Capote resucita 30 años después

Este 25 de agosto se cumplieron 30 años de la muerte del escritor y periodista estadounidense Truman Capote, el 30 de setiembre se cumplirán

Este 25 de agosto se cumplieron 30 años de la muerte del escritor y periodista estadounidense Truman Capote, el 30 de setiembre se cumplirán 90 de su natalicio. Publicamos aquí una breve reseña aparecida en el diario español La Razón y algunas de sus cartas, reunidas en el libro El placer fugaz, muy reveladoras de su personalidad.

Truman Capote sostenía, con esa vivacidad desacomplejada que le caracterizaba, que en su generación no habría ningún escritor de su tamaño. Quizá tuviera razón. No son frecuentes los novelistas de 1,55 centímetros de estatura. Un único relato, Miriam, publicado en la revista Mademoiselle, le bastó para erigirse como el nuevo cachorro del mundo literario norteamericano, muy por encima de otros, como Gore Vidal (con quien protagonizaría notables desencuentros). Las editoriales comenzaron a disputarse su firma antes de que hubiera concluido ninguna obra.


Capote había crecido en Monroeville, Alabama, un lugar donde lo más parecido a un libro eran las señales de tráfico, y cuando llegó a Nueva York carecía de la brillante formación que se presupone en una voz narrativa prometedora. Un profesor y crítico literario, Andrew Arvin, con quien mantuvo una dilatada relación, sería su particular Oxford y Cambridge, la mano que le conduciría a través de infinitas lecturas. Muy pronto germinaría en su imaginación un sueño: convertirse en el «Proust americano» (aunque, realmente, a quien admiraba era a Flaubert). Capote siempre sintió un hondo desprecio por otras esferas culturales que rebasaran el ámbito de las letras: le aburrían las ruinas de Grecia y Turquía, y Venecia, para él, no era sinónimo de arte, sino del Harry’s Bar. ¿Por qué se dedicó a escribir? Él mismo lo explicó con su habitual verborrea delirante: «Un día, cuando tenía nueve o diez años, caminaba por la carretera chutando piedras y advertí que quería ser escritor, un artista. ¿Que cómo sucedió? Eso me gustaría saber a mí. Mis parientes no eran más que unos pobres granjeros. No creo en la posesión, pero algo se apoderó de mí, algún demonio que me hizo escritor. ¿Cómo explicarlo si no?».

UNA FAMILIA TURBULENTA

Pero Gerald Clarke, en la biografía que le dedica, aporta datos que aclaran el origen de su intuición literaria: había sido educado en un ambiente en el que la presencia de los libros era reducida, sin embargo, estaba arraigada la costumbre de contar historias. Además, sobre todo, hay que añadir el trauma de su padre –un embaucador con labia, de los que pagan sus invitaciones con el dinero de sus propios invitados y que, en diversas ocasiones, jugueteó con la prisión– y una madre que le abandonó en una granja y que, luego, se lo llevó a Nueva York a vivir con su segundo marido, Joe Capote, del que tomaría su apellido. La relación con su progenitora, Nina, que jamás aceptó su homosexualidad, resultó tumultuosa. Ella odiaba el personaje que comenzaba a ser su hijo y llegó a afirmar que preferiría que no fuera un genio y sí heterosexual. Nina acabó cayendo en el alcoholismo, un sino que compartiría con Truman. Todo esto marcaría el carácter de Capote. Y, como Clarke dice, las heridas resultan esenciales en los escritores.

Su primer libro, Otras voces, otros ámbitos, de 1948, tuvo una acogida irregular por la crítica, pero le hizo famoso, no por la historia, sino por la foto de la contraportada, un retrato, que se publicaba inusualmente grande, en el que aparecía reflejado como un niño bonito y que dio para muchos cotilleos: «Yo no la elegí», aseguró siempre. Pero lo cierto es que sí la escogió. Capote, con un instinto innato para la notoriedad, emergía como personaje popular. Él, mentiroso, locuaz, malvado, no conocía el significado de la palabra «secreto» y aireaba todo lo que llegaba a sus oídos, lo que le costó la pérdida de significativas amistades (Jacqueline Kennedy) y le proporcionó distinguidos enemigos. «El arpa de la hierba», perjudicado por su final (como los editores remarcaron y a los que él hizo caso omiso), le confirmó como escritor y personaje público. ¿Quién no quería quedar con él? Se convirtió en la atracción de las fiestas y se movía con una corte de chicas de alta sociedad a las que llamaba «mis cisnes». Empezó sus coqueteos con el cine: Bogart, Elizabeth Taylor y Richard Burton («Ella le era fiel, pero él nunca lo fue»), Marilyn Monroe (a la que adoraba) y Marlon Brando (su retrato del actor es demoledor). Un Capote, inconsciente y vividor, avanzaba hacia la cima con la misma velocidad irracional que un suicida se asoma al abismo. Desayuno con diamantes resultó otra confirmación de su talento, pero el precipicio se abrió bajo sus pies de manera fortuita el 16 de noviembre de 1959 cuando abrió en The New York Times y leyó: «Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados». «A sangre fría» le vació. Después sobrevino la destrucción. Sus ligues, «los hombres sin rostro», como los llamaban sus amigos, su adicción a las pastillas, a las drogas, a las madrugadas en Studio 54. Publicó Música para camaleones, pero nunca acabó la que consideraba su obra maestra: Plegarias atendidas. Murió en agosto de 1984 en Los Ángeles. El novelista Martin Amis le entrevistó seis años antes y en una ocasión escribió: «Capote (y Mailer) invierten una buena cantidad de imaginación y de arte en forma de no-ficción. Pero lo que se echa de menos es imaginación moral, arte moral. No se pueden disponer los hechos para darles una intención moral. Cuando concluye la experiencia de la lectura, te quedas simplemente, con el asesinato… y con la futilidad y la desazón humanas que acompañan toda muerte».

Tomado de La Razón


“A Jane Bowles la han expulsado de Tánger”


A Cecil Beaton
[70 Willow Street. Brooklyn, N. Y.], 2 de mayo de 1958

Queridísimo,
He terminado la novela corta, Breakfast at Tiffany´s. Va a salir en el Bazaar de julio, aunque están un poco asustados con el lenguaje de algunos fragmentos, y no me extrañaría que me hicieran la jugarreta de cambiarla a mis espaldas. […] A Jane Bowles, las autoridades la han expulsado de Tánger (a Paul también), y está de vuelta en Nueva York: sola, muy enferma, sin un centavo. Tennessee y yo vamos a montar algo para recaudar algo de dinero para ella. […] Aún no he tenido ocasión de ver Gigi, aunque bien sé que el resto del mundo sí lo ha hecho: ponen tu trabajo por las nubes, aunque no hablan con tanto entusiasmo de la película en su conjunto. En un lavabo de hombres vi una inscripción muy divertida; alguien había puesto: “Mi amiguito mide un palmo; lo encontrarás aquí el lunes por la noche”. Debajo, un segundo había garabateado: “Vale, pero ¿cuánto le mide el rabo?”
Besos 
T.



“H. Lee se dirigía a Alabama con un colapso de felicidad”


A Richard Avedon
Playa de Aro, 22 de septiembre de 1960 

Dickaboo,
He notado tu silencio, tomo nota. Aunque no dudo que tiene la excusa adecuada: en el “Bazaar” de septiembre leí dónde habías ido a hacer todas esas fotos, que además quitan el hipo. Finalmente he recibido los royalties de Simon &Schuster, que debería haber cobrado en abril: ya pensaba o que estaban en bancarrota o que se habían vuelto unos granujas.

He trabajado a buen ritmo. No podría ser más difícil, ni ir más lento, pero lo que hasta ahora tengo hecho me parece bastante bueno. Sigo en contacto permanente, casi a diario, con Kansas; han ocurrido muchas cosas (demasiadas como para contar en una carta). Perry y Dick ([los asesinos reales protagonistas de A sangre fría] aún esperan el resultado del recurso, aunque Perry empezó una huelga de hambre que lo ha hecho pasar de 75 a 50 kilos, y no creo que llegue vivo a la horca. De todos modos, ya ha perdido la razón: cree que se puede comunicar directamente con Dios, y que Dios es un gran pájaro que revolotea encima de él y está a punto de acogerlo en sus alas. El viejo señor Hickock ha muerto, de cáncer. Vaya historia más espeluznante y terrible. Esta es la última vez que escribo “un reportaje”. […]

¿Has leído el libro de Nelle [Harper Lee], To kill a mockingbird [Matar a un ruiseñor]? La última vez que supe de ella, se dirigía a Alabama con una especie de colapso nervioso de tanta felicidad. […]
T.



“No me puedo creer que Marilyn haya muerto”


A Newton Arvin
[Palamós, España], 8 de agosto de 1962

Queridísimo Sige,
Hacía días que quería mandarte una carta, pero no he podido escribir absolutamente nada. He sufrido un grave ataque de reumatismo en la muñeca derecha. Al menos el doctor dice que es reumatismo. En cualquier caso duele, o dolía: con unas pastillas repugnantes he conseguido, de momento eliminar el malestar.

No me puedo creer que Marilyn M. [Monroe] haya muerto. Era una chica de tan buena pasta, tan pura, en realidad, que estaba más cerca que nadie de lo angelical. Pobre criaturita. Dios la tenga en su seno.

¿Has leído el artículo de John Aldridge de The Times Book Review? ¿Te puedes creer que me ataque a mí, a Norman Mailer, etc.? Me puso hecho una furia (no hace falta decirlo), pero también me pareció un puro montón de mierda. Meras afirmaciones genéricas sin aportación de pruebas: “Capote constituye un clásico ejemplo de precocidad aplicada a toda una carrera” ¿Qué significa eso? Por favor, dime qué opinión te mereció el artículo, si es que lo leíste. […]
Muchos besos, mi dulce amigo
T.


“Precoz intelectualmente, inmaduro a nivel emocional”


A Perry Smith
70 Willow Street, Brooklyn, N. Y., 15 – XII-1963

Querido Perry,
Ayer por la noche me desperté de repente, pensando: Perry dice que no sabe nada sobre mí, nada a ciencia cierta. Me quedé levantado y dándole vueltas, y me di cuenta de que, en algún sentido, era verdad. No conoces ni siquiera los acontecimientos superficiales de mi vida, que guarda unas cuantas similitudes con la tuya. Fui hijo único, y muy bajito para mi edad: siempre fui el más bajo de la clase. Cuando tenía tres años, mi madre y mi padre se divorciaron. Mi padre (que se ha vuelto a casar en cinco ocasiones) era un viajante de comercio, y pasé gran parte de la infancia recorriendo el Sur a su lado. No era malo conmigo, pero nunca me gustó, ni entonces ni ahora. (Nunca lo veo, vive en Nueva Orleans). Mi madre, que sólo tenía dieciséis años cuando me dio a luz, era muy guapa. Se casó con un hombre moderadamente rico, un cubano, y después de cumplir yo diez años fui a vivir con ellos (casi siempre en Nueva York). Por desgracia, mi madre, que sufrió varios abortos y de ello resultaron problemas mentales, se volvió alcohólica y convirtió mi vida en una pesadilla. Acabó suicidándose (somníferos). Dejé la escuela a los dieciséis y desde entonces me he mantenido yo solo: entonces encontré trabajo en una revista (había empezado a escribir a muy temprana edad). Siempre fui una persona precoz, tanto intelectualmente como artísticamente, pero inmaduro a nivel emocional. Y, desde luego, he tenido problemas emocionales, casi siempre por la “pregunta” que tú también me hiciste la última visita y que te contesté sinceramente (y no es que la respuesta no fuera obvia).

Este es un currículo muy resumido, pero no estoy habituado a hacer este tipo de confidencias. En cualquier caso, no me importa contártelo.
Siempre
TRUMAN


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