El presente artículo está conformado por algunos extractos del ensayo Constantino Láscaris, Costa Rica: nombres que se lleva el río, que le valió a su autor el premio Jorge Volio en ese género literario y que versa acerca de la vida y obra de ese insigne pensador, profesor de esta Universidad y benemérito de la patria, que fue el doctor Láscaris.
1. Este ensayo trata de un hombre, de la institución de un saber, y de un país. En realidad, trata del nudo formado, en un tiempo preciso, entre un mundo subjetivo, un mundo social y un mundo institucional. Es un ensayo acerca de Constantino Láscaris, Costa Rica y la institucionalidad filosófica.Hay algo particular en el modo como Constantino Láscaris, la institucionalidad filosófica, y Costa Rica anudaron su suerte entre mediados de la década de 1950 y finales de la década de 1970. En el punto donde esos hilos se unieron algo significativo se produjo. Este ensayo busca dibujar, aunque solo sea a modo de un boceto, eso que entonces se produjo y las consecuencias que ha ido teniendo sobre la producción filosófica costarricense.
Láscaris murió en julio del año 1979. Los patrones de convivencia y las aspiraciones que él creyó percibir e intentó analizar, en el país que lo acogió, también desaparecieron. En varias investigaciones sociales recientes, los habitantes de este país confiesan vivir y convivir con temor, desconfianza, e incertidumbre. Nada de eso aparecía en el horizonte de la convivencia descrita por Constantino Láscaris en un libro como El costarricense. Además, el saber filosófico y el papel público que ocuparon los filósofos de aquella época fueron desplazados o sustituidos, para bien o para mal, por otras formas de saber y por otros actores sociales.
Así que, en un sentido, este es un ensayo acerca de seres, estructuras, saberes y lugares sociales que desaparecieron. Sin embargo, aún desaparecidos, Láscaris, aquella Costa Rica, y aquella forma de pensar dejaron textos y datos que hemos de descifrar. ¿Por qué hemos de descifrar esas marcas si podrían seguir descansando silenciosas en el corazón del tiempo? No es sencillo responder a esta pregunta. Quizá deba empezar con una respuesta negativa. Este ensayo no busca restituir nada. Tampoco tiene afanes conmemorativos. Ya sé que cuando se habla de ciertos nombres, de países perdidos o de instituciones fenecidas, siempre acecha la tentación de la nostalgia. Nada de eso pretende encontrar o defender este trabajo.
Este ensayo es un intento de captar la emergencia de una forma de producirse o de instituirse el pensamiento filosófico en un país. Entre mediados de la década de 1950 y mediados de la década de 1970 se fueron instituyendo, de manera articulada, un conjunto de instancias que produjeron unas condiciones especiales para el desarrollo del trabajo filosófico. Sin duda, hubo filósofos antes de esa emergencia institucional, y esos filósofos hicieron lo que pudieron, un poco a solas y de manera casi heroica. Pero aquí se trata de otra cosa. Se trata del hecho de que antes de la segunda mitad del siglo XX no hubo institución filosófica en cuanto tal. Dos o tres, cuatro o cinco, veinte o treinta filósofos, da igual, trabajando o escribiendo a solas no construyen una tradición ni un marco de interlocución, necesarios para que la filosofía sea instituida en una sociedad moderna. Este ensayo es, en ese sentido, la genealogía de un horizonte institucional cuyas fuentes pueden venir de más atrás y cuyos efectos es imposible prever, pero que sin duda encontró un centro y una intensidad entre 1950 y 1970.
Después de la década de 1970, y a medida que Costa Rica empezaba a experimentar transformaciones estructurales provenientes de complejos procesos nacionales e internacionales, la producción filosófica también se complejizó. El lugar social de los filósofos cambió radicalmente y su hegemonía cultural fue diluyéndose. En ese campo que ocuparon durante décadas, como ideólogos o legitimadores de ciertas visiones de mundo, fueron apareciendo otros actores. Aunque sin duda algunos de ellos siguieron ejerciendo algunas funciones públicas en rectorías de universidades, ministerios, Asamblea Legislativa y otros, lo cierto es que el discurso filosófico costarricense se orientó en una dirección distinta a la que tuvo en las dos décadas anteriores.
De alguna manera, después de 1975, hubo un repliegue hacia los ámbitos académicos luego de varias decadas de estar en el centro de la vida pública y política. Podríamos decir que para aquel proyecto al que sirvieron inicialmente, los filósofos empezaron a ser ideológicamente prescindibles en la misma medida en que fueron apareciendo otros actores ideológicos. Además, el repliegue de los filósofos hacia la universidad es contemporáneo de un crecimiento y diversificación de la producción filosófica costarricense[1].
A partir de 1975 el discurso filosófico empieza a perder las dos funciones típicas que tuvo desde la fundación de la Universidad de Costa Rica. Esto significa que en adelante ya no se restringió a divulgar conceptos y modelos de las tradiciones filosóficas más clásicas y a legitimar un tipo de discurso nacionalista. Ambas cosas las ha seguido haciendo. Pero quizá el hecho de que la Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica haya sido instituida en cuanto tal en 1974 contribuyó en la aparición de nuevos marcos teóricos, nuevas capacidades analíticas y nuevos campos de investigación.
La institucionalidad filosófica costarricense ciertamente no es un proyecto consumado. Quizá no lo sea nunca. Pero, en medio de su incompletud, es un proyecto que ha permitido un vínculo particular con la historia de la sociedad costarricense. De eso quiero hablar.
2. En varios sentidos, el tipo de trabajo filosófico que asociamos a Constantino Láscaris se ha disuelto en el aire. Lo mismo puede haber ocurrido con el país que él conoció y que intentó pensar. Los 25 años que van desde su llegada a Costa Rica, a mediados de la década de 1950, y el día en que murió, en julio de 1979, ya pasaron. Nada de esa época, nada de esas formas de estar juntos, parece pervivir en este país. Ese tiempo es, en un sentido restringido, una ruina.
Bastante se ha discutido lo que aquellos años trajeron. Se trata de un tiempo que algunos han imaginado como una de las épocas doradas de Costa Rica. En consonacia con ello, suele creerse que en las décadas comprendidas entre 1950 y 1970 este país alcanzó un notable desarrollo institucional acompañado de excepcionales índices sociales y económicos. Algunos investigadores discuten que ese desarrollo llegara a alcanzar a las grandes mayorías. Hay quien propone que esos logros puntuales ocurrieron en el marco de una tradición caudillista casi a modo de concesiones graciosas de políticos autoritarios, no como conquistas democráticas[2]. Hay también quienes afirman que eso que se logró ha encontrado su final en medio de complejos desafíos[3]. No es mi idea reconstruir ese debate que toca aspectos centrales de la institucionalidad democrática y de los desafíos políticos y sociales de este país. Si lo menciono aquí es porque en dicho debate se discute una significación imaginaria según la cual Costa Rica fue entonces un país integrado, igualitario y democrático. En cierto sentido, lo que describe Constantino Láscaris en sus trabajos tiene que ver con ese poderoso imaginario.
A esas imaginaciones idílicas acerca de la vida social costaricense suele acompañarles una imaginación acerca de la calidad de la institución universitaria y de sus intelectuales. Existe la creencia de que aquel fue también el tiempo dorado de la Universidad de Costa Rica. Los relatos acerca de esa época suelen enfatizar la calidad de la enseñanza, la calidad de los lazos entre profesores y estudiantes, y el impacto cultural de aquellos profesores. Por ahora, no es mi idea discutir cuán legítimas son esas imaginaciones. Sólo pretendo señalar que aquellos años han sido imaginados, desde distintos lugares, como una época paradisíaca.
3. Láscaris tiene nombre de autor y, como autor, ha requerido de una cierta institucionalidad en la cual ejercer esa función. Me gustaría detenerme en este punto. Para Michel Foucault el nombre de un autor es un nombre propio pero no es un nombre propio como los otros, como los nuestros por ejemplo. El nombre de autor no está situado en el estado civil de los hombres. De lo que se trata es de que un nombre de autor no es simplemente un elemento en un discurso…(antes bien) ejerce un cierto papel respecto de los discursos: asegura una función clasificadora; un nombre determinado permite reagrupar un cierto número de textos, delimitarlos, excluir algunos, oponerlos a otros[4].
La autoría es, pues, una función que opera en los discursos. Algunos discursos están provistos de la función “autor” y otros carecen de ella. La función de autor, según Foucault, no es la atribución simple de un discurso a un individuo, como podemos decir que una silla es el producto de un artesano. Es el resultado de una compleja operación que termina construyendo una ficción llamada “autor” y a la cual se otorgan poderes creadores. Pero no todas las autorías funcionan con las mismas reglas. De hecho, no se construye un autor-filósofo del mismo modo que se construye un autor-poeta… En este sentido, mi ensayo es un intento de ponderar la función de autor cumplida por Láscaris. Además, me interesa analizar todos los nombres que puede haber en su nombre.
Pero también pretendo debatir críticamente las condiciones de posibilidad del discurso filosófico en Costa Rica así como los usos críticos e ideológicos que ha sufrido en medio siglo. Y para ello he de pasar por los trabajos y la historia de Láscaris como quien pasa por un campo que tiene, como todos, sus zonas oscuras y sus sitios luminosos.
Dicho esto, mi ensayo quiere proponer algunos asuntos que han de ser discutidos. El primero de ellos es la interpretación de un proyecto filosófico llevado adelante en Costa Rica por un filósofo que llegó desde otra parte, que también era un migrante, y que venía con una intensa historia familiar a cuestas. Quiero proponer una interpretación del lugar ocupado por ese filósofo en la institucionalidad filosófica de un país. Además, deseo analizar los lazos entre esa institucionalidad y la invención de algunas significaciones imaginarias acerca de las identidades costarricenses. Por último, dibujo algunas preguntas acerca del presente y futuro de esa institucionalidad filosófica.
¿Cómo llevó adelante Láscaris su proyecto filosófico? Qué lugar ocupa ese proyecto en la institución de la Filosofía en Costa Rica? ¿Qué lugar ocupa esa institución en el proyecto de nacionalización de la vida social costarricense? ¿Qué tensiones experimenta hoy esa institución por la que apostó Láscaris?.. ¿Cómo recibir y ubicar libros escritos por los otros, por quienes no aparecen inscritos en la institucionalidad filosófica del país?, ¿Qué da a un texto su carácter filosófico? Estas cuestiones han sido poco discutidas en Costa Rica.
Para responder a estas y otras preguntas, he echado mano de los trabajos de filósofos como Michel Foucault, Alfred Schutz, Cornelius Castoriadis, John Searle, Paul Ricoeur. En ellos he encontrado un valioso reservorio de modelos explicativos y categorías analíticas que me han permitido seguir la pista de algunos problemas. El reclamo de Michel Foucault, siguiendo la tradición crítica Kantiana, según el cual hay un ethos filosófico que nos exige preguntarnos cómo hemos llegado a ser lo que somos y cómo podemos dejar de ser lo que somos, ha rondado la voluntad inicial de escribir este trabajo.
5. Aunque sin duda muchos otros, muchas otras, han intervenido en la construcción de eso que llamamos institucionalidad filosófica, lo cierto es que ella fue conscientemente proyectada e impulsada por Constantino Láscaris. No existe otra figura que haya previsto, analizado, y ejecutado tantas acciones dirigidas a ese fin como Láscaris. Hay figuras que contribuyeron de manera significativa en la divulgación y enseñanza de ideas filosóficas de distinto tipo. Es el caso de Rafael Osejo, Nazario Toledo, Nicolás Gallegos, Mauro Fernández, Antonio Zambrana, Valeriano Fernández Ferraz, en el siglo XIX, y de otros escritores y pensadores del siglo XX como Roberto Brenes Mesén, Abelardo Bonilla, Alberto Masferrer, Joaquín García Monge, Jorge Volio y Moisés Vincenzi. Aún cuando la enseñanza y el trabajo de varios de ellos puedan ser considerados como antecedentes del discurso filosófico costarricense, ninguno de ellos tuvo como proyecto, con todo lo que eso implica, instituir la Filosofía en Costa Rica.
Láscaris fue quizá quien trabajó de manera más intensa por dotar a este país de instancias que componen la institucionalidad filosófica… Aunque no lo dijera de manera explícita, Láscaris intuía que había un lazo indestructible entre la institucionalidad filosófica y la vida democrática. En buena medida, la capacidad filosófica de construir y demandar argumentos es una forma de enfrentar las tendencias caudillistas, opresivas y autoritarias, o las fuerzas ciegas que rigen a las sociedades antidemocráticas. Las instancias que componen la institucionalidad filosófica: enseñanza y estudios sistemáticos, investigación, publicación, interlocución, debate público, puedens er vistos al mismo tiempo como factores democratizantes o antiautoritarios.
Ahora bien, cada uno de estos factores necesarios podría existir separadamente y sin embargo ello no sería razón suficiente para hablar de la existencia de institucionalidad filosófica. Esta existe cuando cada uno de estos factores está articulado con los otros. En ese sentido, la institución filosófica no es una cosa hecha de una vez y para siempre. Es un nudo de relaciones, una matriz creadora y móvil.
8. En opinión de Michel Foucault, fue Kant quien planteó, su su opúsculo “Respuesta a la pregunta Qué es Ilustración” la cuestión filosófica del presente. Foucault percibe en ese pequeño texto de Kant la confluencia entre las reflexiones críticas y las reflexiones históricas de Kant. Según él, la reflexión sobre el “hoy” como diferencia en la historia y como motivo para una tarea filosófica particular es la novedad de este texto[5].
Visto así, es un texto inaugural que esboza la actitud de modernidad. Al considerarlo como texto inaugural de la actitud de modernidad, Foucault quita a la noción de modernidad el sentido de época histórica, y le da el de modo de relación con respecto a la actualidad, un sentido cercano a lo que los griegos llamaban ethos. De esta manera, lo juzga como un texto que, más que ayudar a diferenciar períodos de la historia, permite reconocer e investigar los modos como la actitud de modernidad ha debido formarse en oposición a las actitudes contramodernas.
Foucault pretende pensar, a partir de ese libro menor de Kant, dos hechos inseparables del trabajo filosófico. El primero de ellos es la manera como en torno a la Ilustración hecha raíces un tipo de interrogación filosófica que problematiza a la vez la relación con el presente, el modo de ser histórico y la constitución de sí mismo como sujeto autónomo. El segundo hecho es que El hilo que nos puede ligar…a la Ilustración no es la fidelidad a elementos de doctrina, sino más bien la reactivación permanente de una actitud; es decir, de un ethos filosófico que se podría caracterizar como crítica permanente de nuestro ser histórico”.
¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de Ilustración? En primer lugar de crítica. La crítica incluiría una investigación histórica de aquellos acontecimientos que nos han constituido, incluyendo dentro de esos acontecimientos los discursos que articulan cuanto pensamos, decimos y hacemos. Esto implica analizar las condiciones de posiblidad de lo que somos. Pero en ello no hay un afán reconstructivo. Es un trabajo pensado para relanzar…el trabajo indefinido de la libertad… El Ethos filosófico típico de la Ilustración es una vida filosófica en la que la crítica de lo que somos es a la vez un análisis histórico de los límites que se nos han establecido y un examen de su franqueamiento posible.
Para Foucault la actitud crítica es el arte de no ser gobernado de esa forma y a ese precio…el arte de no ser de tal modo gobernado. Este arte está ligado a experiencias históricas precisas: no ser gobernado por la Iglesia, por el Estado y sus marcos legales y por la política de la verdad. Vista así, la función de la Ilustración y de la crítica es la desujeción. En palabras de Kant, destruir tutelajes y minorías de edad. Se trata entonces de indocilidad, indocilidad reflexiva.
Y bueno, quizá de eso se trate para quienes buscan que la institucionalidad filosófica costarricense sea propicia a un trabajo crítico ininterrumpido. Talvez se trate de seguir tendiendo flechas en el corazón del presente. Sobre todo cuando ese presente está configurado por formaciones sociales y económicas perversas, por estados confesionales y élites voraces, por industrias que empobrecen la vida humana sobre el planeta. Este trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo, en la tensión del presente, es una forma de honrar y seguir dando cumplimiento a un proyecto iniciado y sostenido, entre otros y junto con otros, por Constantino Láscaris.
El discurso filosófico es un ejercicio vano si no se enfrenta a la criba del debate público. Si ahora me arriesgo a entregar estos apuntes es porque querría seguir madurándolo con las críticas que puedan venir de las lecturas que otras y otros lectores se atrevan a hacerle. Quizá así les toque en suerte ser llevados, como el nombre de Constantino Láscaris y de Costa Rica, por el río del tiempo.
[1] Jiménez, Alexander (1997). Libros filosóficos costarricenses 1940-1996. Número Extraordinario de la Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. Vol. XXXV. N. 87.
[2] Solís, Manuel (2006). La institucionalidad ajena. Los años cuarenta y el fin de siglo. San José de Costa Rica: Editorial de la Universidad de Costa Rica.
[3] Pérez Juan Pablo y Mora, Mynor (2009). Se acabó la pura vida. Amenazas y desafíos sociales en la Costa Rica del siglo XXI. San José de Costa Rica: Flacso.
[4] Foucault, Michel (1999). “¿Qué es un autor?”. En M. Foucault. Entre filosofía y literatura. Barcelona: Paidós. 329-360. P. 338.
[5] Foucault, M. “Qué es la Ilustración?”. En: M. Foucault. Estética, ética y hermenéutica. Vol. III. Barcelona: Paidós, 1999. 335-352. P. 341.