para escribir una buena crónica. Cada crónica es diferente, depende de su propia naturaleza.
Eso solo se aprende leyendo, disfrutando a los grandes escritores. De qué manera luego esas cosas te vienen a la cabeza cuando estás escribiendo, eso es algo muy subjetivo. El que quiera ser un buen periodista tiene que pasarse la vida leyendo. Alimentándose de buena prosa.
En el periodismo actual parece que hay una tendencia a abandonar el periodismo de largo aliento.
–Eso es algo que no comprendo. En ese sentido se hace un poco mediocre el periodismo actual. Será por el exceso de tecnología.
Los grandes medios consideran que están perdiendo público con la crónica y el reportaje.
–Creo que eso puede ser cierto, incluso que la literatura misma está perdiendo público. Creo que de alguna manera eso está programado. Es que si lees mucho aprendes, y aprendes a discernir problemas de tu entorno, de la sociedad en general. Pero si no lees eres como un árbol en el mar que las olas lo mueven para un lado o para otro y los que tienen el poder te pueden manipular. Para esas grandes corporaciones que son las que dominan el mundo es importante que no leas, que no pienses, sino que te entretengas en el espectáculo, el deporte también como espectáculo, la vida de algunas gentes que ni cantan, pero son cantantes millonarios. Lo que quieren es que las gentes sean simples consumidores.
Pero si a la gente le dieran buenas crónicas, reportajes, ¿lo leerían o ya están demasiado acostumbrados a otra cosa?
–Creo que hay que dárselo. Hay que luchar para que esos géneros vuelvan otra vez.
¿Cuáles son escritores importantes recientes?
–Bueno, sin duda, dos que son de visiones de mundo distintas, pero grandes en sus obras: Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Los dos son tremendos escritores. Aunque ya no son recientes. No sé qué destaca en escritores recientes. Algo está pasando.
Pero usted escribe y se mantiene en la crónica.
–Sí, pero uno lo hace de mala leche, para joder. (risas).
Ahora está con el proyecto de otro libro reciente…
–Sí, está por salir en Cuba un libro que se llama Crónicas desde Miami; luego otro de cuentos, El día que no amaneció. Además, estoy trabajando con un viejo proyecto que es sobre los cubanos en Costa Rica. Es que hay una historia muy larga desde Maceo, y antes.
Son crónicas, la historia pero llevada de una manera amena, humana. Porque esos seres que estaban ahí eran personas igual que nosotros. Lo que pasa es que cuando uno investiga, se da cuenta de que la historia recoge esas cosas pero como una bobería. Por ejemplo los hermanos José y Antonio Maceo, dos grandes generales que se querían mucho, pero tenían también sus contradicciones. Me gusta contar aspectos humanos, personales de ellos dos. Pero hay muchos más, muchas historias. La expedición de los revolucionarios cubanos que salieron para la guerra de independencia de puerto Limón, iban acompañados por el cónsul español, ¡que iba en el mismo barco!
Los costarricenses apoyaban completamente a los rebeldes cubanos.
Están también el episodio del atentado que le hicieron a Maceo en San José.
–Bueno, claro, es un hecho importantísimo. Enrique Loynaz del Castillo, el padre de la poetisa Dulce María Loynaz, que es premio Cervantes de Literatura, disparó y mató al tipo que hirió a Maceo. Hubo presiones de España para que metieran preso a Loynaz y lo acusaran de asesinato, pero las autoridades costarricenses no querían detenerlo. Al final, lo que hizo fue irse de San José y se regresó a los Estados Unidos. Sin embargo, cuando se iba, la gente lo vitoreaba. Son historias muy interesantes y la gente las desconoce.
A lo largo de toda la historia, los cubanos en Costa Rica han sido empresarios, políticos, escritores, periodistas, abogados, educadores, médicos, muchas figuras notables.
–Sí, todo eso hay que rescatarlo, la relación entre los dos países es muy estrecha y, la mayoría, desconocida.
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