Desde la infancia de Dios

Eunice Odio es una escritora increíble. Su poemario Tránsito de fuego tan simbólico como críptico, tan claramente dulce como epopéyico

Eunice Odio es una escritora increíble. Su poemario Tránsito de fuego tan simbólico como críptico, tan claramente dulce como epopéyico.  El prólogo Del tiempo que no está en sí es una oda a la Nada y al Todo donde Odio muestra “la infancia de Dios”.

Imaginar el tiempo que no está en sí es ver que el Uno voltea de donde viene y desaparece, donde la inexistencia de Dios ni es infinita ni finita, porque hay Nada, solo eso. No existe el todo de la Nada. Nada estaba previsto, Todo era inminente. Hay Nada o hay Todo.

 

En la Nada Dios no existe, es.

En el Todo, el humano no es, existe.

 

El desconcertante título tiempo que no está en sí muestra un tiempo descentrado, un tiempo que no es consciente de que es tiempo, un tiempo que no es autoconsciente porque está en la Nada. Solo se puede estar consciente de sí mismo en el Todo, en la existencia. Por ello, vemos dos hermosos versos que anuncian el orden del vacío preparaba una palabra que no sabía su nombre, una palabra no-auto-conocida en el tiempo inexistente. Antes del Todo, en la Nada, la consciencia es latente e indeterminada, necesita ser eyectada al Todo para reconocerse a sí misma en la propia auto-generación, en la propia auto-creación.

La palabraesa que no sabía, sí, en pasado, porque en el presente –que es lo único que existe- es cuando se es consciente, cuando se conoce- aquella, del tamaño del aire, que no sabe su tamaño, que siempre fluye en el espacio, que nunca pasará de la misma forma en el mismo lugar, que no sabe cuál será su meta pero es consciente del ahora. Esa es. La palabra dada, el λóγος, ese Logos Divino eyectado de la Nada, emanado hacia la positividad que describió el apóstol Juan como (en) el principio, en la existencia. Ese Logos que se desprende de sí mismo para ser consciente de sí viendo su propio reflejo, es decir, su propia re-flexión. Ese Logos que tiene que salirse de sí mismo, desbordarse de sí mismo, para poder verse en el Todo con un precio muy alto: existir.

En esa existencia donde el nacimiento y la muerte existe.

La existencia donde el Demiurgo da el Logos y el Abraxas la refleja.

Donde el Uno mira hacia adelante y observa el 2: la Integración de los Padres.

El prólogo de la creación del Mundo de Odio, desde la inexistencia hasta la existencia, plagado de toda una poética esotérica, tenía que terminar irrevocablemente en la ocultación, en lo íntimo, en el secreto de la infancia divina, porque Dios crece con su obra y aprende ella, porque sino ¿cómo es que vio que la Luz era buena? ¿No sabía cómo iba a ser su propia creación? No, pero esa Luz fue una buena luz. Esa Luz, la luz de la consciencia de sí emanada por el Sol fuera de la Caverna Platónica.

Luego, solo luego, Dios guarda lo aprendido, lo guarda en secreto.

Entonces…

¿Hay predestinación en lo divino?

En la Nada,

en aquel Absoluto,

en aquel Pleroma,

en el Topus Uranus,

antes del Mahanvantara de los hinduistas,

antes del Big Bang de la ciencia moderna,

antes del Tzimzum de los cabalistas,

allí donde solo hay quietud,

nada está(ba) previsto.

Por ello, la Torah/Pentateuco comienza con la leta Beth, la letra B del alephbeth/alfabeto con su Bereshit bará Elohim…; porque Aleph, la A, la primera letra, la primera palabra emanada, está guardada para el λóγος, para Dios ocult(ad)o.

Cuando hay desocultación, hay existencia. Cuando hay existencia hay humanidad. Por ello los ángeles buscaban un cuerpo para el llanto, así como Adán y Eva cuando fueron expulsados/desocultados tomando pieles (humanas) como vestiduras. Esa, era la infancia de Dios, cuando hablaba con una sola sílaba, y seguía creciendo en secreto.

Si Nietzsche nos explicó el proceso de la muerte de Dios con el λóγος de Zaratustra, esa muerte que solo se podría hacer teniendo un águila y una serpiente de mascotas -símbolos vivientes de los secretos divinos y que enseñan como Dios muere “afuera” para nacer dentro de sí mismo, dando un proceso de re-nacimiento-, Odio nos explica por el contrario, el paso dado, positivo, de facto, desde la Nada a la existencia, en un proceso de nacimiento cósmico en el multiverso, donde el cielo arrullaba y los ríos caminaban en la mañana de bronce,  allá, donde Eunice Odio nos ha descrito como una espectadora más, junto a las lámparas en el firmamento, la infancia de Dios…

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